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Juego de Tronos

Rivera, exhibicionista de principio a fin

Albert Rivera, en el cartel electoral de Ciutadans.

Albert Rivera ha narrado en directo su despido del bufete de abogados Martínez Echevarría, la puerta giratoria que le sacó de la política tras hundir a su partido en unas elecciones que indirectamente convocó él. Rivera resume la última década de la política catalana y española: espectacularidad, vacuidad ideológica, liderazgo narcisista, tacticismo a golpe de tuit, demagogia a raudales y, al final, la nada después de hinchar un enorme globo de humo. La trayectoria no es muy diferente a la de Podemos (en el otro extremo del arco ideológico) o del procesismo (en el otro extremo del arco nacionalista) ni siquiera del colauismo que se las da de revolucionario. Y muy paralela a la de Vox, con quien comparte ese estilo de chulillo de Pedralbes o del barrio de Salamanca. España y Cataluña han dejado la regeneración en manos de los peores. De manera que, tras una década de alquimia, el emérito (como imagen de la impunidad acumulada al amparo de la transición) goza de mejor salud que sus adversarios. Rivera es el espejo de una época que puede acabar este domingo en Castilla y León, de la que no son solo responsables los políticos sino también algunos alquimistas de la derecha y de la izquierda que ahora sienten añoranza de los líderes que la verborrea de Rivera e Iglesias se llevó por delante.

Su primer desnudo

Rivera fue en su momento el resultado de una juerga en el restaurante Taxidermista de la gauche divine barcelonesa, herida porque Pascual Maragall no les daba desde la Generalitat el mismo mimo que les dio en la era olímpica. Tras una patética visita a la plaza Sant Jaume, se vinieron arriba y encontraron quién les pagara la fiesta para animar la política catalana de la era posterior al Estatut de 2006. Nunca se aclaró cómo eligieron a Rivera para liderar la cosa. Un joven de La Garriga, cuya familia había salido de la indigencia pero que acabó pagándole una carrera en una universidad privada en la que destacó más como polemista que como intelectual. Y de polemista se ha ganado la vida. Su éxito se ha basado siempre en decir cosas que no decía nadie. Según él, porque tenían miedo. A menudo, simplemente porque eran barbaridades. Pero a cierta intelectualidad y a cierto empresariado siempre les hizo gracia porque soltaba en el Parlament lo que ellos decían en las sobremesas cargadas de alcohol y tabaco. Además, Rivera estaba dispuesto a todo. Y empezó por desnudarse en su primera campaña electoral. Sin duda, era un tipo más divertido que Montilla y Mas, la pareja de sosos que entonces lideraba la centralidad catalana.

El Podemos de derechas

Josep Oliu, que es mucho mejor banquero que politólogo, inspiró el salto de Rivera y de Ciudadanos a la política española cuando dijo aquello de que se necesitaba un "Podemos de derechas", es decir, alguien que rompiera con la transición desde el otro extremo. De manera que el nudista Rivera no dudó ni un momento en transvestirse y pasó de ser un socialdemócrata antinacionalista a ser un liberal españolista. Explotó como una botella de gaseosa y se hizo grande al amparo de otro soso, Mariano Rajoy y de su incapacidad para soportar el dolor de curar ninguna herida, especialmente las de la corrupción de su partido. Pero la inconsistencia tiene mucho peor remedio que la desnudez. En el momento decisivo, Rivera, igual que el Podemos de izquierdas, falló y pereció enredado en el fuego cruzado del PP, la patronal y el Madrid de los negocios y de los medios. Rivera hacía gracia para la sobremesa, pero la comida era cosa de los de siempre con las lógicas de siempre. Y políticamente, se suicidó antes de que le decapitaran en un subidón psicotrópico que le llevó a pensar que podría ser presidente de un gobierno de coalición con el PP de palmero. Nunca entendió que Oliu y los suyos querían un comparsa, no un actor principal.

La política no es la vida

Gracias a la política, Rivera tuvo una currículum profesional fulgurante: su primer trabajo fue de pasante, y el segundo de presidente de despacho de abogados. Y creyó que en la empresa también se podía vivir con un par de ocurrencias a la semana que su fiel escudero José María Villegas (esa sombra de la que no sabemos nada) pasaría a limpio. Lo más significativo de esta salida es que responde a la trayectoria del personaje: el exhibicionismo como túnica de un alma desnuda de principios y de ideas. Y todo rodeado de un narcisismo exuberante que aspira a hacernos que compartir despacho de abogados le equipara a los mejores ejecutivos de Europa. Esperemos que los alquimistas también hayan aprendido la lección.

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