La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y el titular de Presidencia, Félix Bolaños, se han convertido en los altos cargos de más confianza del presidente del Gobierno y son, por ello, los encargados de coordinar prácticamente todas las negociaciones parlamentarias, señalan a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica, cuatro fuentes que durante esta semana han tenido diversas reuniones y conversaciones con ambos. El comienzo del trámite presupuestario ha iluminado sus protagonismos. Las fuentes añaden al secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, Rafael Simancas.

Hasta este viernes, las negociaciones más peliagudas han tenido lugar en el Senado, para sacar adelante la nueva ley de memoria democrática, ya en vigor, y en el Congreso, para salvar el decreto con medidas "anticrisis" del 1 de agosto. Ahora bien, el aterrizaje en las Cortes de los presupuestos de 2023 ha colocado al tridente Montero-Bolaños-Simancas ante su primer gran examen.

Se trata de una prueba difícil porque, además de la envergadura de lo que está en liza, ni más ni menos que la ley anual más importante, consta de varias fases. La primera, la de enmiendas a la totalidad, está superada antes incluso de que tenga lugar, la semana que viene (miércoles y jueves), pues gracias a gestiones discretas, ERC, PNV y EH Bildu han descartado vetos a las cuentas. Tramitación garantizada, por tanto.

A partir de ahora, se irán sucediendo las demás fases de la negociación, tan decisivas como la primera.

Misma maquinaria y casi los mismos ingenieros

A finales de noviembre, el pleno del Congreso deberá aprobar los presupuestos y enviarlos al Senado, en donde el Gobierno no puede bajar la guardia. El año pasado el PP tendió una trampa a través de una enmienda de la valenciana Compromís sobre la promoción de lenguas regionales minoritarias. El proyecto volvió a la Cámara Baja para recibir el sí definitivo el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes.

Entonces hubo en el PSOE quién cuestionó el manejo y la habilidad de los principales responsables de las relaciones con las Cortes. Discretas y escasas fueron las críticas, pero revelaron una sensación que empezó a mascullarse en privado. Al ministro de Presidencia y a su equipo de altos cargos les estaría haciendo mella la cantidad de encargos y funciones. Esta consideración cogió cuerpo. A la vez, trascendieron algunas disonancias en la coordinación de la dirección del grupo.

La maquinaria negociadora del Gobierno y del PSOE chirrió, y de qué manera, en la negociación de la ley del "sólo sí es sí". A punto estuvo la norma de caer por un barranco. El grupo socialista se propuso incluir una enmienda para endurecer el Código Penal y avanzar hacia la abolición de la prostitución. La propuesta no fue bien recibida por ningún aliado. El PP, inteligentemente (para sus intereses), jugó a la ambigüedad. Había un sector de los socialistas que sabía el plan de los populares y otro que no. A última hora de la tarde, tuvo que salir la entonces vicesecretaria general, Adriana Lastra, a dar una rueda de prensa para comunicar que retiraban la iniciativa.

Quedaron al aire dos cosas: que la comunicación interna fallaba y que se estaba librando una batalla sorda pero intensa en el seno del grupo parlamentario.

Las elecciones andaluzas del 19 de junio trajeron la catarsis. El presidente, además de estar molesto por esas dos lagunas, llevaba tiempo contrariado por la falta de empuje de la narrativa externa. Atajó todo con los nombramientos de María Jesús Montero como vicesecretaria general, de Patxi López como portavoz en el Congreso y de Pilar Alegría como portavoz de la Ejecutiva Federal.

Venta de logros

Antes de la catarsis era frecuente que un ministro o ministra capitalizara ciertos procesos parlamentarios, por ejemplo José Luis Escrivá con la norma de los planes de pensiones, pero la idea del presidente es que no vuelva a suceder, o que suceda lo menos posible, porque a veces no queda otra. Recientemente, la ministra de Sanidad, Carolina Darias, se arremangó para salvar la ley del sistema nacional de salud.

