Mucho antes de que el Tajogaite redujera a cenizas las casas, las calles y los sueños de Todoque, su vecina Nieves Martín, de 59 años, ya había renacido de las suyas muchas veces. Tantas como las puestas de sol que aguardaba cada tarde apostada en el patio de su casa con aroma a mangas, o las largas noches sucesivas contando lunas contra los pesares. «Me encantaba ver a la luna asomarse por la Cumbre Vieja: luna menguante, luna nueva, luna creciente...», rememora, como si hoy contemplase ese trozo de cielo estrellado de La Palma a cientos de kilómetros.

Cuando reventó el volcán a espaldas de su casa aquel 19 de septiembre de 2021, Nieves se encontraba en carretera rumbo a Tenerife con su hija Marilia, que cumplía 18 años el día 30 de ese mes y comenzaba sus estudios de Grado en Ingeniería Electrónica Industrial y Automática en la Universidad de La Laguna (ULL). Cuenta Nieves que esa mañana, cuando empacaban las últimas pertenencias en las maletas de viaje que nunca retornaron, «ya la tierra estaba bramando bajo nuestros pies». Apenas habían llegado al muelle de Santa Cruz de La Palma cuando llamó su hermano por teléfono: «El volcán ya reventó». Pero quien ya ha visto su mundo entero desmoronarse y ha regresado de esa niebla con la mirada alta sabe que el único camino posible es continuar de frente.

Y fueron implacables e impíos los caminos de la lava que rompieron la ladera de Cabeza de Vaca y enfilaron en línea recta las primeras casas de Todoque. La colada que arrasó la de Nieves no solo se llevó un hogar, sino que arrasó todos los nombres que custodiaban sus paredes como memoria viva de todas sus vidas.

Una imagen del Cementerio de Las Manchas, tomado por la lava, un año después de la erupción. | | ANDRÉS GUTIÉRREZ

Escribió César Vallejo: «Tanto amor y no poder nada contra la muerte», porque la misma tierra donde Nieves sembró esperanzas y alegrías sobre las penas entulló de golpe el símbolo y refugio de un pasado y un presente de superaciones. «Es como si, de alguna manera, mi identidad también se hubiese perdido bajo la tierra, porque todo quedó sepultado», describe Nieves, que ahora vive con su hija en un piso de La Laguna, a la espera de vislumbrar, como tantos palmeros y palmeras exiliados, alguna posibilidad real, viable y sostenible de volver a empezar.

Recomenzar

Pero recomenzar es el verbo que conjuga el espíritu identitario de Nieves, latido más alto y fuerte que el volcán, aunque todos esos pasos y huellas proyectados en álbumes de fotos, objetos y recuerdos sucumbieran para siempre bajo el manto de magma. Porque en aquella casa de Todoque creció Marilia, jugó y forjó su mundo en sus calles antes de inaugurar la mayoría de edad y abrir las alas para iniciar su propia vida en otra isla, precisamente, el día en que estalló el volcán.

Pero también en esta casa crecieron sus hijas Noelia y María, a quienes Nieves recuerda cada día y que tanto añora ir a enramar a Las Manchas. Ambas fallecieron a la terrible edad de 13 años, aquejadas de una enfermedad rara hereditaria denominada «pseudoxantoma elástico», que consiste en una afectación en el cromosoma 16. Poco después, Jose, marido de Nieves y padre de las niñas, falleció como consecuencia de esta enfermedad. Aquellos fueron, según recuerdan familiares y vecinos, los días más tristes y fríos del Todoque en pie.

Durante sus últimos años de vida, relata Nieves, Jose se volcó en levantar junto a ella aquel templo y morada de vivencias compartidas, con vistas al futuro de Nieves y Marilia, a quien ya planeaban adoptar en China. «Esa era una casa de muchos sentimientos y recuerdos», afirma Nieves. «Con todo lo que conllevaba que las niñas crecieran aquí, que Marilia creciera aquí», sigue. «Mi marido estuvo trabajando hasta última hora en esta casa y se le fue la vida arreglándola, incluso, con la enfermedad. Yo le decía: Jose, descansa. Y él siempre me decía: No, para dejártela bonita. Y es verdad que me la dejó bonita. Todas las casas tienen su historia, todas las personas que hemos perdido una casa teníamos nuestra historia dentro, pero mi identidad quedó sepultada con esta casa».

«Es como si, de alguna manera, mi identidad también se hubiese perdido bajo la lava, porque todo quedó sepultado», relata Nieves Martín, vecina de Todoque

Dos meses después, a finales de noviembre, el volcán siguió bramando y perpetró el golpe más infausto para los vecinos y vecinas del Valle: una de las coladas entró en el Cementerio de Las Manchas o de Los Ángeles, donde, entre más de 5.000 nichos, se encuentran enterrados su marido y sus dos hijas. «El volcán ya no nos pudo hacer más daño, ahí nos dio donde más dolía», sentencia Nieves. «No hay nada más doloroso que enterrar a tus hijas, pero enterrarlas dos veces... Hay que tener la mente muy fuerte para eso».

