‘Los renglones torcidos de Dios’, de Oriol Paulo ★★★★

La perfección está sobrevalorada

En las películas de Oriol Paulo hay una pugna constante entre la frialdad y el jugueteo. Es un director extremadamente preciso, pero al mismo tiempo también retozón, de manera que no tiene miedo a lanzarse al vacío a través de decisiones totalmente inesperadas en momentos concretos. A lo largo de los años ha configurado casi un universo propio marcado por unas señas de identidad que se repiten casi a modo estilema: la narración en forma de puzle en la que adquiere una especial resonancia la leve franja que separa la verdad y la mentira, los 'flashbacks' y giros argumentales que lo cambian todo en el último momento y, por supuesto, el asunto capilar de las pelucas, siempre omnipresente. 

En su última y más ambiciosa película, la adaptación de ‘Los renglones torcidos de Dios’, el director se acerca con suma prudencia a su objeto de estudio, que no se sabe muy bien si es la novela de Torcuato Luca de Tena o Bárbara Lennie. Y es que hay una absoluta admiración y reverencia por parte de su cámara hacia la actriz y eso hace precisamente que su estilo se transforme, sea más vivo (menos artificial), más sensible a la hora de captar al personaje y su entorno, es decir, los espacios que la envuelven (un hospital psiquiátrico) y sus habitantes (los enfermos mentales), configurando un microcosmos de lo más sugerente e incómodo. En esta ocasión no hay tantos giros (aunque los hay y muy gozosos), ni tantas pelucas, pero la intriga encuentra un equilibrio perfecto entre estilización y magnetismo.

Además, de manera subrepticia se cuela un discurso poderoso alrededor de lo viejo y lo nuevo que bascula entre la represión de las estructuras franquistas y la libertad de los tiempos que estaban por venir. Eso afecta a la ideología de la película, mucho más moderna, así como a la representación de las mujeres en la pantalla, más empoderadas frente a un modelo de hombre que estaba acostumbrado a ejercer su voluntad sobre ellas. Sin duda se trata de un trabajo de adaptación titánico (el que orquesta Paulo junto al dramaturgo Guillem Clua), en el que se limpia y se destila no solo el lenguaje, sino también el substrato rancio de la novela a golpe de esteticismo pop. 

‘Los renglones torcidos de Dios’ puede que arrastre un aire de película fallida, pero en absoluto lo es, al contrario, resulta necesariamente reivindicable por hacer de la complejidad entretenimiento (entre otras cosas). En cualquier caso, puede que en su propia imperfección esté su singularidad porque, al igual que las criaturas que retrata, la perfección claramente está sobrevalorada. Beatriz Martínez

‘Fall’, de Scott Mann ★★

Solas en las alturas

Dos chicas en lo alto de una torre de comunicaciones, a 600 metros del suelo, en una zona completamente desierta. Han subido hasta arriba para superar situaciones personales explicadas en los primeros minutos. Son escaladoras. Una ha perdido a su pareja ascendiendo por la escarpada pared de una montaña. La otra, además de montañera, es ‘influencer’ y se pasa el rato comunicando a sus seguidores todo lo que hace, un detalle de los tiempos actuales que tendrá su importancia más adelante. Dos personajes en un espacio inalterable, la estrecha plataforma en las alturas en la que las dos amigas deben pasar días y noches con la amenaza de la sed, el hambre, la herida de una de ellas y los buitres carroñeros que las rondan.

No es la primera película de estas características. Ya hemos visto antes filmes con una muchacha en un diminuto islote amenazada por los tiburones o un hombre atrapado en la grieta de una montaña. Relatos en soledad y en peligro. Conviene desarrollar bien los personajes, ya que casi todo se sustenta en ellos, y no es el caso. Conviene no estirar demasiado la trama cuando ya no da más de sí, con requiebros innecesarios de guion. Y se abusa de los planos aéreos para que no se nos escape el inmenso espacio que rodea a las protagonistas, algo que sin tanto dron mostró mejor Luis Buñuel con el estilita subido a lo más alto de una larga columna en ‘Simón del desierto’. Quim Casas

