Como cada viernes, el pazo de Meirás abrió esta semana sus puertas al público. Distante y más comedido que en otras ocasiones, el guía al que la Fundación Francisco Franco ha encomendado los itinerarios por este Bien de Interés Cultural condujo a los visitantes por los escasos espacios de acceso público en la antigua residencia veraniega del dictador: el recibidor, la capilla, dos salones y la biblioteca, la 'de Franco', porque la de Emilia Pardo Bazán, que ocupa el último piso de la Torre de la Quimera y que forma parte de la colección que la Xunta prevé ahora declarar BIC por la vía de urgencia, sigue vetada a las visitas.

No hubo en esta ocasión la menor alusión a la sentencia que condena a los descendientes del militar golpista a devolver el pazo al Estado el próximo 10 de diciembre, pero sí más referencias de lo habitual a los muebles y obras de arte que permanecen en el inmueble y que la jueza ha prohibido trasladar hasta realizar un inventario.

"El fuego arrasó los salones por completo. Las lámparas y muebles fueron traídos por Carmen Franco, porque aquí no quedó nada", afirmó el guía, que apeló en varios momentos al incendio que se declaró por causas desconocidas en 1978, tres años después de la muerte de Franco: "Arrasó toda la torre, Carmen Franco fue la gran dinamizadora del pazo, buscó muebles que se asemejasen a los que tenían sus padres", apuntó el representante de la Fundación Franco en alusión a ese mobiliario que los historiadores ven preciso inventariar para determinar si fue adquirido por los Franco o el Estado o si pertenecía a la anterior propietaria de As Torres, Emilia Pardo Bazán.

A simple vista, apenas se perciben cambios en la decoración con respecto a la visita de principios de septiembre, solo unos días después de que el juzgado declarase el pazo patrimonio del Estado. Ha desaparecido, eso sí, el tapiz con el escudo preconstitucional que enmarcaba el enorme busto de Franco que recibe al visitante al pie de la escalera estilo imperio.

El guía se detiene esta vez más en los cuadros que decoran las estancias y que han sido objeto de polémica a raíz del anuncio de los herederos del dictador de trasladar todas las obras de arte, incluidas las esculturas del Mestre Mateo, que ayer continuaban en la capilla y que apenas merecieron una escueta reseña por parte del guía, que no aclaró cómo pasaron a formar parte del patrimonio de los Franco.

Las pinturas que cuelgan en las paredes de las zonas visitables son, en su mayoría, retratos de Franco, su esposa Carmen Polo o su hija Carmen Franco. Entre otros, el cuadro de Zuloaga que retrata al dictador con la camisa azul de Falange semienvuelto en la rojigualda. El lienzo está flanqueado por otros dos del pintor vasco, el de una joven Carmen Franco "en traje de noche", y otro, más pequeño, de Carmen Polo. En los salones pueden verse también retratos del dictador, su mujer y la hija de ambos, obra todos de Álvarez de Sotomayor. Y en el recibidor el último de Franco en vida, de Félix Revello de Toro. Completan la galería expuesta al público tres obras de Bertuchi, la que recrea el 'convoy de la victoria' y 'dos escenas de la guerra hispano-marroquí', y uno de Eugenio Lucas, que el guía muestra de pasada y del que resalta sus rasgos velazqueños.

El guía señala los trofeos de caza, a la que se refiere como "la colección de rebecos", pero no se detiene en unas ánforas que flanquean la entrada. El guardia de seguridad, atento, aclara a los visitantes que aparecieron cerca del castillo de San Antón. Nada se dice de cómo acabaron en el pazo, como tampoco se explica el origen de las esculturas y otros elementos que adornan los jardines y que serán objeto por primera vez de un inventario oficial.