La salida, en un tiempo plagado de incertidumbres, con la inflación, “enfermedad grave” de la economía, percutiendo severamente en la vida de todos los ciudadanos, será por la izquierda. Claramente por la izquierda. Pedro Sánchez imprime un giro evidente y sin matices en su acción de Gobierno en un momento crucial de la legislatura, a apenas año y medio de las elecciones generales, como fórmula magistral para relanzar el Ejecutivo e intentar sacar de la depresión a su base electoral. También para aliviar a esas “clases medias y trabajadoras” a las que tanto apela, la “mayoría social”, persiguiendo identificar al PP como el partido de una casta “privilegiada”. También para contrastar su modelo de gestión socialdemócrata con la de los populares. También para para cohesionar su propio Gabinete después de días, semanas de ruido y tensiones internas, asumiendo como propias propuestas de Unidas Podemos.

El presidente combinó este martes todos esos elementos en el arranque del debate del estado de la nación en el Congreso, el primero de su mandato, el primero en más de siete años, el número 26 de la historia del parlamentarismo en España. Sánchez quiso marcar la jornada en la Cámara baja, con una batería de medidas “de impacto”, como habían prometido en su equipo. Y, como juzgaban ministros y diputados, plenamente eufóricos, lo “consiguió”. “Tanto en el contenido como en la forma”. Por el calado de las iniciativas y porque estrenó un tono mucho más “empático” y “cercano”, haciéndose “cargo” en primera persona del sufrimiento de los ciudadanos. Poniéndole “alma” a la gestión del Ejecutivo, una sensibilidad que precisamente Yolanda Díaz decía echar en falta. Y mucha carga ideológica, como reconocían en la Moncloa. El objetivo perseguido con este debate, programado para convertirse en un punto de inflexión clave, es dar un vuelco al clima político, dominado por las encuestas favorables al PP, para recuperar la iniciativa, despertar e ilusionar al votante progresista.

Sánchez aseguró ante el Congreso que su Gobierno irá “a por todas” para combatir la inflación y las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania. Se dejará “la piel”, dijo. Y a partir de ahí desgranó un rosario de medidas. Cuatro de ellas, las más significativas. Uno, el anunciado impuesto a las grandes eléctricas, gasistas y petroleras, por dos ejercicios (gravará los beneficios de 2022 y 2023), que le permitirá recaudar 2.000 millones más al año. Dos, un nuevo impuesto a la banca, también por los mismos dos ejercicios, y con el que Estado ingresará 1.500 millones anuales. En total, por los dos recargos, “excepcionales y temporales”, Hacienda cobrará 7.000 millones extra. Se tramitarán vía proposición de ley firmada por PSOE y Unidas Podemos para que la tramitación sea más ágil y discurra en paralelo a la de los Presupuestos de 2023, cuya negociación, presumiblemente, favorecerá.

Tercera medida. Gratuidad de los abonos de Renfe de Cercanías, Rodalies y media distancia, del 1 de septiembre al 31 de septiembre de 2022. La bonificación ya no será del 50% previsto, sino del 100%. Y cuarta: beca complementaria de 100 euros mensuales para todos los estudiantes mayores de 16 años que ya disfrutan de una beca, en torno a un millón (por lo que el coste para el Estado se elevará a unos 400 millones de euros), para que ningún alumno abandone sus estudios por razones económicas. El Gobierno pretende, por un lado, fomentar el transporte público para reducir la factura energética, y por otro, erosionar al PP al subrayar la diferencia con las becas para “clases medias” de Isabel Díaz Ayuso, dirigidas a rentas familiares de más de 100.000 euros, una decisión, la de la presidenta madrileña, del gusto de Vox que ha sublevado a la izquierda y hasta a la escuela concertada.

"No quieren oírnos hablar de lo que va bien"

Sánchez sumó otras muchas pedidas para incidir en el mensaje de que al Gobierno le queda aún mucha tarea por hacer y no habrá anticipo electoral. Leyes de movilidad sostenible, de industria, de mecenazgo, de protección del informante en casos de corrupción, contra la trata, contra la discriminación racial, de regulación de los ‘lobbies’, de secretos oficiales… También se creará finalmente el Centro Estatal de Salud Pública para atender mejor las emergencias sanitarias, se lanzará el programa Código Escuela 4.0 para desarrollar las competencias en programación y robótica de los niños de Infantil, Primaria y ESO y se desbloqueará de manera “inmediata” la ‘operación Campamento’ en Madrid, para construir 12.000 viviendas (el 60%, públicas). En otras palabras, lo que el presidente estaba anunciando era el relanzamiento de la agenda nítidamente progresista.

El presidente huyó de triunfalismo durante su discurso, de algo menos de hora y media [aquí en PDF]. Se decantó por un diagnóstico “realista”, hasta con pequeñas dosis de autocrítica. “Los españoles no quieren oírnos hablar de lo que va bien ni de lo que hemos hecho bien. Quieren que nos centremos en lo que está mal y que les expliquemos qué medidas estamos adoptando para solucionarlo”, señaló, un ejercicio de contrición tributario del pésimo resultado del PSOE (y del conjunto de la izquierda) en las elecciones andaluzas del 19-J que han impulsado el giro definitivo del Ejecutivo. Sánchez insistió en que sabe del sufrimiento de los ciudadanos, que no le pone paños calientes, que se hace “cargo” de él. “Y no me voy a ir por las ramas. El gran reto que hoy tiene España se llama inflación”. Y no valen soluciones "falsas, engañosas o injustas", insistió, que son las de un "curandero" (léase el PP). Ni se puede subsanar la situación de un "plumazo".

