Indignados, mareados, y desorientados. Así se han levantado este lunes los vecinos de Lleida. Se acostaron pensando que debían confinarse en sus casas por el rápido avance del coronavirus, y de buena mañana se han enterado de que tales medidas no se pueden aplicar porque la jueza de guardia de la ciudad no ha ratificado estas restricciones. "Nos están mareando, estamos gobernados por gente que no tiene ni idea de lo que hay que hacer", se han quejado varios ciudadanos a preguntas de este diario.

Moula regenta un restaurante en el centro de Lleida que sirve quebabs, pollo a l'ast y pastelería. "Solo acepto clientes que se compren comida para llevar. Esto nos hace mucho daño, pero es lo que hay, no podemos abrir", explicaba poco después de las nueve de la mañana. Otro restaurante a unos cien metros de distancia, el Cal Toni, ya tenía la terraza llena de leridanos desayunando. "Está todo en el aire, ayer teníamos previsto cerrar, pero hemos leído la resolución de la jueza y hemos preferido seguir abiertos", explicaba el cocinero y copropietario, Marc Cabecerans, que no ocultaba su indignación. "Esta situación ha superado a los gobernantes, pero quienes vamos a pagar seremos los de siempre", añadía.

Ya en la rambla de Ferran, una mujer no ocultaba su enfado. "Soy comerciante, pero no me hagas hablar que la diré muy gorda: son todos unos incompetentes; han hecho las cosas muy mal", soltaba de camino a su tienda. "¿Pero como que está cerrado, pero no decían que no se hacía el confinamiento?", se preguntaban varios clientes del banco BBVA al tratar de entrar en su sucursal para hacer gestiones o sacar dinero. Uno de los clientes, Mateu Pinyol, un jubilado de 82 años que dice temer más por la vida de sus nietos que por la suya, remataba: "Esto es como una guerra fría sin bombas, pensaba que con la posguerra ya lo había visto todo y mira... nos van a matar a todos", soltaba el hombre, que prometía encerrarse en casa hasta nueva orden.

"Nos están mareando", respondía Jordina al acabar de enterarse que el confinamiento anunciado ayer no seguía vigente. "Al final yo ya no sé que tengo que hacer y qué no, van cambiando de opinión constantemente y al final nos volveremos locos", señalaba. Le acompaña una amiga, María, para traer libros a la oficina de correos. "¿También hay brotes en otros sitios no? Nos hacen sentir como unos apestados", añadía la segunda.

Al cabo de media hora, Moula ya estaba desempolvan las sillas y las mesas, y colocando la terraza al frente de la plazoleta de su bar. "Pues mira, al final sí que abro la terraza, es que todo el mundo lo está haciendo, dicen que lo han archivado y no voy a ser yo el tonto que se quede con el bar cerrado".