La pregunta se repite entre dirigentes y diputados de toda España. De Madrid a Andalucía, Galicia o Castilla y León. “¿Cómo han llegado hasta aquí?”. La guerra abierta por controlar el PP de Madrid no sólo es la mayor crisis interna que Pablo Casado ha afrontado como presidente nacional. Tampoco es únicamente un pulso contra la dirección nacional. Es un asunto mucho más delicado, que trasciende las intrigas habituales dentro de los partidos, las luchas intestinas y la gestión de los egos. Es un asunto personal, que ha dañado una amistad de muchos años y que para los implicados se ha tornado en dolor y decepción

Solo esto explica la dimensión que ha adquirido el conflicto —a día de hoy irresoluble— y que, aunque se compara con otros que ocurrieron antes (Gallardón y Aguirre o Cospedal y Sáenz de Santamaría) hace difícil un diagnóstico acertado. Y sin diagnóstico, coinciden algunos dirigentes veteranos, no hay solución posible.

En la crisis de Madrid se mezclan muchas cosas del pasado. Casado e Isabel Díaz Ayuso se hicieron amigos hace casi dos décadas. Eran los ‘Esperanza Boys’ junto a Ana Camins, Ángel Carromero, y otros como Diego Sanjuanbenito (hoy jefe de gabinete de Casado) o Germán Alcayde, que también pasó por Nuevas Generaciones. El hoy presidente nacional aterrizó como líder de las juventudes populares en 2005. Trabajando en el gabinete de José María Aznar recorrió medio mundo hasta empezar su andadura como diputado nacional en 2011, ya con Mariano Rajoy. En ese tiempo la amistad con el resto del grupo de Nuevas Generaciones se consolidó mucho. De ahí, que hasta hace prácticamente un año, todos insistieran en recalcar que eran “una piña”.

Cuando los problemas con Ayuso, en pleno auge político de la presidenta, empezaron a surgir, la respuesta siempre era la misma. Especialmente desde el entorno de Casado: “No se van a separar. No se van a pelear. Son amiguísimos. Esto no les va a afectar”. Al final ocurrió. Algunas personas de la confianza del presidente se preguntan si debieron intentar “frenarlo todo antes”.

En la Asamblea madrileña y en la cúpula popular empezaron a apreciar “gestos” y “movimientos” tiempo atrás. La agenda nacional de Ayuso iba en aumento y se producían “contraprogramaciones” que muchos criticaban en la formación. Casado insistió en que no se podrían abrir conflictos absurdos, renegaba de las “habladurías” y mantenía un hilo directo con la presidenta que hace ya unas semanas se cortó de manera radical.

El principio y la llegada de MAR

Casado nombró a Ayuso candidata a la Comunidad en 2019 con un partido roto en Madrid. El caso de Cristina Cifuentes y la marcha de Esperanza Aguirre (tras quedarse en la oposición y llegar Manuela Carmena al Palacio de Cibeles), sumado a la moción de censura que sacó al PP de la Moncloa, dejó a la formación hecha añicos.

Las quinielas se dispararon y la mitad de los exministros de Rajoy llegaron a sonar como candidatos. Al final, el presidente (que apenas llevaba unos meses en el cargo) apostó por dos desconocidos. La candidatura de Ayuso, como la de José Luis Martínez Almeida en menor medida, levantó ampollas en todos los sectores del PP. No fueron sólo los barones. También el PP de Madrid, muchos alcaldes de la Comunidad, diputados en el Congreso. Incluso Cayetana Álvarez de Toledo dijo que era una “temeridad”, aunque después cambió de opinión. Ya en la campaña electoral Miguel Ángel Rodríguez estuvo muy activo. Participaba en las reuniones de la primera planta de Génova y eran habituales los sanedrines en su casa. No sólo acudía Ayuso, sino otras personas del PP madrileño con las que hoy no puede ni verse.

Ayuso logró gobernar con el peor resultado que nunca había obtenido el PP de la mano de Ciudadanos. Era verano de 2019 y la amistad con Casado seguía intacta. Ya en enero la presidenta de la Comunidad fichó oficialmente a Rodríguez como jefe de gabinete, con el objetivo de frenar al partido naranja en la coalición. La pandemia no tardó mucho en llegar. Los meses duros continuaron. La gestión de Ayuso fue cuestionada abiertamente, también por dirigentes del PP. Fue un tiempo largo en el que la presidenta regional “se sintió y estuvo muy sola”, como recuerdan en su entorno, dejando entrever que Génova tampoco dio su apoyo en algunos momentos.

La visión en la dirección nacional es la contraria. También en el PP de Madrid. Ambos insisten en que durante esos meses Casado sacó la cabeza por ella siempre y la acompañó incluso en decisiones que se cuestionaban por todos los flancos. “Eso ya se le ha olvidado. O le han hecho que se le olvidara”, comentan distintos dirigentes.

Es cierto que en el verano de 2020 se celebraron dos campañas electorales simultáneas: la del País Vasco y la de Galicia, donde Feijóo sacó su cuarta mayoría absoluta. Ayuso no estuvo invitada a participar en unos actos que de por sí eran muy extraños, en plena pandemia. “Casado se siguió volcando con ella en esos días. Participó en actos en Madrid a pesar de las campañas y estuvo con ella sabiendo que la situación era complicada y que en otros territorios no contaban con ella”, insisten dentro del PP.

Cuando todo se estropeó

Tras semanas en las que la bronca interna del gobierno madrileño no cesaba (Ciudadanos incluso mantenía reuniones bilaterales con el Ministerio de Sanidad y discrepaba de las decisiones de Ayuso públicamente), en octubre el Gobierno central decretó un estado de alarma específico y unilateral para la región madrileña. A partir de ese momento, coinciden algunos dirigentes populares, la presidenta de la Comunidad se empoderó y empezó un ascenso que aún no tiene fin. Su labor de oposición contra Sánchez se recrudeció y su agenda nacional creció sin parar.

Ya había amagado antes con un adelanto electoral persiguiendo el gobierno en solitario que consiguió después de las elecciones de mayo. La moción de censura en Murcia aceleró la situación y le dio una oportunidad que no desaprovechó. El éxito fue más que evidente. La victoria electoral del 4-M (muy cerca de la mayoría absoluta) le dio galones dentro del PP, situándose como la política de moda, un reclamo dentro del partido y una ‘baronesa’ con poder (aunque orgánicamente no esté claro lo que ocurrirá). 

Los caminos fueron poco a poco distanciándose. La culpa, dicen las dos partes, “de los entornos”. En Génova insisten en que “solo hay un entorno culpable” que es el del jefe de gabinete de la presidenta. En los últimos meses se han producido varias situaciones que agotaron la paciencia de Casado. Una fue la gira estadounidense de Ayuso coincidiendo con la convención nacional que el presidente llevaba esperando tanto tiempo. “Que le haga esto ella no tiene sentido. Ella es su amiga. No como el resto de presidentes autonómicos”, llega a decir alguien muy cercano a la cúpula. En medio la bronca por el PP de Madrid a pesar de que el presidente había insistido en no abrir ese melón antes de tiempo. 

La amistad de tanto tiempo se convirtió en desconfianza, luego en enfado y, ahora mismo, en ruptura. Con independencia de si se podrá recuperar en el futuro, lo que pasa ahora entre Génova y la Puerta del Sol es ya solo política. No hay amigos, ni recuerdos en lo que consiguieron juntos estando en Nuevas Generaciones. Ni momentos familiares, ni noches de fiesta, ni confesiones compartidas. Es política y un pulso por el poder que se alargará.