Las guerras intestinas en los partidos eran hasta ahora un mal predominante en la izquierda. Las pugnas, escisiones y guerras abiertas han trufado las organizaciones progresistas desde el inicio de la democracia. Pero los tentáculos de la división han terminado por llegar también a la derecha. Más concretamente, al partido que está en el extremo derecho del arco parlamentario. Y es que Vox, que dio la campanada en 2018 en Andalucía, ha visto en los últimos meses cómo lo que parecía un bloque monolítico ha comenzado a desgajarse. Y ha sido Macarena Olona, dirigente destacada del partido, quien ha abierto la caja de pandora y amenaza ahora con una escisión.

La derecha ha permanecido indemne a las rupturas durante décadas gracias al cariz "mucho más pragmático de su electorado", analiza el director de Public Affairs de Ipsos, Juan Pablo Ferrándiz. "Esta desintegración empieza en la derecha cuando Mariano Rajoy abandona inesperadamente el Gobierno en 2018, porque hasta entonces la derecha seguía unida para mantener el Gobierno".

En la aparición de Vox también influyó, según Ferrándiz, la debilidad del liderazgo de Pablo Casado, que no logró ser percibido como una opción ganadora frente a Pedro Sánchez. En la Comunidad de Madrid con Isabel Díaz Ayuso o en Andalucía, con Juanma Moreno Bonilla, las alternativas estaban claras y Vox cayó en la irrelevancia. La llegada de Alberto Núñez Feijóo, pese a lo que podría pensarse por la mayor contención de su discurso, ya ha dejado sus consecuencias. Y es que según el último CIS, "el 25% de los votantes de Vox hayan vuelto al PP, su casa matriz, porque ven a Feijóo más capacitado para gobernar que a Abascal", señala el sociólogo.

El 'síndrome de nuevo partido'

Uno de los motivos de la erosión de Vox también es inherente a su condición de nuevo partido, según detalla el politólogo y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid Pablo Simón, que describe parte de este proceso en un “síndrome de nuevos partidos”, que tienen dos dificultades: la fidelización del votante hacia la marca más allá del liderazgo, y la construcción de una organización fuerte con unas reglas claras, quizá el elemento más importante y donde las nuevas formaciones más han fallado. 

“Ante las discrepancias hay tres opciones: lealtad, crítica y escisión. Cuanto más valor tienen las siglas para ti, más antiguo eres en el partido y más claros son los procedimientos, más probable es que haya lealtad o crítica y menos escisión”, explica el profesor, que apunta a que los nuevos partidos tienen el poder muy centralizado y “la salida es más fácil porque las siglas significan menos”. Una circunstancia que hace de PP y PSOE formaciones más resistentes. “Susana Díaz perdió pero no se escindió, pero las tensiones internas si no están bien resueltas pueden acabar en escisión, como en Podemos”, añade Simón, en referencia al partido que fundó Iñigo Errejón. Esta falta de unas normas claras ha llevado al goteo de salidas de Vox desde su fundación, con guerras abiertas en numerosos territorios. Unas pugnas territoriales que pasaron desapercibidas a nivel nacional pero que han salido a la luz a raíz de la salida de Olona. 

Simón apunta a que el de Vox ha sido un problema de expectativas: “El partido había construido unas expectativas que no se ajustaban a la realidad, ganó diputados pero la sensación fue de fracaso. Si Olona hubiera sido vicepresidenta de Andalucía, nada de esto hubiera pasado”, avanza.  

Para la consultora y presidenta de la Asociación de Comunicación Política (ACOP), Verónica Fumanal, una de las razones en las que radica la erosión de Vox es su propio carácter derechista: “La radicalidad al final suele ser mal negocio, porque la polarización es un fenómeno que cada vez pide más y para captar la atención cada vez hay que ir más lejos”, resume. Y precisamente sería Olona la que representaría estos postulados más a la derecha de Vox, que consideran que el partido de Santiago Abascal se queda corto en sus tesis.

Los que apoyan a Olona son los que consideran que Vox se ha echado a perder, que ha dejado a escapar a uno de sus mejores activos

“Los que ahora mismo están apoyando a Olona son personas que consideran que de alguna manera Vox se ha echado perder y creen que su salida deja al partido sin uno de sus mayores activos, uno de los perfiles más duros y más implacables”. “La radicalización de las formaciones es un proceso que lleva a extremarse a ciertos electorados, que premian a quien sea más polémico y más implacable”. Y los contenidos viralizados en redes, en opinión de Fumanal, dan prueba de ello: “Hay multitud de estudios que muestran que las noticias más radicales y las más negativas son las más compartidas en redes”. 

