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ETA

La madre de Irene Fernández, víctima de ETA: "La mataron a ella y mataron a la familia"

"Esta sociedad está muerta, no les importa", dice Ángeles Perera, indignada por el traslado al País Vasco de 'Txapote' y Asier Arzalluz, dos de los asesinos de su hija, guardia civil asturiana

María de los Ángeles Perera, en Gijón. Ángel González

El Gobierno está culminando el acercamiento al País Vasco de casi todos los presos de ETA, incluidos algunos de los más sangrientos, como Javier García Gaztelu, "Txapote", con 25 asesinatos a sus espaldas y sin ningún viso de arrepentimiento por el dolor causado. "Txapote" fue el etarra que trajo de Francia la bomba que costó la vida, el 11 de agosto de 2000 en Sallent de Gállego (Huesca) a la quirosana Irene Fernández Perera, de 32 años, y a su compañero de patrulla, el talaverano José Ángel de Jesús Encinas, de 22. Otro de los participantes en aquel atentado, Asier Arzalluz, acaba de ser acercado al País Vasco en la última remesa autorizada por el Ministerio del Interior.

María de los Ángeles Perera, madre de Irene Fernández, asiste indignada al fin de la política de dispersión de presos. "Es todo una trampa. Este Gobierno pactó con el diablo y ahora está obligado a acercarlos al País Vasco, para poder sacarlos a la calle entre vítores", dice esta mujer de 74 años, que todos los años acude a la ofrenda floral a los dos guardias asesinados en Sállent. "El año pasado, por la tarde, tuvo que regresar la Guardia Civil porque estaban tirando piedras a los retratos de Irene y José Ángel, y dando patadas a las flores", lamenta.

"Esta sociedad está muerta, no les importa. ‘Txapote’ ya anda por ahí tan fresco. Si otro llega a matar a 25, no saldría en la vida de la cárcel. ¿Por qué se anda con tantos miramientos con estos? Hay que sacarlos a la calle porque hay un compromiso", añade.

"Era la única hija que tenía, me he quedado solita. Después de ella, murieron mis padres. Al matarla a ella, mataron también a mi madre. Para mí fue una tragedia para el resto de mi vida. Pero tienes que seguir viviendo", dice. "No estoy en condiciones de perdonarlos. El perdón, si hay un Dios, que los perdone Él, pero yo no. Yo no olvido nada. Me acuerdo cada día de cómo me la quitaron de en medio. Todo el esfuerzo y la alegría, todo, se rompió una mañana del 11 de agosto de 2000. No podía creerlo. ¿Qué habían hecho? No podían acusarles de nada, eran tan jóvenes, no les dio tiempo a hacer daño a nadie", se lamenta.

Este año, como otros, asistió a los actos de la patrona de la Guardia Civil en el cuartel de Gijón, donde siempre la tratan con mucho cariño. "Se me puso un nudo en la garganta al ver desfilar a las guardias civiles. Pensé que igual podría haber estado allí mi hija", confiesa. Y le sigue dando vueltas a la palabra "perdón": "¿Cómo vas a perdonar? La mataron a ella y mataron a la familia".

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