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El Congreso acoge el primer debate sobre el estado de la nación en siete años David Castro

La guerra de Ucrania, cuya duración será larga pero aún es una incógnita, empantana y ensombrece el escenario, pero a su juicio tampoco cabe el absoluto pesimismo de los populares: cuando hay dificultades, "siempre aparecen siempre los mismos: los traficantes del miedo, los profetas de la catástrofe. Sostienen que todo está mal, que el país se hunde. No analizan los problemas, sino que los distorsionan para extender el miedo y así mercadear con sus falsas soluciones". Sánchez propone "no tener miedo al miedo", pide a los ciudadanos que les "roben la confianza", que no duden de la "capacidad de España para sobreponerse a esta prueba", porque es un "país resistente, combativo" y porque saldrá "fortalecido".

Claridad y medidas “eficaces” y “fáciles de entender” es lo que perseguía la Moncloa a la hora de diseñar este debate. Que un ciudadano (y la oposición) comprendiera a la primera qué persigue el Gobierno y a quién mira para repartir las cargas. “Estaremos del lado de quienes más necesitan el auxilio de los poderes públicos aunque al hacerlo incomodemos a los más poderosos. Este es mi empeño, vamos a ir a por todas”, verbalizó Sánchez, hilando con ese discurso más a la izquierda que hizo asomar apenas unos días después del 19-J y que este debate de la nación consagró como marca de final de legislatura.

La primera reacción tangible vino de la bolsa: los bancos cayeron este martes un 8,6% tras el anuncio del impuesto extraordinario. “Algunos han captado el mensaje”, señalaban en la Moncloa, “y las cosas se resituarán”. “¿La gente no va a entender que recaudemos 1.500 millones cuando en 2021 la gran banca tuvo 20.000 millones de beneficio?”, se preguntaba una ministra. En el Ejecutivo y en Ferraz se insistía en que ese giro hacia la "socialdemocracia pura" no implica la desatención del centro en este momento, ya que otros países están implantando medidas similares: Mario Draghi, "poco sospechoso" de izquierdismo, recordaba un diputado, ya ha aprobado en Italia el gravamen a las eléctricas, y este martes el Gobierno liberal de Bélgica anunció un impuesto del 25% a las energéticas similar al propuesto por Sánchez para los beneficios 'windfall' (caídos del cielo).

Un PP "desarbolado"

El discurso de Sánchez sirvió para levantar el ánimo a los suyos (lo probaba la celebración inmediata de la bancada socialista), aquietar el ruido en la coalición y amansar a los socios. Unidas Podemos no tuvo reparos en calificar de “valientes” las medidas anunciadas (la crítica al Ejecutivo vino por la trágica muerte de 37 inmigrantes en la valla de Melilla), y ERC incluso aplaudió que el presidente se hubiera “levantado de izquierdas”. Lo cierto es que la Moncloa pilotó con total reserva, para evitar filtraciones, el contenido de la intervención de Sánchez: los morados tenían nociones de la filosofía del discurso, pero desconocían las iniciativas concretas que el presidente iba a anunciar en tribuna. En este caso apenas importó porque les gustaron. Habían servido para “cohesionar” al Ejecutivo, insistían en el equipo del líder. Más aún: lo que hizo el presidente fue robar a sus socios de UP la bandera del impuesto a la banca y a las eléctricas, dos propuestas señeras, con las que habían presionado.

En la Moncloa sentían que habían ganado el debate ya desde la mañana, tras la alocución inicial del presidente, preparada durante semanas y supervisada de manera directa por él. Pero esa sensación se reforzó, a su juicio, al escuchar a un PP "desarbolado", advertían, al que cogieron con el pie cambiado. Cuca Gamarra, con un Alberto Núñez Feijóo a su vera de convidado de piedra (no podía intervenir, al ser senador y no diputado) se enredó una vez más con ETA y con las víctimas del terrorismo, prueba para el Gobierno de que los populares “tienen poco que aportar”, poca “alternativa” y “pocos argumentos”.

Sánchez presionó para que Gamarra desvelara la opinión de su partido sobre los dos nuevos impuestos. Sin éxito, y eso le valió, junto con el recuerdo de Ayuso, para acusarle de defender “no al 95% de los ciudadanos, sino a un 5% de privilegiados”. Y de paso, en el curso de una dúplica más vibrante que en la primera respuesta, puso en pie a su bancada al reprochar al PP que usara al fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba para sacar “rédito” del terrorismo, como ya hiciera hace años cuando ETA aún mataba. La segunda enganchada de la tarde llegó con el republicano Gabriel Rufián, cuando exhibió tres balas por la crisis de Melilla. Gesto que irritó enormemente al presidente: “Se ha equivocado gravemente. Es un error imperdonable”.

Los parlamentarios socialistas respiraban. Habían visto "muy bien" a su jefe, se sentían reconfortados. Había matices, claro. Algunos, por ejemplo, pedían que se perfilara algo más la medida de la gratuidad del tren, para que también se extendiera a las líneas de alta velocidad en la España interior en la que no hay Cercanías. “Este martes lo hemos ganado todo. Luego quién sabe si perderemos en las urnas. Pero no hemos dejado flancos abiertos. Los nuestros están eufóricos”, decía un diputado socialista, retratando una impresión que muchos compartían. Tras acumular semanas de depresión, descollaba la esperanza. El chute de energía que necesitaba imperiosamente el partido para afrontar la recta final de la legislatura.