El Gobierno no puede presumir de contención vírica ni viril, dado el extraordinario número de contagios en su seno y el enfrentamiento registrado ayer durante casi ocho horas, entre un Pablo Iglesias en cuarentena y un Pedro Sánchez en la cuarentena. El Consejo de Ministros es el entorno más contaminado por el coronavirus del planeta, lo cual plantea dudas sobre su labor de contención. Si además la reunión se alarga por encima de toda duración razonable, se multiplica el riesgo de transmisión en cascada del Covid-19. Las miradas de Sánchez a Iglesias iban mas allá del enfrentamiento ideológico, con un ingrediente biológico.

La ausencia de contención ha caracterizado también la riña dentro del gabinete, por la naturaleza de las medidas económicas. El presidente compareció lastrado por el enfrentamiento, y no logró presentar la magnitud de una amenaza que justificara medidas extremas. Se mostró inquieto, pero también inquietante. Olvidó que no se puede predicar calma cuando se está dictando un estado de alarma.

Sánchez transmitió el Estado de Alarma, en más de un sentido. Parecía auténticamente alarmado. En estos días se ha escuchado a enfermos del virus explicando su peripecia con mejor ánimo que el presidente del Gobierno, tal vez afectado por el veinte por ciento de contagiados en su ejecutivo. Sin ir más lejos, el coronavirus ha intensificado el vigor de la ultraderecha moderada de Ortega Smith.

El presidente del Gobierno mejoró como siempre cuando se trasladó de los aspectos burocráticos, y no digamos microbiológicos, al establecimiento de un vínculo directo con los ciudadanos. Es un político de contacto, aunque este término haya sido prohibido por la epidemia. Sánchez ni siquiera sabe que existió un antecedente de Estado de Alarma, para frenar en 2010 la rebelión de los controladores aéreos, mucho más poderosos que un coronavirus.

La agenda del Estado de Alarma no ayuda a defender su implantación. Se anuncia un viernes ante el adelanto de Portugal, se pone en efecto en un sábado interminable, con lo cual queda rezagado respecto de las medidas de Francia, y no quedará rematado hasta el consejo de ministros del martes. El sprinter Rubalcaba fue más rápido hace una década.

Sánchez y cierra España ha dictado un Decreto de Alarma de mínimos, un Wuhan latino. En las limitaciones de desplazamientos, las medidas que más afectan a los ciudadanos hasta que les toque pagar las consecuencias económicas de la epidemia, se han dispuesto más excusas que autorizan a salir de casa de las que contempla una persona en su vida corriente. Puesto del revés, no existe un solo trayecto urbano que no pueda ser justificado al ponerle como meta un abastecimiento de comida o de combustible, una farmacia o el cuidado de un familiar necesitado.

Esta aparente perversión del confinamiento no es una crítica, sino un aspecto a agradecer de un Decreto que pone correctamente el acento en las aglomeraciones, antes que en los desplazamientos. Subsiste la duda sobre qué planes puede hacer un turista que se atreva a viajar estos días a España, y que nadie se atrevería a rechazar. En fin, la independencia vírica decretada por Torra el viernes obligó a Sánchez a defender ayer su recentralización epidemiológica.