Luis Palmero

En ciertas ocasiones un detalle puede ser todo, una sutileza capaz de imponer una deriva mental o un ligero rumor que desencadena el proceso onírico. Las fotografías de las piezas que Luis Palmero dispondrá en la galería Artizar me han llevado a obsesionarme con la tabla rasa. No me refiero a la tesis filosófica, planteada por Locke, según la cual los conocimientos y habilidades de cada ser humano son fruto del aprendizaje, dado que cada individuo nace con la mente "vacía". Me seduce (valga mi heterodoxia teórica) menos esta "tablilla raspada" que espera las inscripciones y "pinturas"[1] experienciales que la comprensión de la psique como un wunderblock. Con todo, no ha sido la evocación del "palimpsesto" mnémico lo que domina mi imaginario que enlaza (estricta analogía sinestésica) con las obras recientes del artista canario, sino la necesidad de escuchar la composición que Arvo Pärt realizó en 1977, ese sublime concierto para dos violines, piano preparado y orquesta de cámara. He contemplado detenidamente (como corresponde) las obras de Palmero mientras sonaba, en una mañana tormentosa de agosto, el segundo movimiento de Tabula Rasa titulado "Silentium"; un canon de mesuración se expande pareciendo que la música se cristalizara en una hermosura extrema para casi desaparecer. Los "tintinnabuli" y las voces melódicas me han llevado a penetrar, valga la paradoja, en el juego de superficies monocromáticas pero ligeramente diferentes de las piezas composiciones sobre papel que veía. El "minimalismo sacro" del músico estonio se entreteje en mi imaginación-y-escritura con la minimalización de Luis Palmero que lleva años decantando un paisaje poético en el que puede introducir alusiones figurativas desde una concepción nada ortodoxa de la abstracción.

En una nota de su librito Escalas, Luis Palmero fija una visión gozosa: "Distribución de casas soleadas, rumor de vivacidad que da el sol sobre sus fachadas; en otras, ni puertas ni ventanas. Juegos planos de la luz que entra felizmente"[2]. Aquí late tanto el recuerdo de los paisajes de Oramas cuanto aquellas casas del país de los supremáticos que compusiera Malevich, aquel radical artista que también apeló a una "tabla rasa", un desierto que podría ser "la ciudad del futuro". Más allá de la combinación de exaltación revolucionaria y amargura por el fracaso o eclipse de los ideales que está sedimentada en el Cuadrado Negro, Palmero busca un espacio habitable, generando unas estancias pictóricas que nos ofrezcan "hospitalidad estética". El juego de escalas es decisivo en este artista que consigue una enorme intensidad en un mínimo cuadro cuanto induce a la quietud en una de sus instalaciones tridimensionales. La escala tonal-cromática y la escalera simbólica que según declaró encontraba al terminar sus cuadros[3], nos ofrecen un horizonte que el artista no duda en calificar recurriendo a algo tan anómalo o infrecuente como la felicidad. Se podría incluso postular que nos encontramos con una estética que va más allá del nihilismo para recuperar el impulso vital de lo utópico.

El título de la exposición en la galería Artizar, Viento-madera, es una explícita alusión musical. Palmero ha revelado, en bastantes ocasiones, su pasión por la música[4]; en el catálogo de la exposición colectiva Contítulo (Centro de Arte Juan Ismael, Fuerteventura, 2005), confrontó a dos piezas de su Serie Verticales (1995) la siguiente cita de Arnold Schoenberg: "Todo tiene que producir el efecto (no de un sueño) de un acorde. Como música. Nunca debe aparecer como un símbolo o como un sentido, como una idea, sino simplemente como un juego con la aparición de colores y formas"[5]. Los imponentes polípticos de papel que ha preparado recientemente parecen tener como "contrapunto" barroco las piezas pequeñas en las que alegoriza la arquitectura vernácula canaria; las puertas y ventanas introducen la alusión a una poética del espacio, en el siempre fértil cauce de la escritura de Bachelard, que nos regala una "inmensidad íntima".

Las composiciones actuales de Palmero huyen de la "planitud" (normativa en la pintura moderna teorizada por Clement Greenberg) para manifestar el placer de los estratos, las cualidades densas de las distintas superficies. En los polípticos se produce una suerte de diferenciación de lo mismo mientras que en las piezas que alegorizan las casas hay una especie de "trenzado" lúdico. Nada está dejado al azar y, sin embargo, tampoco se ha buscado una "perfección mecánica". Hay algo de búsqueda de aquel "color adecuado" que también obsesionara a Imi Knoebel, en un juego de fascinantes (des)armonías y plegamientos sutiles. La tabula rasa pictórico-musical de Luis Palmero tiene algo de retombée, esto es, de singular discontinuidad de lo aparentemente continuo[6]. La composición de Pärt, calificada en ocasiones como "música de ángel", termina con la omisión del re menor: el silencio termina por ofrecernos una estancia. Las esenciales obras de Luis Palmero nos ofrecen un "rumor de vivacidad", nos invitan a abrir puertas y ventanas para gozar de una experiencia estética inaudita o, mejor, de una sonoridad poética