Pablo Casado no estaba allí. Era, se justifica, un diputado raso por Ávila, un número más entre la soldadesca parlamentaria que no se enteraba de nada; ni de las encomiendas a Dios de Jorge Fernández Díaz ni de sus grotescas alusiones a Satanás; ni de la 'kristallnacht' de Villarejo ni del supuesto sacerdote implicado en el asalto a la casa de Bárcenas. Ni de que había un chófer a sueldo de los reptiles. No sabía, no estaba, el pasado carece de relevancia, muerte a Rajoy.

La política española se mueve en terrenos muy resbaladizos. Ora en la superficie pantanosa donde Pedro Sánchez se luce en largas cambiadas a Pablo Iglesias mientras España encabeza la nómina de la pandemia; ora en el tronco del árbol caído sobre el que a diario hace equilibrios el líder de Podemos, ninguneado por su socio de Gobierno y bajo el foco de la financiación ilegal; ora en las arenas movedizas de la ignorancia en que se remueve el jefe de la oposición y presidente del Partido Popular para tratar de auparse a la superficie y tomar una bocanada de oxígeno. También en las cifras del covid, en la insultante inutilidad de Díaz Ayuso, en los falsos lapsos de Abascal poniendo en valor gobiernos franquistas de hace 80 años frente al "apocalipsis" en que, dice el caballerete, estamos sumidos los españoles.

Opacado entre las estadísticas de los contagios y entre el abrigo de Juan Carlos en el país de las mil y una noches (el emérito no se encuentra en desiertos remotos ni en montañas lejanas -con permiso de Aznar-), Pablo Casado se escuda en su estado civil parlamentario de los tiempos en que un Gobierno en democracia ordenaba destruir pruebas para esconder su inmundicia. Es como si Pedro Sánchez arguyera que el covid viajó desde Chinay que, por consiguiente, nada tiene de responsabilidad para con la gestión de la crisis. Podrá uno lamentar el Gobierno que nos ha tocado en suerte (tanto como los de Cataluña o Madrid), pero, como seguro habrá pensando alguna vez Fernández Díaz, bienaventurados los que tienen fe en la oposición, porque de ellos es el reino de los cielos.

Efectivamente, Casado no estaba allí. Parece que aquí tampoco.