Sánchez, efectivamente, se ha propuesto evitar a toda costa la descoordinación que, no obstante, conviene remarcar, no ha sido una constante. Adriana Lastra (que está de baja desde su marcha, en julio, y que está votando telemáticamente debido a su embarazo) fue una figura preeminente en la investidura del presidente y después. Su conexión con Gabriel Rufián garantizó una relativa estabilidad parlamentaria. No menos relevante, pero sí más silenciosa, fue la sintonía que labró con EH Bildu.

En fin, que no había negociación en la que no participara, lo que se explicaba por la doble condición que ostentaba, vicesecretaria general y portavoz, y por el hilo directísimo que tenía con el presidente. Resultado: coordinación asegurada. (Hubo excepciones, no obstante, como aquella propuesta de resolución para derogar la reforma laboral que acordó, precisamente, con EH Bildu).

Ese hilo Moncloa-Ferraz-Carrera de San Jerónimo (la calle madrileña del Congreso) empezó a quebrarse tras el desastre de las elecciones madrileñas de mayo de 2021, que condujo al presidente a una profundísima reestructuración. Quiso que Lastra mantuviera la compatibilidad, pero ella no se vio capaz de aguantar tan elevado ritmo tanto tiempo. Influyen los intereses personales en política. Retuvo la vicesecretaría general, sí, pero no la portavocía, que recayó en Héctor Gómez.

El canario tenía capacidad oratoria y hambre política. Era un perfil idóneo. Sin embargo, tan sólo un año después, dejó de serlo. Síntoma de los problemas internos que había entre Moncloa, Ferraz y Carrera de San Jerónimo. El hilo se rompió. Confluyeron varias causas, desde los egos a una aritmética parlamentaria endiablada.

Patxi López entró en escena entonces, estamos en julio de 2022. Es posiblemente la figura con más predicamento en el PSOE junto a Sánchez y María Jesús Montero. A su trayectoria une una habilidad innata para animar a las filas propias. En el organigrama que el presidente tenía en la cabeza encajaba perfectamente.

Le pidieron, por tanto, que "vendiera" los logros del Gobierno y que ocasionalmente hiciera de "intermediario" entre la oposición y el Ejecutivo. Nada más. Sin problema, dijo, y en eso está.

Dos triángulos

Y he aquí, dos catarsis después, dos varapalos electorales después, la nueva estructura auspiciada por el presidente, que se puede ilustrar con dos triángulos.

El primero y más importante sería un isósceles. Un lado lo encarna María Jesús Montero, ministra de Hacienda, gran artífice de las cuentas y número dos del partido; el otro, Félix Bolaños, mano derecha del presidente, negociador para todo. El lado más corto para Rafael Simancas, fontanero parlamentario, dirigente leal.

Por fuera, un triángulo equilátero, cuyos lados forman las tres personas a las que Sánchez ha encargado la "venta" externa de los logros: Isabel Rodríguez, portavoz del Ejecutivo; Pilar Alegría, portavoz del partido; y López, portavoz del grupo parlamentario. Sánchez busca así que ese hilo Moncloa-Ferraz-Carrera de San Jerónimo vuelva a fluir directo y suelto, sin ruido.

Los presupuestos van a ser un test de estrés en toda regla. El tridente Montero-Bolaños-Simancas en la negociación; el Rodríguez-Alegría-López en la comunicación. De momento, primera prueba superada, ya que el debate de las enmiendas a la totalidad de la semana que viene será un mero trámite. El Gobierno consiguió este viernes que haya más diputados dispuestos a negociar las cuentas de 2023 que dispuestos a tumbarlas. 190 frente a 160, a priori. Los partidos clave, ERC, PNV y EH Bildu, no han registrado vetos, así que el estado de forma para afrontar la siguiente etapa, la del dictamen, a finales de noviembre, parece robusto. Los presupuestos, efectivamente, están más cerca.