Crónica

No todo está perdido: el Congreso aún fascina a los desencantados

Cinco ciudadanos/as visitaron el Congreso esta semana - Lo que sintieron quizá sea un destello de optimismo en medio de la frecuente bronca política - Así fue su recorrido junto a ellos/as

Congreso de los Diputados.

Congreso de los Diputados.

Ángel Alonso Giménez

Durante el recorrido dirán en varias ocasiones que los políticos de ahora no están al nivel, pero también dejarán entrever que el Congreso les está fascinando.

Carlos, Luis, Aída, Covadonga y Goyo visitaron la Cámara Baja, sede principal del Parlamento español, el pasado miércoles por la tarde. En enero, no hay actividad, y es cierto que así se pierde ese punto de morbo y expectación que da la posibilidad de ver de cerca a un rostro 'famoso', pero conocer el Congreso cuando no hay mucha gente ofrece una ventaja: se disfruta más. Cuando terminaron la visita, hora y media después, los cinco coincidieron: “Ha sido una pasada”.

Someros retratos de los cinco. Carlos es de Pamplona, tiene 57 años y junto a Luis, nacido en Jaca, Huesca, hace 53, regenta una tienda de ropa en Madrid. Aída (45) es enfermera en un hospital madrileño; Covadonga y Goyo (67 y 68), provenientes de Bilbao, están ya jubilados. Ninguno había pisado antes el Congreso. Lo han visto por la televisión, cómo no. Son personas al tanto de la actualidad, se consideran informadas. Les molesta el tono reciente de los debates y portan un juicio generalizado: los políticos españoles del momento no dan la talla.

Pero el embrujo del Congreso comienza a expandirse antes de que entren. Porque a pesar de la distancia con la rutina política, que la verdad que es como para irse muy lejos, sucede algo inefable cuando uno está a punto de entrar. Algo que quizá tiene que ver con la infancia. Con la imagen de tus padres comprando las entradas del Parque de Atracciones justo antes de la primera vez, por ejemplo. 

Acceden por la puerta de la calle Cedaceros poco después de las 16.30 horas. Está fría la tarde. Tras cruzar el arco de seguridad, los ujieres cotejan los datos personales entregados antes mediante correo electrónico. Les dan unas pegatinas con rectángulo rojo que les permitirá observar y contemplar la joya de la corona: el hemiciclo del palacio

Impone ya la enormidad. Techos altos y columnas gruesas presiden el vestíbulo del edificio de Ampliación II, que es por dónde han accedido. En él están los despachos y las zonas de trabajo de grupos parlamentarios como Vox, Unidas Podemos y Ciudadanos. Pero eso no lo verán. El tiempo de la visita está más o menos limitado; el comienzo será rápido. 

Avanzan por un pasillo largo que desemboca en el palacio. Comprobarán que la decoración, la iluminación y las dimensiones se han ido transformando. Los suelos fríos cederán el paso a alfombras cuidadas, ya que en el edificio de Ampliación I se encuentran salas de comisiones, como la Constitucional, y otras estancias para reuniones y negociaciones. No hace mucho, muy cerca de por dónde pasan, la ponencia de la Comisión de Interior acordó el informe de las reformas de los delitos de malversación y de sedición. 

La visita no se prodigará en opiniones sobre asuntos políticos concretos. La visita no va de eso. Va de contar qué se hace en el Congreso, qué hacen los diputados y diputadas, qué hace el personal de una Cámara en la que trabajan unas 1.000 personas. Se fijan en las dependencias del servicio médico y de enfermería. Les gusta saber que hay un médico por la mañana y una médica por la tarde, y que ella no puede irse antes de que acaben las sesiones plenarias. A veces, pocas veces, conviene aclarar, esas sesiones acaban de madrugada. Pasó hace poco con esa reforma del Código Penal comentada. Si los diputados alargan la jornada, la alargará mucha más gente.

El puente de la calle Floridablanca les permitirá intuir la riqueza artística del Congreso, en donde conviven cuadros de Tapies con pinturas de Casado del Alisal. Miran abajo. El conocido como “patio del Congreso” es un recinto cerrado por dos verjas que sólo se abren para las llegadas de la presidenta de la Cámara y del presidente del Gobierno, así como para las visitas del rey o de jefes de Estado.

Jugar a ser diputado

Estar en el palacio del Congreso es como estar en otra época. O vivir en una película histórica. Rodean a los visitantes tapices riquísimos cedidos por la Real Fábrica, que también se encarga de un mantenimiento meticuloso; alfombras interminables que serpentean por los pasillos; y lámparas impresionantes, versallescas. 

La fascinación de los visitantes se nota en el vestíbulo. Se nota junto a la escultura de Isabel II, entre los retratos de políticos ilustres de los siglos XIX y XX y al lado de la mesa sobre la que pudo firmarse la Constitución de 1812. La fascinación se les hace tangible en el Salón de Pasos Perdidos, un viaje en el tiempo. Las alegorías pictóricas de los techos, el bajorrelieve de Benlliure en homenaje a Castelar, la mesa del centro con sus ornamentos de bronce… Aquí los diputados departen con otros diputados, con periodistas, con asesores… Aquí se hace política.

Pero donde se hace política, política con mayúsculas, pues es de donde salen las leyes, es en el hemiciclo. Llegarán los visitantes tras quedar impresionados con el reloj astronómico de Billeter y Moragas y algunas pinturas de artistas flamencos. 

