Las relaciones entre Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal son casi inexistentes. Con la excepción de un intercambio de mensajes, los líderes de las dos fuerzas políticas de la derecha española ni tienen interlocución ni una relación fluida. Las elecciones en Andalucía supusieron un nuevo síntoma de ruptura tras la mayoría absoluta de Juanma Moreno, que logró evitar un segundo Gobierno de coalición con Vox. Era la prioridad del líder nacional popular, convencido de que esa cita debía servir para trasladar un mensaje contundente a los votantes de centro derecha: que el PP puede volver a gobernar en solitario.

Aunque el partido ultra creció en apoyos con respecto a 2018, los resultados quedaron muy lejos de sus expectativas, más teniendo en cuenta la apuesta que hicieron por Macarena Olona como candidata. Poco después de aquel fiasco y alegando "motivos de salud", la abogada del Estado anunció el viernes su marcha de la política. El reposicionamiento de Vox en el nuevo curso político, a partir de septiembre y con el mazazo que supone perder uno de sus rostros más conocidos y las heridas internas que probablemente deja, será clave para entender los próximos movimientos.

Del balance hecho por Santiago Abascal hace apenas unos días se pueden extraer algunas conclusiones. La principal es que Vox aspira a ser parte de esa “alternativa” al Gobierno actual de Pedro Sánchez y que dará la batalla de la oposición, situando al PP en ocasiones de ejercer una cierta complicidad con el Ejecutivo. “Vox es la única y verdadera oposición”, llegó a afirmar Abascal.

Lo que está por ver es si el partido ultra apostará por recrudecer su discurso ideológico ante un PP que considera más tibio con la llegada de Feijóo. Las relaciones entre Abascal y el expresidente popular, Pablo Casado, se habían deteriorado mucho. La interlocución de ambos también era nula, especialmente tras la moción de censura de 2020 que los ultra impulsaron contra Sánchez y tras la que se sintieron “insultados” por las palabras de Casado. Eso supuso un antes y un después y, por ese motivo, en el entorno de Abascal aseguraban que las cosas “no podían ir a peor” con la llegada del dirigente gallego.

A peor no han ido, pero tampoco parecen haber mejorado a pesar de ser socios en el Gobierno castellanoleonés. A nivel discursivo, Feijóo tiene un especial interés en marcar distancias con su rival por la derecha. Les separan muchas cosas, pero quizá el gallego está ahondando en esas diferencias. El discurso plenamente autonomista del líder del PP choca de lleno con una de las esencias de Vox, que sigue pensando que el Estado autonómico “solo ha traído ruina y egoísmo” a España. Feijóo, sin embargo, defiende sin matices las autonomías y, de hecho, internamente aplica también una delegación competencial en sus dirigentes.

Hasta el punto de que las injerencias de la dirección nacional en los territorios son mínimas (frente a la jerarquización absoluta que existe en Vox o la obsesión que sí tenía el equipo de Casado por controlar a los barones). Lo que ha exigido Feijóo a todos ellos son resultados en la próxima cita electoral, dejando claro que el baremo para decidir relevos o continuidades será, en esencia, lo que arrojen las urnas.

A la defensa del Estado autonómico se une una defensa del “bilingüismo cordial” en comunidades como Cataluña, donde Feijóo aspira a recuperar el voto perdido alejándose de un discurso duro y apelando al antiguo votante de CiU que ahora puede seguir sintiéndose huérfano. Aplicar las recetas de Galicia a otras comunidades como la catalana o Euskadi es lo que quiere hacer el líder del PP, y donde probablemente encontrará la oposición de Vox. Si algo repiten dirigentes de Abascal es que “ha vuelto la etapa de Rajoy” y la crítica más mencionada es la “tibieza” con la que el PP afronta la batalla cultural.

El líder de Vox, Santiago Abascal, hace balance del curso político.

De hecho, dirigentes de Vox aseguran que lo que quieren es “confrontar modelos”, lamentando que Feijóo no esté en el Congreso de los Diputados (es imposible hasta la próxima legislatura y por eso eligió ser senador por designación autonómica, para tener presencia así en las Cortes Generales). “Para nosotros es mejor que Feijóo hable e intervenga en los debates”, reflexionaba hace días un dirigente de la cúpula sobre el hecho de que no fuera a ser el dirigente gallego el que interviniera en el debate sobre el estado de la nación. “Es una pena, porque quedarían muchas cosas claras”, remataba el dirigente.

Vox está decidido a hacer visibles esas diferencias ideológicas y discursivas cuando pueda, pero también lleva semanas entrando de lleno en debates que hasta ahora estaban en un segundo plano, como el económico. Como publicó este diario, ya de cara al debate sobre el estado de la nación el líder ultra tenía pensado entrar al desgaste económico del Gobierno, asumiendo que los pactos con EH Bildu o leyes como la de memoria democrática siguen siendo prioridades para su electorado, pero no solo. Y menos con los nubarrones que todos los organismos señalan para el otoño. “Las prioridades de las familias y las pequeñas empresas son la inflación y llegar a fin de mes”, avanzaba un cargo de Vox. En el balance del curso político Abascal arrancó exactamente con esa idea, dejando a su discurso un peso notable del “desastre económico”.

Reunión diluida

Lo que sí habrá seguro a partir de septiembre será la primera reunión entre Feijóo y Abascal, pero será en la ronda de reuniones que el líder del PP quiere mantener con todas las fuerzas políticas con la excepción de la izquierda abertzale. 

Por eso, la esperada cita entre los dos líderes de la derecha (que en su día Abascal pedía y luego dejó de hacerlo) quedará diluida con las demás. Feijóo tiene más interés en el encuentro con Andoni Ortuzar, jefe del PNV, un partido al que el PP tiene especial interés en acercarse consciente de que será clave para llegar a la Moncloa.

En esas reuniones también está prevista una cita con Inés Arrimadas, con la que el líder popular acaba de cerrar su primer gran acuerdo presentando un recurso de inconstitucional conjunto contra el decreto lingüístico de la Generalitat.