El Drago de Canarias, denominado científicamente dracaena drago y conocido popularmente por los habitantes de las Islas como el árbol milenario, se encuentra indisolublemente ligado a la historia del Archipiélago desde tiempos inmemoriales. El naturalista latino Plinio el Viejo, en el siglo I (d. C.), mencionó la existencia de este árbol de gran tamaño en las Fortunatae Insulae, a partir de las expediciones del monarca mauritano Juba II algunas décadas antes. Y si detenemos nuestra atención en las relaciones sobre la conquista de Canarias de principios del siglo XV, la crónica francesa del caballero normando Gadifer de la Salle en Le Canarien, acuña por vez primera el término dragonier para referirse a una especie vegetal autóctona con aspecto de dragón de cien cabezas. A partir de ahí, las descripciones de los numerosos científicos y viajeros que visitaron Canarias a lo largo de los siglos han aportado una riquísima fuente literaria sobre este coloso vegetal y, más allá de su interés botánico, desbordaron su imagen real con aportaciones idealizadas, embellecieron su porte y le atribuyeron, incluso, virtudes medicinales. De esta forma tan consustancial al territorio de la escritura llega hasta hoy la imagen del árbol milenario: entre las hojas lanceoladas del árbol, lo histórico y lo novelesco, lo científico y lo sobrenatural, lo real y lo imaginario se enhebran y urden en un único y maravilloso relato. De todas esas crónicas, descripciones e ilustraciones de botánica, la visión quizá más fabulosa y mítica del drago de Canarias acaso proviene de su identificación con un dragón que, según la leyenda, custodiaba las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, situado por los autores clásicos en las Islas Canarias. Cuenta esa leyenda que tanto a uno como a otro –al dragón y al drago– si se les cortaba una de sus cabezas o ramas, éstas se multiplicaban. Así lo relata Bouquet de la Grye, en Une ascension au Pic de Teneriffe, a partir de las explicaciones de un jardinero.

La Colección Artedrago, compuesta por casi doscientas obras de arte, es un espléndido monográfico en homenaje a la figura de este gigante vegetal, pues acoge bajo su densa copa y magnífica envergadura la mirada de artistas de diversa procedencia con obras pictóricas, dibujos, fotografías, e incluso carteles y objetos que contemplan, desde el pasado hasta el presente, la imagen legendaria del drago de Canarias. Y en todas ellas ese único y solitario protagonista, impasible, portentoso, fuertemente arraigado al suelo y en armónica tensión hacia las alturas: un drago, un desafío de la naturaleza al paso del tiempo.