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Diplomacia en la sombra

Del apoyo al 'procés' al apoyo a Putin: el activismo político de los cónsules honorarios

Varios gobiernos han cesado a sus representantes en el extranjero por "interferir" en los asuntos internos del Estado donde estaban destinados

Los excónsules honorarios Fernando Turró (Grecia), Jordi Puig (Filipinas), Xavier Vinyals (Letonia), Albert Guinjaume (Finlandia) y Hristo Stoichkov (Bulgaria).

Uno de ellos convocaba manifestaciones de apoyo al dictador sirio Bashar Al Asad. Otro colgó la ‘estelada’ independentista en el balcón de su consulado en España. Un tercero fue acusado de haber convertido su delegación diplomática en un nido de espionaje para el Kremlin. Y otro fundó un partido político que se dedicaba a contrarrestar los intentos del país de acogida para ingresar en la OTAN. Son algunos de los ejemplos de cónsules honorarios cesados por “interferir” en los asuntos internos del Estado donde estaban destinados, un activismo político que palidece frente a los crímenes en los que se han visto envueltos en todo el mundo otros de estos cónsules elegidos a dedo, pero que pone de relieve la dificultad que tienen a veces los Estados para controlar su conducta.

‘Diplomacia en la sombra’, la investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación y ProPública, en la que ha participado EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica, junto a El País, LaSexta y decenas de medios de todo el mundo, no solo ha desvelado los vínculos con el narcotráfico, la financiación del terrorismo, el blanqueo de capitales o el tráfico de armas de decenas de cónsules honorarios, sino que ha puesto de relieve el apoyo que otros prestan a regímenes autoritarios y corruptos. Algunos acabaron dimitiendo en protesta por los abusos de los gobiernos a los que representaban, pero otros fueron destituidos por haberse convertido en algo parecido a una quinta columna dedicada a trabajar activamente contra los intereses del país donde servían.

Sergey Samsonenko es un multimillonario ruso que se hizo rico con una empresa de apuestas deportivas y sirvió como cónsul honorario en Macedonia del Norte hasta el pasado mes de agosto, cuando su cabeza rodó sin más explicaciones. Antes de asumir el cargo, se había significado políticamente apoyando en un vídeo promocional a un partido prorruso en Skopje, pero sus problemas empezaron a hacerse patentes en 2017, cuando un informe filtrado del espionaje macedonio acusó a los consulados honorarios de Rusia en el país de haberse convertido “bases de la inteligencia” que estaban siendo utilizadas por el Kremlin para tratar de torpedear su acceso a la OTAN, que acabó consumándose en 2020.

Una historia semejante a la de Boro Djukic, un funcionario montenegrino que ayudó a fundar un partido populista en Montenegro que se oponía a la entrada del país balcánico en la Alianza Atlántica mientras era cónsul honorario de Rusia. Más tarde sería investigado por tratar de importar a Montenegro parches falsificados de la policía rusa. “No soy ciudadano ruso, pero sí una persona que ama a Rusia y que trató de representarla de la mejor manera posible”, dijo Djukic tras perder el cargo.

Cónsules independentistas

Los cónsules honorarios no son diplomáticos de carrera ni cobran por su trabajo, pero sí disfrutan de muchos de los privilegios de los diplomáticos al uso. Los nombra el Estado al que representan, generalmente por su prestigio profesional o su arraigo social en la ciudad donde sirven, pero el Estado receptor –del que suelen ser ciudadanos—tiene que aprobar el nombramiento y puede eventualmente forzar su cese. Es en gran medida lo que ha sucedido en los últimos años con varios cónsules honorarios catalanes que apoyaron de un modo u otro la causa independentista. 

Son cinco como mínimo. El último, Fernando Turró (Grecia), cesado en 2018 por “sus agravios a la bandera de España” y por asistir a “varios actos que no son propios”, como la Diada, según dijo en su día el ministerio de Exteriores. Antes siguieron sus pasos Xavier Vinyals (Letonia), destituido por colgar una ‘estelada’ en el balcón del consulado; Jordi Puig (Filipinas), quien había participado en la “huelga general” del 3-O para protestar contra la represión del referéndum; Albert Guinjaume (Finlandia), que organizaba comidas de cónsules con políticos independentistas; y el exfutbolista Hristo Stoichkov (Bulgaria), quien llamó “franquista” a Soraya Sáenz de Santamaría y dijo --tras el referéndum-- que “el Gobierno español es una vergüenza”.

Gestiones diplomáticas discretas

“En algunas ocasiones se ha realizado gestiones discretas haciendo saber a algún Estado emisor que el cónsul honorario ha dejado de ser una persona idónea para ejercer el cargo”, aseguran fuentes diplomáticas. “En esos casos, el Estado que envía suele actuar con comprensión y cesar al cónsul”. La Convención de Viena de 1963, que regula la actividad diplomática, dice explícitamente que los diplomáticos “tienen la obligación de no interferir en los asuntos internos del país” donde sirven. 

Más borroso es el ceso de otros honorarios destituidos por tratar de crear un clima de opinión favorable a regímenes de dudosa reputación, como le sucedió en 2019 a Waseem Ramli, el cónsul honorario de Siria en Montreal, donde organizaba manifestaciones de apoyo a Asad o lo defendía de forma ferviente en las redes sociales. Justo en el extremo opuesto, varios honorarios de Rusia en AlemaniaEstados Unidos México han dimitido en los últimos meses en protesta por la invasión de Ucrania lanzada por el Kremlin.

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