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Antonio Fernández Veterinario y presidente del comité técnico de la Reserva de la Biosfera de La Palma

«El volcán lo cambió todo; destruyó el pulmón económico de La Palma»

«La conexión de los veterinarios con los médicos es vital para cuidar la salud humana», asegura el veterinario y presidente del comité técnico de la Reserva de la Biosfera de La Palma

Antonio Fernández, en el hotel de la Reconquista de Oviedo. Irma Collín

Asegura que tras la erupción del volcán Tajogaite en la Isla Bonita, «hay una encrucijada histórica para decidir por qué modelo apostar»

Al recoger en Oviedo este mes la Medalla de Oro del Colegio de Veterinarios de Asturias, Antonio Fernández cerró de alguna forma un círculo. Nacido en la isla canaria de La Palma, es ahora un reputado profesor y científico, con un nutrido currículum que empezó, tras licenciarse en Veterinaria, junto a un asturiano, Manuel Fresno. «Cuando acabé la carrera fue el primero que me dio la oportunidad de hacer un trabajo clínico veterinario en el valle de Aridane, donde él ejercía», explica. «Me animó a no estancarme, a continuar la formación». Antonio Fernández le hizo caso al veterinario gijonés, regresó a la Universidad y empezó una exitosa carrera académica y de investigación.

Es catedrático en la facultad de Veterinaria de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria -que ayudó a poner en marcha- y director del Instituto Universitario de Investigación en Sanidad Animal y Seguridad Alimentaria (IUSA). Además, preside el comité científico de la Reserva de la Biosfera de La Palma y atesora varios premios, entre ellos, el de Investigación de Canarias, siendo el único veterinario que lo ha logrado.

Enhorabuena por la medalla.

Estoy muy contento, el de Oviedo es un colegio con mucha solera. Asturias es una región que históricamente tiene todos los componentes de lo que ha sido la evolución de la ciencia veterinaria. En mi discurso me referí a que todo el mundo habla ahora de la globalización y de la emigración de los jóvenes fuera de su tierra. Pero eso es ya muy antiguo. Ahí está Manuel Fresno, de una saga histórica de veterinarios asturianos, que ya en los años sesenta se fue y se estableció en el valle de Aridane.

Con un asturiano empezó su andadura profesional.

Sí. Él siempre se sintió muy orgulloso de empujarme a la carrera científica y académica. También quise poner mucho énfasis en mi discurso al recoger la medalla en la necesidad de agradecer las cosas a los que nos han traído hasta aquí. Es algo que hoy, en un mundo que va tan rápido, la gente no lo tiene en cuenta, no se para a pensar que si hoy en día estamos aquí y logramos algo es porque muchos antes trabajaron por ello. En veterinaria es importante recordarlo.

¿Por qué?

Un ejemplo. Se ha puesto de moda el término «one health», una sola salud, lo que aglutina a la salud humana, la animal y la ambiental. Todas están interrelacionadas, y el covid lo ha demostrado. El 70% de las enfermedades emergentes infecciosas son de origen animal. Los que entienden de salud y bienestar animal son los veterinarios, cuya conexión con los que cuidan la salud humana es vital para prevenir, sin olvidar el cuidado del medio ambiente. Pero esto no es nuevo, es lo que ha sucedido toda la vida en los pueblos, donde había cinco figuras fijas: el médico, el veterinario, el farmacéutico, el maestro y el cura. Ahí estaban todos conectados para cuidar de los vecinos, como «una sola salud». Lo que quiero decir es que hay que poner en valor el pasado y a los que nos han traído hasta aquí. Escuchar a nuestros mayores.

¿Quizás no se tiene en cuenta esa importancia de los veterinarios en el cuidado de la salud humana?

No, porque no se les valora. Se dedican a la salud de los animales y, por tanto, de los hombres. El mayor consumo es de productos de origen animal. Nosotros hacemos la inspección incluso de los alimentos que no son de origen animal. Mis alumnos, todos, quieren curar perros y gatos, pero yo les digo que hay otras opciones y que incluso van a vivir mejor inspeccionando lechugas para que la gente pueda comer una ensalada sana.

Ya que habla de seguridad alimentaria, ¿comemos realmente sano?

Los animales deben comer sano para que el producto que de ellos deriva y lo come un humano esté sano. Los veterinarios tienen ahí un papel increíble y la legislación de la UE es muy exigente. Cada vez más. Porque hay muchas enfermedades de origen animal y la mayoría de los alimentos son de este origen. Aunque no es una cuestión fácil. Muchas veces la toxicidad y contaminación de algo se descubre muchos años después, hay estudios epidemiológicos que demuestran que hay sustancias capaces de generar a lo largo del tiempo un proceso hepático que luego deriva en un cáncer. De ahí la importancia, insisto, en la interconexión que debe haber entre ciencia veterinaria, humana y ecosistema.