‘Una historia de amor y deseo’, de Leyla Bouzid ★★★

Sensualidad poética

‘Una historia de amor y deseo’ es una de esas películas ‘pequeñas’ y firmes, que fluyen con enorme naturalidad a partir de una trama sencilla, aparentemente sin demasiadas sorpresas ni giros inesperados. Es la historia de dos jóvenes que se enamoran en el primer curso de la universidad. No hay mucho más en la historia, pero está relatado con enorme convicción y seguridad. La chica, Farah, procede de una familia rica de Túnez. El chico, Ahmed, pertenece al extrarradio parisino y tiene sus orígenes en una Argelia que nunca ha visitado. Se conocen el primer día de clase en La Sorbona, donde asisten a un curso sobre Literatura Árabe. Él es más retraído e incluso le molesta que ella considere literatura un libro donde se explican los diversos nombres de los órganos sexuales en árabe. Pero la chica le fascina, y se enamora desde el primer momento. Se debate entre el amor y el deseo, como reza el título. Tanto que está a punto de cambiar de asignatura y escoger una sobre tragedia griega porque Farah le turba tanto como los poemas eróticos árabes que le enseñan en clase.

Entre lecturas y deseos, y no pocas contradicciones propias de la adolescencia y de la diferencia cultural y moral de ambos personajes, avanza este relato iniciático repleto de verdad en cuanto a los sentimientos, la ternura, el anhelo y la pasión. Una película donde los cuerpos están tan bien filmados como las palabras. Q. C. 

En los márgenes’, de Juan Diego Botto ★★

Concienciar a puñetazos

Inequívocamente deudor del tipo de realismo social abanderado por el cine de Ken Loach, el primer largometraje como director del actor Juan Diego Botto entrecruza las peripecias de tres personajes a lo largo de 24 horas -un abogado activista, una reponedora de supermercado y una anciana- para denunciar el drama de los desahucios en España, y entretanto señala también problemas como la avaricia de los bancos, los beneficios indecentes de las compañías eléctricas, las carencias de los servicios sociales y las colas del hambre, entre varios otros. 

Impulsada por una cámara que permanece en nervioso movimiento, ‘En los márgenes’ evidencia sin reparos su interés en dejar lo más claro posible su mensaje solidario, y con ese fin recurre a las formas más rudimentarias de didactismo y el sentimentalismo. Sus personajes hacen uso de la palabra casi exclusivamente para explicarse los unos a los otros, y de paso a nosotros, los detalles de sus penurias y su desesperación o para, en general, entrar en detalles sobre lo mal que está todo, y de ese modo tratan de imponer lo que debemos sentir y pensar. Y entretanto la película echa mano de trucos narrativos como las coincidencias, las improbabilidades, los comportamientos cuestionables y el tremendismo dramático para maximizar la respuesta emocional del espectador. Sin duda, verla dejará a muchos espectadores hechos polvo. Pero recibir puñetazos durante hora y media causa el mismo efecto, y no por ello habría que aplaudir al agresor. Nando Salvá

‘Baila con la vida’, de Michèle Laroque ★★

Historia de dos hermanas

En las dos primeras secuencias de ‘Baila con la vida’ conviven, en montaje paralelo, las dos protagonistas del filme. Una está pasando la aspiradora en su casa bailando al ritmo de la célebre ‘Voulez-vous coucher avec moi ce soir?’ de LaBelle. Una nota distendida. La otra (encarnada por la directora del filme, Michèle Laroque) celebra en el jardín de la villa en la que vive con su marido una reunión con familiares y amigos. Un momento de esplendor. Una es ama de casa, por decirlo llanamente. La otra está casada con un rico empresario vinícola a punto de dejar el negocio en manos de su hija. La primera es feliz, o eso parece. La segunda, al terminar la concurrida comida, descubre a su marido besándose con su mejor amiga. Hace las maletas –una sola– y se marcha más triste que airada. ¿A dónde va? A casa de la primera, su hermana.

El conflicto ya está servido: el reencuentro entre dos hermanas antagónicas en todo. El tono es el habitual en este tipo de comedias francesas que tanto éxito parecen tener entre nosotros. Laroque lleva al terreno patrio la misma historia que la película británica ‘Bailando la vida’, realizada por Richard Loncreaine hace solo cinco años. Su retrato de dos formas de vida opuestas, la más o menos bohemia de la hermana que baila con LaBelle y la de clase alta y sofisticada de la que deja de bailar con su marido, recurre a todos los lugares comunes esperados. Q. C.