La crisis del coronavirus, ni nos ha hecho más fuertes ni nos ha hecho mejores. Los indiscutibles síntomas de retraso con que venían algunos antes del estado de alarma no han hecho más que amplificarse con la pandemia. Amplificarse. Como esos vampiros de las series de televisión que, de un día para otro, inoculado el virus de la inmortalidad, perciben las emociones elevado a otra potencia. Sienten más, oyen mejor, perciben con más intensidad las emociones y las alegrías, la maldad y el amor. La España del covid causa el mismo efecto, aunque en sentido refractario, ni cambia ni se destruye. La estulticia del idiota nos llega tan limpia y cristalina que parece que trajeran el dolby de serie, abarloada a nuestros oídos como si nos susurraran meridianamente su estulticia. El virus hace que a Díaz Ayuso se le entiendan mejor las declaraciones de personaje de Barrio Sésamo con que se despacha ante la audiencia un par de veces por semana; el discurso torpe y deslavazado de Torra, propio del independentista tonto de manual, se torna más transparente desde que sale de los despachos del Palau hasta que llega, pongamos, a las calles de Coria de Río, donde se le entiende todo aun sin comprender nada, de pura incongruencia. Porque uno mira a Torra desde Coria del Río o desde Vilagarcía de Arousa, pongamos, y no ve a un oprimido del españolismo, sino a un guiñol de la utopía sostenida sobre el principio de la falsedad y sobre el discurso guerracivilista de Waterloo. Pongamos. Al final le han condenado por negarse a quitar unos lacitos. Hay que ser muy idiota para que le condenen a uno por eso. Si delinques, delinque bien.

La conversión al vampirismo no es exclusiva de estos dos mandatarios autonómicos de pista central, labios pintados de rouge y nariz postiza. Puede esperarse que un gobierno manifieste deslealtad a su rey, pero no que un rey se dedique a poner palos en la rueda de su gobierno. Dónde vas, jarrón chino. Felipe VI ha acabado por armar la letra de la música de pasodoble que ha compuesto Casado, un personaje de copla de los años de la cartilla de racionamiento, con barba algunas veces, barbilampiño las más, pero el mismo personaje siempre, tan estridente, tan cayetano. Casado es el protagonista de los chistes malos que nos contaban de niños, el policía bobo del chiste del perro Mistetas, el personaje de Gran Hermano que la lía nada más entrar en la casa para ganarse el favor de los televidentes. "A Felipe VI lo votamos los españoles, a Garzón y a Iglesias no". No recuerdo haber votado a ninguno de los tres, pero al primero, menos.

La pandemia ha querido que Ayuso y Torra coincidan en la casilla de salida, defendiéndose de la amenaza de la intervención del gobierno, tan inútiles el uno como la otra, a expensas del tutor, bajo advertencia del 155 o de la entrada a saco en la gestión sanitaria. Ya tenemos a Madrid y Barcelona juntos de nuevo en una final impredecible, pero esta vez como aliados de su propia negligencia frente a un gobierno que amaga, pero no ejecuta; Illa "espera" no tener que tomar medidas más drásticas con Madrid. Lleva días esperando no sabemos a qué, como esos matones de colegio que amenazan de continuo con calzarle una hostia a alguno sin atreverse nunca a soltar la mano, no sea que se den cuenta del postureo que esconde su debilidad. Ayuso ya ha alcanzado su nivel máximo de incompetencia, esa que le equipara a los Torra y Puigdemont que en el mundo han sido. Está a dos ruedas de prensa de proclamar que Madrid is not Spain.