De corta estatura, voz atiplada y mirada fría, aquel hombre al que algunos compañeros de armas llamaban con cierta sorna Franquito arribó a Santa Cruz de Tenerife el 13 de marzo de 1936 para tomar mando en plaza con el rango de comandante militar de Canarias, un destino que era un destierro y que el Gobierno de la República le había asignado el 21 de febrero de aquel mismo año. Los dirigentes del Frente Popular recelaban más de las movilizaciones obreras que de un levantamiento militar que ya se mascullaba entre círculos castrenses.

Francisco Franco Bahamonde venía a las Islas precedido por la aureola de ser, además del más joven, un célebre general, tras su destacado protagonismo en el aplastamiento de la revolución asturiana de 1934.

Las fuerzas conservadoras y la oligarquía isleñas, así como la Iglesia, perdido su ascendente y desalojadas de las instituciones de poder -lastradas además por la huida de referentes como el obispo Fray Albino o el líder de las derechas Andrés Arroyo, el cacique portuense-, lo acogieron con un sonado entusiasmo; para ellos representaba lo más parecido a un enviado del cielo, el adalid del orden social frente al caos y el peligro que suponían las hordas marxistas.

Las facciones de izquierda, por el contrario, recibieron al general como al verdugo de Asturias y lo hicieron, además, convocando una huelga general que cubrió la capital de pintadas con mensajes como "Fuera Franco", "Muera Franco", acompañados de manifestaciones, gritos, improperios...

Al desembarcar por el pescante del muelle santacrucero y encontrarse tan singular acogida, Franco, haciendo gala de su tradicional recelo, se dijo para sus adentros que aquella recepción había sido urdida por las autoridades republicanas, responsabilizando al entonces gobernador civil interino y alcalde de la ciudad, José Carlos Schwartz, y también al diputado socialista, abogado y escritor Luis Rodríguez Figueroa. Ambos serían apresados y asesinados tras darse el golpe de Estado. Sus cuerpos permanecen todavía hoy en paradero desconocido.

Lo cierto es que no perdió oportunidad para exhibir su poder, al tiempo que medía la capacidad y la disciplina de las tropas y de la oficialidad bajo su mando y, también, calibraba la respuesta del enemigo. Así, con ocasión de la celebración del 1 de Mayo de 1936 desplegó a la soldadesca en un ejercicio de intimidación, una actuación que recibió quejas por parte de una treintena de ayuntamientos de la Isla.

Franco también desfiló por las calles de Santa Cruz junto al ¡alcalde republicano José Carlos Schwartz y el gobernador civil Manuel Vázquez Moroa el 14 de abril de 1936 conmemorando del quinto aniversario de la II República.

Desde su posición de poder e influencia, el comandante general no sólo se erigió en amo y señor de los cuarteles, sino que coqueteó con las elites provincianas y capitalinas, desarrollando una vida social acorde con su jerarquía.

Dos atentados frustrados

Tal y como constata el historiador Ramiro Rivas en su obra ... Y Franco salió de Tenerife, durante su estancia en la Isla el general fue objetivo de dos atentados frustrados que de cristalizar podrían haber alterado el curso de los acontecimientos.

El primero tuvo lugar en la tarde-noche del 13 de julio de 1936, a pocas fechas del levantamiento militar, cuando conocedores de que se estaba fraguando un golpe de Estado, tres integrantes de la Federación Anarquista Ibérica asaltaron la residencia de Franco. Aprovecharon la información facilitada por el sindicato de domésticas. El grupo "contaba con información directa de la mujer que le lavaba la ropa interior, por lo que conocían que se iba a dormir temprano y que lo hacía con la puerta y las ventanas de la habitación abiertas", refiere Ramiro Rivas.

Lo cierto es que los asaltantes, después de entrar en la sede del edificio de Capitanía de la capital tinerfeña a través de un tragaluz desde la cantina de la tropa, accedieron a la residencia privada de Franco, "pero a diferencia de otros días, en esta ocasión la puerta estaba cerrada por dentro y, al escuchar los ruidos, Franco pidió auxilio y los tres anarquistas tuvieron que escapar por el jardín", perseguidos por los tiros de la guardia. No descubrieron a quiénes habían protagonizado aquella intentona, a pesar de que "torturaron a un montón de gente, pero sin dar con ellos", subraya el historiador.

Solo tres días después, en la madrugada del 16 de julio, se produjo la segunda intentona. En la causa 370, que lleva por nombre Disparos sobre Capitanía, se conserva la documentación militar del suceso. "Los tres asaltantes se colaron por la trasera del edificio", explica Rivas, ayudándose de árboles y enredaderas, pero los servicios de información estaban alertados. "En la residencia de Franco se tenían noticias de que podía producirse un atentado", lo que provocó que hubiera desplegados unos 30 soldados, advertidos y armados. "Uno de ellos vio una sombra que descendía por el jardín y lanzó una ráfaga de disparos contra los tres individuos, quienes aunque lograron huir, fueron detenidos a los pocos días", señala el investigador. Pasaron un periodo encarcelamiento hasta que las fuerzas franquistas los hicieron desaparecer para siempre en octubre del 36.

De otros atentados anteriores, uno en La Laguna y otro en La Orotava, el historiador precisa que no existe constatación documental alguna de estos hechos.

"Es falso el atentado que se le atribuye al anarquista, y maestro nacionalista, Amadeo Hernández. A este respecto, el historiador sostiene que este anarquista no cubrió el viaje que Franco hizo entre Santa Cruz y Las Palmas el 17 de julio de 1936 para asistir al entierro del general Balmes.

De igual manera tilda con el calificativo de "disparates y fábula" las noticias de unos supuestos intentos de atentado en Las Palmas el 18 de julio.

La muerte del general Balmes

Sobre la hipótesis que vincula a Franco como inductor de la muerte del general Balmes, Rivas desecha tal extremo. "Mientras no se demuestre lo contrario, pese a libros y rumorología popular, no hay ni el más mínimo indicio fiable, ni documentación de ningún tipo que avale que Balmes fue asesinado".

El general murió al dispararse mientras manipulaba un arma encasquillada en el campo de tiro de La Isleta.

El historiador Ángel Viñas, catedrático emérito de la Complutense de Madrid, responde con la obra El primer asesinato de Franco, un libro en el que sostiene que fue aquel hombre de corta estatura, voz atiplada y mirada fría quien urdió el asesinato de Balmes.

Y Franco partió desde el aeródromo de Gando en el Dragon Rapide rumbo a la guerra.