Los dos únicos encuentros de Escultura en la Calle celebrados en Tenerife en 1973 y en 1994 plantearon cuestiones distintas y sin embargo consecutivas. En el primero parecía planear la idea de la escultura como una disciplina capaz de resignificar el espacio público. Frente al que entonces era un poder asfixiante, se presentaban un rosario de elementos que convocaban y acompañaban a la ciudadanía como una eclosión colectiva e ilusionante que no celebraba victorias o derrotas, sino cuestiones aparentemente más triviales, pero centrales en el discurrir de la vida. Fue en ese sentido y tras una convocatoria masiva que un buen número de obras plantearon infinidad de variantes, lenguajes y posibilidades. El segundo encuentro, sin embargo, giró en torno a las ideas nacidas de un simposio celebrado a tal efecto, y en el que se cuestionaba si el espacio público necesitaba, ya por aquel entonces, más escultura.