Cada vez tenemos más mascotas en el hogar, están muy integradas en nuestra vida diaria.

Hay una sensibilidad brutal con los animales y su bienestar. Durante la pandemia del covid se vio. Hubo gente que dejó de comer para que comiera la mascota. Se ha llegado de forma extrema a humanizar a los animales.

¿Un poco exagerado quizás?

Lo que hay que tener claro es que los animales son seres sintientes. Eso está demostrado científicamente y aceptado por todo el mundo. Otra cuestión es el aspecto consciente, un concepto más filosófico. No hay dudas de que los animales tienen sus derechos, el siglo XXI creo que será el de los derechos de los animales. Ahora bien, todo hay que ponerlo en equilibrio, fundamentalmente científico.

Es muy habitual ver a gente que trata a su perro como si fuera una persona.

A mis alumnos les digo que deben ser muy conscientes de que son profesionales, técnicos, que en muchas ocasiones deberán informar en casos de maltrato animal y de su protección para que un juez decida. Deben tener claramente el corazón en su sitio, mi obsesión es que tengan una base científica sólida para ayudar a dirimir determinadas cuestiones; que hablen con la cabeza, no con el corazón. En la sociedad actual tenemos una percepción del bienestar animal en la que estos acaba siendo uno más de la familia, para lo bueno y lo malo.

¿Crece la concienciación de cuidar el medio? Se habla, y mucho, del cambio climático.

Sí. Por ejemplo, todos pensábamos que el océano era un sitio donde se podía verter todo y se limpiaba de forma natural. Pero hemos visto que no. Están muy contaminados. Aparte, no es silencioso, está lleno de ruido, y eso afecta a la fauna. Esto es un elemento más del cambio climático, aunque yo prefiero hablar de cambio global. El primero es solo una parte del segundo.

Se habla mucho de ello, ¿no será mejor actuar?

Está bien a veces hablar de ello, pero también hay que demostrarlo con evidencias. La única forma de abordarlo con efectos globales es con medidas globales.

Hay otros intereses siempre: económicos, políticos... Más en el momento actual, con una guerra de por medio. ¿No es una utopía una acción global?

Es complicado. Los gobernantes se reúnen, toman medidas más bien de marketing y luego en casa buscan cómo mantener lo anterior. Cada uno busca lo que quiere para su zona y lo malo, lo insostenible, lo lleva fuera. Aquí los gases invernadero no los tenemos, pero los llevamos a otros país.

Es algo pesimista.

No quiero decirlo, pero nos autoengañamos. El diagnóstico está claro, pero hay que tratar y prevenir con medidas globales, efectivas, de arriba para abajo. Es que no nos podemos permitir ser pesimistas, porque hay que actuar ya, no queda otra.

Preside el comité técnico de la Reserva de la Biosfera de La Palma. ¿Cuál es su papel?

Creo que estas figuras, pese a no tener capacidad ejecutiva ninguna, son necesarias para reunir a expertos, gente de distintas áreas, que hablen y digan lo que piensan. Yo cuento con gente de 85 años, veterana, que dicen las verdades a los dirigentes, influyen de alguna manera en ellos.

Pero son figuras a veces controvertidas en los territorios por las limitaciones que imponen a sus vecinos.

La reserva es el paisano y su ecosistema. Hay que mantener un equilibrio entre ambos, y se debe fijar gente al territorio. Las actuaciones deben estar basadas en un desarrollo sostenible, pero también en que puedan aumentar la calidad de vida de las personas que allí viven.

Imagino que el volcán ha puesto todo patas arriba. ¿Cuáles son sus retos ahora?

El impacto ha sido tremendo, el volcán llegó y lo cambió todo. La isla apostó en su momento por un modelo de sector primario, el cultivo del plátano, con la agricultura como principal elemento y además verde. El turismo que hay es más bien de tipo rural. Eso ha cuadrado bien, pero nos ha despoblado. La Palma tiene mucha emigración, la gente se va a estudiar fuera y no vuelve porque no hay inserción laboral. Yo viví la erupción de 1971, que fue como ir al cine. La de 1949 hizo más daño. Y esta ha destruido gran parte del pulmón económico. En este momento hay una encrucijada histórica en la isla para decidir de nuevo por qué modelo apostar. Sector primario y cultivamos plátanos solo o combinado con otras plantaciones, o implementamos el sector turístico.

¿Usted por qué apuesta?

Yo vivo en Gran Canaria y como buen palmero les digo que deben decidir ellos. Su opinión debe ser tenida en cuenta porque son los que están allí.

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