'Below the line'

Las vías de difusión de estas fuerzas también tienen su papel. Desde su nacimiento, Vox hizo gala de estar fuera del circuito de las grandes cadenas e hizo valer su músculo en las redes sociales. Ahora, los partidarios de Olona utilizan este elemento también como estandarte y van más allá: además de acusar a los de Abascal de haber cambiado su discurso respecto a la televisión pública -de pedir el cierre de los canales autonómicos a replantearse algunas subvenciones-, estos activistas se mueven a través de canales de difusión que no cuentan con ningún tipo de filtro.

Algunos de estos activistas, después de que plataformas les clausurase las cuentas por incumplir las reglas o difundir información falsa, emplean las aplicaciones de mensajería como Telegram para llegar a grandes públicos. Con casi 200.000 seguidores, hay quien publica a través de estos canales todo tipo de contenido, imágenes de cuestionable proveniencia y difícilmente atribuibles o mensajes, en ocasiones dudosos, a los que se le concede veracidad.

Pero Ferrándiz se muestra escéptico respecto a que los apoyos recibidos por estos sectores se traduzcan finalmente en rédito electoral. "Durante el gobierno de Alberto Ruiz-Gallardón, estaba [Federico] Jiménez Losantos todas las mañanas diciendo que era mejor tirar el voto al río Manzanares que votarle. Gallardón encargaba estudios y no sólo no perdía sino que mejoraba", rememora Ferrándiz, que extrae la conclusión de que "a veces el entretenimiento se confunde con la capacidad de convencer" y que no siempre resulta influyente a la hora de votar. "Si no lo consiguió Jiménez Losantos en su esplendor, parece complicado que consigan influir activistas", sostiene el directivo de Ipsos. Uno de los argumentos es precisamente el momento de incertidumbre económica, un contexto en el que el votante suele ser más conservador y apostar por lo ya conocido.

“Donde mejor se mueve la ultraderecha es en estos canales, que permiten difundir chapapote mediático sin que nadie se dé cuenta”, continúa Fumanal. “Estas técnicas se llaman below the line porque pasan por debajo del radar”, explica. Es lo que está haciendo Meloni en Italia. “No ha dado una rueda de prensa desde que fue elegida porque no le ha hecho falta. No necesita a los medios de comunicación”; prosigue. Y sin embargo, ¿qué probabilidades hay de que estos movimientos tectónicos que apoyan a Olona acaben cristalizando en una candidatura? Para Fumanal no es una tarea sencilla y se requieren dos elementos: estrategia y financiación. Y quizá este último es el más importante de todos. 

Olona: dudas sobre su viabilidad

“Para hacer política hace falta dinero y Olona tendrá su espacio si consigue financiación”. Un elemento que podría convertirse en un corsé para las opciones de la dirigente. Además, necesitaría una estrategia clara poder obtener representación en las urnas. “Un éxito para ella sería simplemente entrar en las instituciones, obtener algún escaño, porque ya tendría visibilidad”. Y para eso habría de estudiar muy bien sus posibilidades electorales en cada circunscripción, que son muy desiguales en cuanto al peso del voto. En Ávila un partido puede lograr escaño con 17.000 papeletas. Muy lejos está Madrid, donde en las últimas elecciones generales Más País consiguió tan solo dos diputados con 200.000 votos. 

El efecto Olona amenaza además con ser pasajero. Al igual que otros dirigentes notables que salieron de sus respectivas formaciones, como pudiera ser el caso de Carolina Bescansa Iñigo Errejón, tuvieron mucha atracción mediática, “pero luego solo perviven los que mantienen su visibilidad o tienen cuota institucional. Y para eso necesitas tener un partido y un espacio”. 

Simón también se muestra cauto sobre el futuro proyecto que la dirigente está exhibiendo en Latinoamérica, y atribuye el ruido a una serie de factores, como “la conjunción de intereses para magnificar su figura por parte de descontentos de Vox, del PP para agravar la crisis del partido, y en la izquierda para sembrar cizaña. Todos tienen intereses en amplificar la idea de que puede ser competitiva”. 

Sin embargo, hay a día de hoy más dudas que certezas: “No sabemos cuántos apoyos tiene ni en qué se va a traducir, si en una organización, una asociación o un podcast”. Advierte Simón de que “el timing no es bueno”, ante la imposibilidad de lanzar un proyecto antes de las municipales y autonómicas de mayo. Del resultado que obtenga Vox entonces dependerá el papel que pueda ocupar Olona.