Parece que Pedro Sánchez tiene entre ceja y ceja conseguir que los debates en el Congreso no le dejen secuelas políticas. Es lógico y lícito, y hay varias formas de lograrlo. Algunas de ellas tiene que ver con la habilidad oratoria, con la formulación de propuestas, con tomar la iniciativa. Ser miembro del Gobierno da ventajas, las ventajas de manejar el Boletín Oficial del Estado (BOE). Así lo publica El Periódico de España.

Pero hay otras formas de sacar rédito político de los debates: las que tienen que ver con el aprovechamiento de ciertos vacíos reglamentarios.

El artículo 4 de la ley por la que se regula la Comisión Mixta para la Unión Europea, de 1994, establece que el Ejecutivo comparecerá ante el pleno del Congreso "con posterioridad a cada Consejo Europeo, ordinario o extraordinario, para informar sobre lo allí decidido y mantener un debate con los Grupos Parlamentarios". No se especifica en ningún lado que tenga que ser el presidente el que se enfrente a la oposición, pero es costumbre que así sea. Tampoco se concreta en ningún lado que deba hacerse en el día "x" posterior a los consejos, lo que permite al Gobierno jugar con el contexto y con la oportunidad política. Ha habido comparecencias al respecto un mes después o varias semanas, o justo después, como será el caso de la sesión plenaria del 30 de marzo.

Y tampoco ninguna ley, artículo o resolución determina que durante el debate sólo se tengan que tratar los asuntos aprobados o discutidos por los Estados que integran la UE. Pueden mezclarse temas. El Gobierno ha decidido que la sesión del miércoles que viene sirva además para confrontar las posturas políticas respecto al Sáhara Occidental y a la aparente nueva era de relaciones con Marruecos. No es un tema de trazo grueso ni de detalles. Que se lo digan al portavoz del PNVAitor Esteban, que hace apenas unos días expresó su indignación por la inflexibilidad con los tiempos de intervención que estaba mostrando con él el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores, el diputado socialista Pau Marí-Klose.

El enfado del portavoz vasco

El encontronazo sucedió el miércoles pasado. El ministro José Manuel Albares compareció ante la citada Comisión para explicar por qué España abandonó la neutralidad en el conflicto territorial que desde hace más de 45 años enfrenta a Marruecos, Argelia y al Frente Polisario. La nueva posición es el alineamiento con el reino de Mohammed VI y con su plan autonomista. "Dejar de ser espectador" fue la consigna más repetida por el jefe de la diplomacia española. También usó como argumento el apoyo al enviado especial de Naciones Unidas, Staffan de Mistura, quien en noviembre asumió el cargo.

Nada de esto aplacó las críticas de la oposición, de ningún grupo, de hecho. El socio de Gobierno, Unidas Podemos, no eludió ni el tono de protesta ni el de incomodidad. Nada, sin embargo, comparado con el de Esteban. "Cuando vaya a Rabat, no olvide que va con el rechazo de todo el Congreso", espetó a Albares. Luego, se encaró con el presidente de la Comisión, que le apremiaba a acabar. El portavoz del PNV se revolvió y proclamó que un debate así no podía solventarse en tan poco tiempo, por lo que pidió flexibilidad. Como no la tuvo, a pesar de lo cual continuó, el diputado fue advertido con una llamada al orden. "Antes de la tercera tengo tiempo de terminar", desafió Aitor Esteban, quien sabe de sobra que tres llamadas suponen la expulsión.

No llegaron a tanto, pero el diputado vasco cerró su segunda intervención, la de réplica, con un "ya está, joder".

Otro debate "ómnibus"

Antes de que el jefe del grupo del PNV en el Congreso protagonizara el momento de la Comisión de Asuntos Exteriores, protagonizó otro la víspera. En la Junta de Portavoces tuvo una discusión árida con la presidenta de la Cámara, Meritxell Batet. Pidió un cambio en el orden del día del pleno para incluir la comparecencia de Sánchez sobre el giro de posición en el contencioso territorial del Sáhara Occidental. Lo justificó en las dos peticiones registradas para ello: una del PP y otra de numerosos grupos, entre ellos el suyo. No se produjo tal cambio en la agenda semanal porque no hubo unanimidad al respecto. Esteban salió de la Junta indignado. Pero no era la única razón; hay dos más.