Dicen casi al unísono que “es más pequeño que en la tele” y constatan, dadas las distancias entre bancadas, que “se escucha todo durante los debates”. Miran la tribuna de oradores, se posicionan en ella, juegan unos instantes a ser diputados, se hacen fotos en poses que imitan la intensidad de sus discursos. Una visitante se sienta en el escaño de Pedro Sánchez, el primero de la bancada azul empezando por la izquierda. Luego pregunta por el escaño de Joan Baldoví. Luis se interesa por el de Mario Garcés, del PP, que, como él, nació en Jaca. 

Congreso de los Diputados.

Congreso de los Diputados. / EP

Escuchan con interés cómo funcionan los cuadros de mandos de los escaños y que la más alta responsabilidad de un diputado es votar. Cuando se vota, no se puede hacer otra cosa. Si un diputado tiene ganas imperiosas de miccionar, ha de esperar; se aguanta. Funciona así: primero se pulsa el botón de presencialidad, que se distingue fácil porque pone “pres”; acto seguido, se pulsa el botón verde (sí), rojo (no) o amarillo (abstención). Todo se mostrará en pocos segundos en los paneles electrónicos de los lados.

Atienden en silencio que durante las votaciones, que pueden ser de dos horas o más según qué se esté dirimiendo, dos o tres diputados de las bancadas más grandes se encargan de marcar qué botón pulsar con las manos (un dedo=sí; dos dedos=no; tres dedos=abstención) y gritando los colores. ¿Y fallan? Claro que fallan. Sí, se habla de Alberto Casero

El orden de las votaciones se sigue en función de unos esquemas preparados por los letrados. Las direcciones de los grupos parlamentarios los estudian con detenimiento para que no quede ninguna enmienda al azar. Que una ley se pueda aplicar depende de un exhaustivo trabajo anterior que culmina aquí, en el hemiciclo, en donde impera la palabra, como le gusta decir a Meritxell Batet, la presidenta.

Pero hay palabras que no gustan. Los visitantes comentan sus preferencias, sus filias y sus fobias; manifiestan su desconfianza, pero también reconocen su respeto. Lamentan que el ambiente se haya enfangado. De alguna manera, están comprobando que entre la calidad actual de los mensajes y la calidad histórica del lugar hay, en ocasiones, un abismo. 

Con atención observan la pared principal, la del escudo de España, la de las estatuas de los reyes católicos y la de las pinturas de las Cortes de Cádiz y de las Cortes castellanas; con más atención observan las huellas de los disparos del golpe de Estado de 1981. Se fijan en el atril ubicado junto a la mesa del personal de taquigrafía, destinado a Pablo Echenique, y preguntan muchas cosas. Preguntan por Meritxell Batet; preguntan por los pasillos entre las bancadas. Dan a la cafetería de uso exclusivo de diputados. Sonríen. “No, no podemos ir”, se les comenta.

"Iuvet testes"

Aunque el hemiciclo satisface las expectativas, no las colma del todo, pues el Congreso guarda un sinfín de rincones y sorpresas. Pueden ver un ascensor antiguo de madera, que pervive impoluto en una escalera algo oculta del edificio. Y pueden asomarse a la biblioteca tras dar pasos cortitos y en silencio, que hay gente estudiando. Pueden subir una planta y deleitarse con la galería de retratos de los presidentes/as del Congreso. La secuencia histórica acaba en el socialista Patxi López, lo que motiva cierto debate sobre la actualidad política. Hablan de Luisa Fernanda Rudi, de Manuel Marín, de José Bono y de Federico Trillo.

Estos últimos dan más juego. La leyenda “iuvet testes” (“manda huevos”, en latín) que puede apreciarse, aunque acercando la mirada, en un pisapapeles de la mesa en la que se acoda el exministro del PP amplía las sonrisas. 

Para entonces puede intuirse que la visita está siendo un éxito, pero ya queda poco tiempo. Aunque a cierta velocidad, la comitiva puede transitar por la zona de los medios de comunicación, pararse unos cinco minutos en la sala de prensa, hacerse fotos de nuevo y jugar al pregunta-respuesta con periodistas imaginarios. Se plantan ante el atril del orador con el mismo lenguaje corporal de sus señorías. Ponen las manos a los lados, recolocan el micrófono y copian el inicio de cierto discurso o anuncio.

Arriban acto seguido al espacio que posiblemente más les impresione, pues representa la medida de la trascendencia del lugar. El túnel subterráneo que une los edificios de los dos lados de Carrera de San Jerónimo les fascina. En la bifurcación que, por la izquierda, desemboca en la sede de los despachos de los grupos socialista y popular, y que por la derecha conduce a la antigua sede del Banco Exterior de España, en donde se encuentran más salas, una cafetería, una terraza y la la Junta Electoral Central, se produce una pausa clave.

Aquí es donde más cerca están de la enormidad del Congreso, una ciudad dentro de la ciudad. Los diputados y los trabajadores disponen de tres comedores, tres cafeterías, una agencia de viajes, una guardería, una oficina de Correos, sucursales bancarias… También se vive. O casi.

Ya en la calle, después de visitar la caja fuerte del antiguo banco, los visitantes dicen, todavía sorprendidos, que la visita les ha encantado. Han comprobado el tamaño del Congreso y su dimensión. Una dimensión física y material, artística e institucional, pero también una dimensión más imperceptible que posiblemente tiene que ver con las emociones.

Porque, antes de la despedida, coinciden: “Tenemos que volver”.