El Diablo ha vuelto a danzar en Tijarafe. Pero como marca la tradición que cumplió esta madrugada el centenario, el triunfo del bien sobre el mal vino acompañado por un espectáculo pirotécnico en el que el público está más cerca que nunca de los fuegos. Es el momento más esperado de las fiestas de Nuestra Señora de la Candelaria que se celera en Tijarafe. Como cada año, solo interrumpido por la Guerra Civil y la pandemia, tiene lugar en la madrugada del 8 de septiembre desde 1923. Esta peculiar celebración está protegida desde 2007 como Bien de Interés Cultural y en 2011 fue declarada también Fiesta de Interés Turístico de Canarias.
El protagonista es una figura maléfica, que escupe fuegos artificiales por todas partes. Su llegada la anuncian una serie de gigantes y cabezudos que interrumpen la verbena sin previo aviso. Tras unos veinte minutos de frenesí pirotécnico, la actuación acaba con la explosión de la cabeza del Diablo, que es una representación simbólica del triunfo del bien sobre el mal.
El municipio de Tijarafe se volvió a llenar de pólvora. De nuevo la plaza de Nuestra Señora de Candelaria se desbordó de un público que disfrutó de una danza de fuego, una tradición centenaria, disfrutando de una estructura de unos 100 kilos de peso, entre armazón y pirotecnia, que durante casi media hora llenó un año más al pueblo de Tijarafe de luz y color.
Según el cronista oficial de Tijarafe, José Policarpo Martín, la Danza del Diablo tuvo sus humildes comienzos en 1923 y, «lamentablemente, carece de documentación histórica de sus primeros años». Martín relata que por aquel entonces «Tijarafe era un pueblo pobre, y el Diablo estaba confeccionado con materiales reciclados como telas viejas, sacos y estructuras de caña, además de pirotecnia suelta».
Los orígenes más remotos del Diablo se sitúan, según las investigaciones de José Luis García Francisco, en la primera década del siglo XX. Apunta a que en 1909 llegó a Tijarafe un madrileño que fijó su residencia en el barrio de Aguatavar. Su acentuada imagen captaba la atención de los más pequeños y su descripción, ochenta años más tarde, era la de «un hombre callado con aspecto marinero y cabellos rojizos».
Los más pequeños acudían ilusionados a ver sus títeres o los machangos que preparaba, como Cataclismo, que asustaba a la vez que divertía. Consistía este número festivo en un enorme machango de más de tres metros de alto vestido con telas negras y unas enormes manos, en cuyo interior estaba su creador y que salía bailando a la plaza del pueblo. Acompañaban a Cataclismo varios gigantes y cabezudos que, casi un siglo después, siguen participando en la Fiesta del Diablo.
A partir de 1923, tres tijaraferos, Antonio Cruz, Pedro Brito y Orocio Martín, crean el diablo que, con algunos cambios, continúa en la actualidad. El motivo era la celebración de una fiesta de la juventud en la que participaban muchachos de todo el pueblo, y que tenía lugar el día 7 de septiembre, víspera de la fiesta en honor a Nuestra Señora de Candelaria. El armazón era de madera y cañas forradas con tela de saco y sujeto por arcos. Luego, lo recubrían con una lechada de cal para protegerlo del fuego.
En 1930, Pedro Brito crea un nuevo machango llamado Sinforiano, que a diferencia de sus predecesores era estático, a modo de una figura humana sobre un barril. Dentro del bidón se metía la persona encargada de manejarlo, que accionaba las manos de Sinforiano a través de unos hilos en polea, y en la que sus dedos eran voladores que subían hasta la boca en la que una bengala encendía los voladores que tenía en cada dedo para concluir con una descarga de fuegos artificiales que llevaba en la cabeza. Después de Sinforiano, y tras el período de paro a causa de la Guerra Civil, aparece de nuevo la figura metálica del diablo. A partir de 1978, el minado y la colocación de los fuegos de artificio del Diablo se encarga a pirotécnicos profesionales.
Actualmente, la vieja carcasa metálica ha sido sustituida por otra más ligera de fibra de vidrio, manteniendo, eso sí, la fisonomía tradicional del machango. También se ha avanzado en el aspecto de la seguridad. Desde el año 2003 se ha ensayado el uso de una pequeña botella de oxígeno que asegura un suministro constante de aire libre de humo. Asimismo, la utilización de un traje ignífugo y de un casco sirve de prevención de posibles accidentes y vienen a completar los elementos de seguridad pasiva.