Si el jurado encargado de elaborar el palmarés así lo decidiera, Juliette Binoche podría marcharse este año del Festival de San Sebastián habiendo ganado dos estatuillas: una, el Premio Donostia en honor a sus cuatro décadas de carrera que le fue entregado anoche; otra, la Concha de Plata a la Mejor Interpretación de Reparto por su trabajo en el melodrama 'Winter Boy', presentado este lunes a competición. Por supuesto, esa sería una situación extremadamente inusual y hasta antihigiénica, y el sentido común que se les presupone a esos jueces permite descartarla; pero que la haga técnicamente posible ya basta para cuestionar la presencia de la nueva película de Christophe Honoré entre las candidatas a galardón.

Es, según ha confesado el propio director, su película más autobiográfica, y reflexiona sobre asuntos como el fin de la adolescencia, el duelo, la soledad y la depresión a través del retrato de un joven de 17 años cuya vida se desmorona tras la repentina pérdida del padre. A medida que combina el relato cronológico de ese proceso con una sucesión aparentemente aleatoria de monólogos reflexivos que el protagonista ofrece sentado frente a la cámara desde un tiempo narrativo posterior, ‘Winter Boy’ exhibe un amaneramiento y una afectación que denotan cierta desesperación por transmitir melancolía e intensidad dramática.

Como lleva dos décadas demostrando, además, Honoré está lejos de ser el más centrado de los narradores. Algunas escenas funcionan como páginas de guion a medio arrancar, y otras se prolongan hasta resultar extenuantes. Y el desinterés creciente por la lógica que va evidenciando hace que, pese a ir acumulando desgracias y momentos supuestamente climáticos, la película pierda fuelle de forma incontenible. En suma, pues, ‘Winter Boy’ ofrece poco más que argumentos para poner en duda las expectativas que un día erigieron al autor de ficciones como ‘Mi madre’ (2004) y ‘La belle personne’ (2008) en heredero legítimo de la ‘Nouvelle Vague’. La interpretación que Binoche ofrece, eso sí, es magnífica.