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El carácter envuelto en seda de la jueza del Alvia

Discreta y tímida en apariencia, Elena Fernández Currás ejerce con firmeza y es tajante, pero guardando siempre las formas

La jueza Elena Fernández Currás. FDV

Con una treintena de años en su historial como jueza, Elena Fernández Currás se enfrenta al que es su caso más mediático: el juicio del Alvia. Discreta como es ella, según cuentan personas que la conocen bien, ahora se ha situado bajo el foco central, pues dirige el juzgado que sentenciará las responsabilidades del accidente ferroviario más grave de la democracia que ha dejado tras sí 80 fallecidos y 145 heridos. Parece tímida, apenas levanta la voz, pero no le falta carácter. Eso sí, envuelto en seda, porque las formas no las pierde y la “autoridad la ejerce con educación”, sostienen las mismas fuentes.

Tablas profesionales le sobran y aunque ha llevado juicios de cierta notoriedad, ninguno se le acerca ni de lejos al proceso por el siniestro del Alvia, una causa sin precedentes por su dimensión en la que participa más de un centenar de letrados y a los que hay que ordenar (en sus intervenciones, protestas, interrogatorios...) para que las sesiones no se eternicen ni se conviertan en un galimatías.

Más allá del ámbito judicial, su nombre ya era conocido en los medios de comunicación nacionales, también como magistrada del Juzgado de lo Penal número 2 de Santiago. Ella condenó a 190 años de cárcel en marzo de 2015 a José Manuel Fernández Castiñeiras, el electricista de la catedral compostelana que robó el Códice Calixtino. Pero no lo sentenció por apropiarse de la joya manuscrita del siglo XII, sino por sustraer durante años la correspondencia de 21 vecinos suyos en el municipio coruñés de Ames. Por entonces, el electricista ya era más que célebre, porque justo un mes antes había sido condenado por el robo del Códice, ya que fue en los registros tras detectarse que había hurtado el manuscrito cuando se descubrieron las cartas de sus vecinos de Milladoiro.

Nacida en 1966 y licenciada en Derecho por la Universidad de Santiago, es hermana de Marta Fernández Currás, la primera mujer interventora general de Galicia que también fue la primera conselleira de Facenda de Núñez Feijóo en la Xunta, aunque solo durante dos años, dado que “ascendió” a secretaria de Estado de Presupuestos y Gastos del Ministerio de Hacienda con Mariano Rajoy en La Moncloa.

Elena inició su andadura judicial en juzgados de Primera Instancia e Instrucción y promocionó a la categoría de magistrada hace más de dos décadas, lo que le llevó a plazas como la de Ourense, si bien el grueso de su carrera la ha hecho en Santiago, ahora al frente del Juzgado de lo Penal número 2. Quienes han coincidido con ella en sala destacan su “autoritas”, su rapidez de reacción y que es “tajante” en sus intervenciones, “pero dentro de las formas”. “No es descortés ni borde. No hay quejas de su trato profesional y es amable con los abogados, el fiscal e incluso con los justiciables, lo que no se puede decir de todos”, dicen de ella.

Pero también ponen en valor su diligencia, solvencia jurídica, “lo que da muchas garantías”, y su voluntad por estudiar en profundidad las causas que le tocan.

Desde principios de año está volcada con la macrocausa del Alvia ya que otro juez de apoyo se encarga de los asuntos ordinarios de su juzgado. Un par de detalles sucedidos en la primera sesión del juicio, en la que se abordan las cuestiones previas antes de entrar en materia, dan muestra de su nivel de compromiso. A una letrada de entre el centenar que el miércoles acudieron a la sala le soltó que ella no era la titular, a lo que la abogada respondió que, efectivamente, estaba sustituyendo a otra persona. Y poco después, cuando otro letrado estaba exponiendo una serie de consideraciones sobre el informe médico de una lesionada en el accidente, le corrigió para precisarle que esa víctima pertenecía al área sanitaria de Santiago y no a la de A Coruña.

Con más de un centenar de letrados, ese primer día dedicado a las cuestiones previas podía eternizarse, pero todo se resolvió bastante pronto, en gran parte por la actitud de los representantes legales (muchos de ellos no son gallegos y tienen otros compromisos, por lo que la premura es importante). En cualquier caso, la magistrada contribuyó a agilizar la sesión siendo tajante y firme, tirando a veces de ironía, pero sin levantar la voz.

No admito debates conmigo. Yo tengo que escuchar lo que dicen, pero ustedes a mí también”, les soltó un par de veces a los letrados, de la misma forma que evitó las réplicas y las contrarréplicas. “No debatan conmigo”, repite si es necesario.

Otras veces apeló a la ironía, como cuando varios letrados pedían estar acompañados e intervenir simultáneamente, algo que no se puede por falta de espacio y porque son ya más de un centenar. “Yo podría tener un juez de apoyo, pero no lo tengo. Y el fiscal también podría tener apoyo, pero no”. O cuando se discutía la validez de un montaje de vídeo aportado por Adif para poner el foco en la responsabilidad del maquinista, en el que se recreaban los momentos finales antes del accidente grabados desde la cabina de otro tren. “Desde luego que vi ese vídeo y la velocidad del tren no es de 200 kilómetros por hora”, dejó caer como quien no quiere la cosa.

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