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Erupción en La Palma | Las nuevas rutinas

El Rincón del Buen Paladar despacha productos de kilómetro cero en una rutina marcada por el volcán de La Palma

Esther Fernández, trabajadora en El Rincón del Buen Paladar, en Los Llanos, despacha productos de kilómetro cero en una rutina marcada por el volcán

La fauna local se adapta a la nueva isla baja creada por el volcán de La Palma sobre la Playa de Los Guirres

Dos personas observan el volcán de Cumbre Vieja.

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Dos personas observan el volcán de Cumbre Vieja. Nora Navarro

Cada mañana, desde hace hoy 59 días, Esther Fernández, de 54 años, enfila el patio de su casa, escoba en ristre, y abre una veredita a través de las cenizas para que su madre, de 81, dé su primer paseo del día. Luego, desciende desde su casa en el Malpaís de Triana hacia el centro de Los Llanos de Aridane, de espaldas al volcán, para subir la persiana de El Rincón del Buen Paladar, donde trabaja desde que abriera sus puertas en agosto de 2019, antes del virus que paralizó el mundo y del volcán que rompió la tierra.

Cuando despeja las cenizas amontonadas a la entrada, intuye que el sendero que trazó media hora antes en su patio ya comienza a desdibujarse bajo un nuevo manto. «Aquí estamos cansados y más que cansados de las cenizas», resopla. «Aunque si me dicen que esto se termina el sábado, lo barremos todo con alegría».

El volcán de La Palma podría estar entrando en una nueva fase

El volcán de La Palma podría estar entrando en una nueva fase Vídeo: Agencia ATLAS | Foto: EP

Mientras ordena las mermeladas de Garafía y los tarros de miel de Puntallana, Esther cuenta que, en las últimas semanas, las horas transcurren lentas como las coladas que no acaban y que, algunos días, la noche cae sin que despache absolutamente nada. En cambio, otros días cierra con una buena caja a cambio de sabores de kilómetro cero. «Los días buenos son muy buenos», afirma.

Y es que, a medida que la isla se resitúa en el mapa turístico a través de los ecos de Cumbre Vieja, esta tienda minimalista ha recuperado el pulso en su corta trayectoria de dos años insólitos. Pero la buena prensa de los manjares y licores de La Palma es más vieja que el San Juan y llega más lejos que la lava, así que El rincón resiste el temporal con el reclamo sempiterno de los vinos de tea, los quesos de Garafía, el mojo de Puntagorda, las sales de Fuencaliente o la harina de plátano verde, «que está bien buena pa’ hacer arepas».

Vídeo de la lava del volcán de La Palma avanzando hacia el mar

Vídeo de la lava del volcán de La Palma avanzando hacia el mar Involcan

«La gente viene de fuera a ver el volcán, pero se enamora de la isla», explica Esther. «Y cuando pasan por Los Llanos, se paran aquí y se llevan un mojito rojo o un ron de Los Sauces. Yo creo que eso está bien: que los recuerdos no sean cenizas, porque La Palma es esto».

Pero cada vino o cada queso atesora su propia historia y estremecen los temblores que revelan hoy las etiquetas, como los vinos de las famosas bodegas de Tamanca, cercadas por las coladas o los quesos Tajogaite, cuyas queserías desaparecieron bajo la lava en la segunda madrugada de erupción.

Cada día, Esther relee sus denominaciones en las botellas y les echa un rezado, toda vez que, a menudo, despacha más ratos de escucha que manjares. «Muchos de mis clientes son de la zona, claro», suspira. «Antes me vino un cliente que es aparcero, que lo conozco de siempre, nuestros hijos fueron al mismo colegio, a contarme que acababan de perder la finca, que la tenían desde hace 30 años. El que entra un día por esta puerta a contarte que va escapando, te viene al otro con la pena».

El resto del tiempo, Esther sigue abriendo caminos a través de la escoria, pero intenta seguir viviendo fuera de la sombra del volcán, si bien, algunos días, el miedo se le atora en la garganta. En realidad, el Malpaís de Triana, que colinda con La Laguna, no está tan lejos. «Lo pienso todo el rato y, al mismo tiempo, ni lo pienso», confiesa. «Sabemos que, si el cono siguiera ensanchándose y cogiese Las Martelas, nosotros estaríamos los siguientes. Pero ya estamos cansados de pensar, de esperar y de estar con miedo». «Es que ahí abajo -dice, señalando al suelo- hay un mundo que no conocemos, igual que arriba hay un mundo que no conocemos».

«A esto no se habitúa una»

Por todo esto, Esther barre el patio pero no descorre las cortinas, porque «desde la ventana de mi cuarto, tienes el volcán de frente». «La cortina no se abre en todo el día; tenemos la casa completamente cerrada pero, cuando vamos a acostarnos, vemos cada noche el destello rojo detrás». Precisamente, le comentó esta semana a sus dos hijos, que viven en Madrid y en Tenerife, «que mejor no vengan hasta que se acabe esto». «Ellos me lo agradecieron».

«Yo nunca miro el volcán y no quiero que ellos también lo sufran», añade. Sin embargo, la pasada semana, le tocó cruzar la cumbre para acudir a una cita con Hacienda, donde no le quedó más remedio que avistar la tierra partida desde que giró en Tendiña. «No se me quita de la cabeza toda esa tierra negra pa’ allá abajo», suspira. «A esto no se habitúa una».

Pero el próximo sábado es el cumpleaños de su madre, los 82, que ya se traduce en una trilogía de volcanes. Esther tiene pensado encargar una tarta sin gluten en el obrador de Matilde Arroyo, la célebre repostera, para brindarse unas copas de El Níspero en familia. «No estamos para celebraciones, pero hay que buscarse las alegrías», afirma. «Y ese día nos la pasaremos barriendo, pero también brindando».

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