La primera: fuentes de su entorno explicaron a este medio que su enfado nace en el momento en que se entera por la prensa de que Rabat ha filtrado parte de una carta en la Sánchez confirmaba, directamente al rey de Marruecos, su giro histórico. Ningún partido con presencia en el Congreso estaba al tanto. Descortesías así Esteban las lleva fatal, sobre todo si el PNV es considerado un aliado prioritario, como en más de una ocasión han manifestado diferentes ministros y ministras.

La segunda: fuentes de varios grupos parlamentarios informaron a El Periódico de España que también incomodó a los portavoces la idea del Gobierno de incluir en el orden del día del próximo pleno, el de la semana que viene, la comparecencia del presidente sobre los asuntos tratados en el Consejo Europeo, y aprovechar el lance para debatir sobre el Sáhara. Se avecinaba otro debate "ómnibus" (por su parecido con las leyes ómnibus que combinan asuntos muy diferentes entre ellos), luego confirmado.

Circularon entonces una crítica meramente política, la pretensión de diluir en la mezcla la cuestión más espinosa, y así, eludir daños políticos considerables, y otra más técnica, el reparto de los tiempos entre los grupos de la oposición.

Contar mucho en 25 minutos

No era la primera vez que lo hacía el Gobierno. Con motivo del largo de estado de alarma que llegó hasta mayo de 2021, el PSOE y ERC acordaron que cada dos meses se produjera una comparecencia de Pedro Sánchez para explicar la evolución de las medidas sanitarias y de sus efectos en la población. Como ejemplo, la del 16 de diciembre de 2020, que versó sobre el consejo europeo de días atrás, pero también sobre el estado de la pandemia en España. El 30 de marzo se va a vivir en la Cámara un debate con formato parecido.

La Junta de Portavoces del martes próximo tasará los tiempos de intervención de los portavoces de la oposición, que previsiblemente se distribuirán en dos turnos: uno inicial de 20 minutos y otro, de réplica, de 5. Hasta la fecha, han sido estos los tiempos. Sánchez, como presidente, no tiene límite de tiempo.

He aquí el otro gran motivo de enfado entre los grupos. Ya no es sólo la falta de información previa sobre el Sáhara. Ya no es sólo que el jefe del Ejecutivo confronte con los partidos 12 días después de conocerse el viraje, en vez de haberlo hecho antes o justo después. Es, además, que sus contrincantes en el debate no podrán dedicar mucho tiempo a ello.

O podrán dedicárselo, pero a costa del otro gran asunto a debatir: el resultado del último Consejo Europeo, celebrados el jueves y el viernes pasados y del que el presidente salió más que satisfecho porque logró, al menos, su plan B. No pudo orquestar una respuesta unitaria de los Estados de la Unión para desacoplar el gas de la factura eléctrica, pero sí consiguió el plácet para diseñar, junto con Portugal, un modelo "ibérico" que ponga un límite al coste del gas.

"Si a mí me dieran 20 minutos para hablar sobre el Sáhara y otros 20 para hablar sobre los acuerdos europeos, no tendría problema, pero voy a tener que repartir mi tiempo entre dos asuntos de enorme trascendencia", resumía un diputado afectado. Su caso no es el que saldrá peor parado porque los representantes de los partidos asociados en un mismo grupo dispondrán aún de menos tiempo. Íñigo Errejón, por ejemplo, líder de Más País, formación integrada en el Grupo Plural junto a JxCat, PDeCAT, Compromís y BNG, contará con turnos de 5 y 1 minutos, respectivamente.

Seis minutos para hablar de una crisis energética y de una decisión histórica.