Aunque tenía un pasaje de vuelta tras el cumpleaños de su hija, Nieves no ha regresado a esta vertiente herida del valle de Aridane y de su isla. «En mi mente todo sigue igual, porque yo salí dejándolo todo igual», explica. «Pero no estoy preparada todavía para ver lo que ya no es». Su caso es, además, el que comparten todos los primeros damnificados por el volcán, que tuvieron que salir -o ya habían salido- de casa con lo puesto. «A mí no me dio tiempo de nada», indica. «El volcán se llevó 35 años de historia y sacrificio de un plumazo, porque nunca pudimos volver a llevarnos nada».

Volver

Y volver, volver. La realidad es mucho menos romántica que las canciones, ya que no se trata de cuándo, sino de cómo, a dónde. Así lo manifiesta Nieves, que nunca vive en el hielo de su nombre, porque Nieves es de tierra, de la suya, la que ama, pero que ya no existe. «En los primeros días, cuando me llamaron las trabajadoras sociales, lo que yo pedía era algo para volver, porque yo soy muy palmera, muy de mi campo, mi gente, mis huertas y mi olor a tierra», afirma, a lo que añade que ella no termina de adaptarse «a esto de las capitales». «Cuánto extraño el aire limpio y puro de Todoque, los aguacates y las mangas que Marilia y yo cogíamos del árbol. ¡Y tan buenos que estaban!», rememora. «Ahora ya no sé ni cómo está la luna».

Sin embargo, el plan que forjó años atrás, abonando la tierra día tras día y «amarrandito todo» para pasar su vejez en su casa de Todoque, cerca de los suyos, con su hija ya independizada para cultivar su futuro como ingeniera, «se me truncó para siempre». Además, muchos de sus familiares perdieron también sus casas en aquel hermoso barrio llanense que hoy es un piélago de roca humeante e incertidumbre.

Y un año después, el complejo entramado burocrático para sondear y contrastar los caminos posibles para casos como el de Nieves abre otro abismo insondable, sobre todo, desde la distancia, pues resulta «cada vez más y más difícil» establecer un contacto fluido con las oficinas para personas damnificadas.

Luego, en la realidad concreta de Nieves, al disponer de una vivienda en Tenerife, las ayudas que recibe no suman la cantidad suficiente para poder empezar de cero en su tierra. «Yo a veces le digo de broma a los damnificados: es que los palmeros no leímos la letra menuda”, ríe -y es que, como bien recuerda ella: «quien me conoce bien sabe que yo el humor no lo pierdo, es de lo poco que me queda y eso no se me lo lleva el volcán»-.

Pero lo que sí se va agotando son las fuerzas y, sobre todo, el tiempo. «Yo voy a cumplir 60 años y no me veo haciendo una nueva vivienda y una nueva obra, con todo lo que conlleva», admite. «Ya me quedan pocas fuerzas y recursos: las parcelas están muy caras y lo que me han dado no me da casi para comprarme un terreno. No te digo si dentro de unos años, cuando el mar se calme... ¿Pero cuánto tiempo pasará para que La Palma se vuelva a recuperar? Mucha gente se está yendo para la parte de las breñas, o exiliándose de la tierra, porque en nuestra parte no se puede construir».

En cuanto al acceso al Cementerio de Las Manchas, el paso sigue cerrado y la maquinaria avanza todavía muy despacio para mover y reubicar las tumbas. «Lo que yo digo es que, si así de mal estamos los vivos, realojados en hoteles y en pisos compartidos y malviviendo, ¿qué le importa a nadie unos huesos?».

«Después de un año, seguimos con el pecho encogido, de impotencia y dolor», concluye. «Yo soy afortunada porque, como se dice, he tenido donde meterme, pero hay mucha gente que malvive. Después de un año, los palmeros no estamos mejor, lo que estamos es más resignados. Y buscando la paz interior de la manera que podemos». Añade que su parcela de paz fundamental es Marilia, «que ha tenido que madurar de golpe, ponerse a gestionar todo este infierno, sacar adelante sus estudios, y llorar juntas». «Yo estoy más que orgullosa de ella”, añade, y en su futuro reside, también, su esperanza.

«Siempre al frente, aunque ahora por la ventana solo vea unos edificios grises», suspira. Nieves contra la lava, como el blanco contra el negro o la luz en la oscuridad. Luna en la noche aunque muchos días amanezca menguante.