En las elecciones andaluzas Ciudadanos se juega el ser o no ser. El partido naranja, que después de desaparecer en Madrid se quedó al borde del abismo, afronta la cita andaluza como la última esperanza de sobrevivir políticamente, aunque sufra una enorme pérdida de apoyo. La cuestión es si consigue representación y si es decisivo. Andalucía está en precampaña, aunque la gran incógnita del calendario sigue sin conocerse: urnas en junio u octubre. Precisamente por el ambiente preelectoral, el partido de Inés Arrimadas decidió poner en marcha un proceso de primarias que tenía pensado celebrar antes de que terminara el año.

Las críticas por la fórmula exprés (implantada ya en tiempos de Albert Rivera y que tantos reproches ha cosechado durante años) se repitieron. Apenas dos días para registrar candidaturas, otros dos (el fin de semana) para hacer campaña y el lunes y martes de la próxima semana, la votación. La dirección nacional justifica las prisas: los candidatos no necesitan recoger avales y cualquier afiliado con seis meses de antigüedad y al corriente de pago puede presentarse.

Finalmente concurrirán once candidatos a la carrera, incluido Juan Marín, vicepresidente de la Junta. Pero el proceso de primarias ya está envenenado. El único rival de peso es Francisco Carrillo, diputado autonómico andaluz y que desde hace meses lidera las críticas a la cúpula naranja (en la que siempre quiso estar) y las decisiones políticas de Arrimadas. Aún así, decidió no abandonar las filas como hicieron otros cargos previamente, también bien conectados con Fran Hervías (ex secretario de Organización que ahora trabaja para el PP).

La Comisión de Garantías del partido puso en cuarentena la candidatura de Carrillo por no cumplir con uno de los requisitos previsto en los estatutos: la contribución del 8% de su sueldo como cargo público a las arcas naranjas. El entorno del diputado tachó de “amaño” las primarias y aseguró que la dirección maniobraba para evitar que se presentara. 

El siguiente paso fue depositar ante notario la cuantía debida (4.000 euros) para que la formación pudiera cobrar en caso de cumplir con varias condiciones: dar luz verde a su candidatura y acreditar que el resto de candidatos también han cumplido con las obligaciones económicas. Todas las miradas se dirigían a Marín, poniendo en duda que el vicepresidente haya pagado las cuotas debidas. En la dirección, la indignación no tardó en llegar: “Todo esto es un numerito. Si paga lo que debe no tiene ningún problema”. Y finalmente así lo hizo, confirmando el pago ya el sábado por la mañana.

Los chats internos y las redes sociales empezaron a estallar empañando un proceso que hace mucho daño al partido. Marín es el vicepresidente de la Junta y después de que la consejera de Igualdad, Rocío Ruiz, renunciara a disputarle las primarias (la dirigente sí representaba un peligro real para el candidato oficialista) el camino debía haber sido un paseo militar. 

Y, sin embargo, no sólo no lo será, sino que se ha vuelto en contra de la formación. Inevitablemente la situación recuerda a otro capítulo negro como el de las primarias de Castilla y León de 2019 que enfrentaron al hoy vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, y la expresidenta de las Cortes castellanoleonesas, Silvia Clemente, que saltó de la noche a la mañana del PP a Ciudadanos. El denominado “pucherazo” que Igea peleó y que acabó con una paz impostada gracias a que Clemente terminara saliendo del partido.

El resto de candidatos no tienen, en principio, posibilidades contra Marín. Pero la concurrencia y la polémica desatada con Carrillo garantizan sombras en todo el proceso y la escenificación de una ruptura más que evidente dentro del partido en Andalucía, que ya lleva sufriendo estragos mucho tiempo. Dirigentes de la cúpula no descartan más movimientos a lo largo de las próximas semanas y son conscientes de que Carrillo podría abrir nuevas fugas de agua.

Para la dirección el objetivo de las primarias no era otro que oficializar la candidatura naranja a la Junta mientras suenan tambores de adelanto electoral. Y, como es obvio, reforzar la figura de Marín de cara a una campaña decisiva. Con independencia de si se abrirán negociaciones con el PP para intentar algún tipo de acuerdo o si el partido naranja luchará por su autonomía y conseguir representación en solitario, Ciudadanos reconoce que necesita margen para prepararse. El mazazo de Madrid el pasado mayo fue todavía más grande que el de los 10 diputados en la repetición de las generales y caer en Andalucía constataría prácticamente la muerte política del proyecto liberal.

La estrategia de Arrimadas es distinta a la última que trazó su predecesor y ha abandonado cualquier ambición de ser un gran partido. La postura de la líder naranja es la de que existe un partido de centro distinto al de PP y, por supuesto, al de PSOE, con el que un nicho de votantes se siente representado. En el entorno de la presidenta aseguran que no es necesario tener muchos diputados, sino tener los suficientes como para influir. Y la hoja de ruta pasa por sobrevivir con grupos pequeños en parlamentos autonómicos e incluso en el Congreso de los Diputados donde otros partidos con un puñado de diputados, por ejemplo el PNV, tienen un gran poder de decisión. 

Las encuestas, por ahora, no avalan esa posibilidad. Las más optimistas son las andaluzas donde la barrera para obtener representación se sitúa en el 3% del voto, a diferencia de Madrid que tiene un corte del 5%. Esa es la otra gran esperanza para los naranjas, que el año que viene, sin posibilidad de retraso, afrontará su juicio electoral.