La obra del artista grancanario Carlos Nicanor entra en una nueva tradición de la Escultura Contemporánea. Conecta con una manera de discurrir evitando la obviedad narrativa mediante derivas simbólicas en las que se enfatiza el potencial poético de ciertos anamorfismos, cierta re-significación de la visceralidad como modelo de estructurarnos que nos describe, más eficazmente, que la representación directa y análoga de nuestro paisaje anatómico. Una cercanía poética con lo que oculta nuestra epidermis que bien desvela ciertos apegos emocionales que nos convocan a mirar hacia adentro.

En ese mirar hacia adentro, Nicanor encuentra un camino para crear un universo simbólico propio que va más allá de los despliegues puramente formales de una estética exquisita, perfeccionista, para invitarnos a entrar en el territorio de una intimidad, un espacio mitológico en plena formación, construyéndose ahora, en este presente, a pesar de estar impregnado o atravesado de y por su pasado, de sus saberes ancestrales, fundacionales, todavía mitologizantes, también.

Mostrar esta metodología en la que trabaja Carlos Nicanor desde hace más de dos décadas, desde una mirada curatorial que no pretende ser retrospectiva pero sí de corpus- como intento de pequeña globalidad, cerrada como sus propias formas oblicuas- es lo que pretende articular como argumento Dile a Caronte que le traigo flores, en un alarde poético de acertar la presencia de la muerte allí donde hay vida, aquí, entre nosotros, en este viaje infinito del isleño, el hombre, el mar y el horizonte. Como si el artista quisiera con su quehacer regalarnos una nueva armadura para sobrevivir. El arte es su medicina, como última esperanza que nos queda.