'Indiana Jones y el dial del destino' es la mejor película protagonizada por Indiana Jones en las últimas tres décadas. Por sí sola la afirmación puede impresionar bastante, pero mucho menos si se tiene en cuenta que en ese tiempo solo vio la luz cuarta entrega de su saga, ‘Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal’ (2008), y que aquella resultó ser una película lamentable -baste recordar que en ella el héroe sobrevive a una explosión nuclear metido en una nevera, y tiene un encuentro con alienígenas-; nadie que tenga dos dedos de frente la pondrá a la misma altura de la trilogía original que componen ‘En busca del arca perdida’ (1981), ‘Indiana Jones y el templo maldito’ (1984) e ‘Indiana Jones y la última cruzada’ (1989), que además de espectaculares eran extraordinariamente divertidas y emocionantes.

Aunque por momentos genera esas sensaciones, ‘El dial de destino’ se ve lastrada por un puñado de secuencias de acción aparatosas pero no especialmente inspiradas, personajes secundarios nada memorables y un exceso de efectos digitales que la priva de la fisicidad y la inmediatez que un día definieron la saga.

Dirigida por James Mangold, que recoge el testigo de Steven Spielberg, cuenta el mismo tipo de historia que todas sus predecesoras: la de la búsqueda de una reliquia de valor incalculable supuestamente dotada de poderes mágicos y que, de caer en las manos equivocadas, puede resultar muy peligrosa. En concreto, el objeto es la Antikythera, un artilugio hecho de ruedecillas y palancas supuestamente diseñado en su día por Arquímedes y que tal vez permite a su poseedor viajar en el tiempo. Al menos sobre el papel, es un ‘macguffin’ de libro, y por eso la excesiva atención que la película presta a los detalles de su funcionamiento llega a resultar tediosa. 

Vuelven los nazis

Quienes se quejaron de la ausencia de nazis en ‘El reino de la caravela de cristal’ están de enhorabuena, porque en la nueva película aparecen multitud de ellos siendo disparados golpeados o arrojados; “demasiados nazis”, masculla Harrison Ford durante el largo prólogo, ambientado a finales de la Segunda Guerra Mundial -en esas escenas, el actor aparece con el rostro convincentemente rejuvenecido por ordenador-, antes de saltar desde lo alto de un tren que avanza a toda velocidad hasta las bravas aguas de un río.

Posteriormente vemos a Jones cabalgar a caballo por los túneles del metro de Nueva York, protagonizar una huida por las calles de Tánger a bordo de un tuk-tuk y enfrentándose a morenas gigantes mientras cruza aguas griegas junto a Antonio Banderas -que pasa sus 2 minutos en pantalla actuando de más-, y en ningún momento parece estar en verdadero peligro. La película, asimismo, pretende que su edad no es un problema; ni en las escenas más aparatosas da la sensación de quedarse sin aire o sentirse demasiado viejo para esto, todo lo contrario. A los 80 años, en cualquier caso, Ford vuelve a derrochar carisma en la que sin duda es su última encarnación del personaje. “Necesito sentarme y descansar un poco”, ha afirmado hoy en rueda de prensa. 

Ninguno de los momentos que el actor protagoniza en ‘El dial del destino’ alcanza niveles de emotividad mínimamente parejos a los del discurso que pronunció anoche, cuando el festival le hizo entrega por sorpresa de una Palma de Oro honorífica. Se diría que la película, de hecho, ha sido diseñada para ofrecer los estímulos más básicos y simples al espectador, y para evitar que la imagen que el público tiene de su mítico héroe se vea afectada por ella lo más mínimo; nada en ella resulta asombroso excepto su clímax final, muy loco pero sorprendentemente tibio. Por supuesto, ver al personaje en pantalla grande una última vez se basta para proporcionar una gratificación innegable, pero sentir ese placer no es incompatible con reconocer que la única razón de existir de esta película es apelar a la nostalgia de los fans, y quitarles el amargo sabor de boca con el que han pasado los últimos 15 años.