Camila, una pintora a la que la diabetes ha dejado ciega, inicia en el arte de la pintura a una mujer que ha perdido una hija. La maestra enseña a su inesperada discípula la forma de acercarse a sus sentimientos a través del arte.

La enseña a pintar para que cure su dolor, le enseña a ver la realidad como un artista para que entienda lo que le ha ocurrido, le enseña a sobrevivir emocionalmente mediante la pintura.

En correspondencia, la joven pupila, casi sin quererlo, enseña a la desengañada y resentida ciega a reconciliarse con su pasado. Sus reflexiones destinadas a la joven alumna acaban teniendo una influencia en ella misma: paradójicamente, en el final de su vida, cuando la ceguera es total, acaba viendo con claridad muchas de las cosas que ha vivido como, por ejemplo, su propia maternidad.