Los temblores profundos han vuelto a sacudir la isla de La Palma. Tras al menos una semana en la que parecía que esta sismicidad a más de 20 kilómetros bajo la isla «había muerto», en los últimos dos días ha mostrado una nueva reactivación. Estos datos podrían ser el preludio de dos escenarios totalmente opuestos. El incremento de la actividad sísmica profunda en La Palma podría estar relacionada con el hecho de que el volcán está atravesando una fase de estabilización, en la que emite «pulsos» de actividad que preludian su final. Sin embargo, la misma actividad también tiene connotaciones más negativas y podría suponer todo lo contrario: que el volcán se esté despertando de su pequeña siesta. 

Itahiza Domínguez, sismólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN), admite que llegar a una conclusión que pueda explicar esta sismicidad «es complicado». Este cambio de tendencia comenzó el pasado miércoles 10 de noviembre, cuando se detectaron 118 temblores de los que 46 fueron profundos. De los poco más de 30 que se produjeron ayer 20 se produjeron en las cotas más profundas de la isla. Asimismo, destacó un seísmo de magnitud 5 –uno de los que ha desprendido más energía de los últimos meses – que llegó a sacudir no solo La Palma, sino también El Hierro, La Gomera y la práctica totalidad de Tenerife. 

En el madrugada de ayer, a las 3:27 horas, se produjo un terremoto de magnitud 5, que sacudió a toda la isla y también a La Gomera, El Hierro y la práctica totalidad de Tenerife.

Existen dos escenarios totalmente dispares que podrían explicar la fase en la que se encuentra el volcán de La Palma, a raíz de la nueva pauta que ha adquirido con respecto a la sismicidad. En el escenario menos optimista, los terremotos a gran profundidad podrían ser indicativos de que el volcán se está realimentando de nuevo del magma más cercano al manto, lo que supondría una reactivación de la actividad sísmica. Así se ha puesto de relieve en las distintas etapas evolutivas que ha atravesado el volcán hasta el momento, pues pocos días después de que se reactive la sismicidad más profunda, aumenta la actividad explosiva del cono. 

Este evento suele ir acompañado, además, de una deformación algo más pronunciada de lo habitual en la estación cercana al cono –la LP03 de Jedey–, por lo que, si se volviera a producir, no habría dudas de que el volcán está desperezándose. Según los científicos, este abombamiento del terreno se produce como consecuencia del aumento de aporte de materiales magmáticos, cuyo gran volumen ejerce presión en el conducto y lo ensancha de forma intermitente. Como explica Itahiza Domínguez, aunque «ahora mismo no se haya producido una deformación en la zona», eso no supone que no la pueda haber «dentro de uno o dos días». Por esta razón no descartan esta posibilidad. 

No obstante, el volcán de La Palma también podría estar atravesando una fase totalmente distinta y más positiva. «Podrían ser pulsos de actividad que hacen patentes los signos de que el volcán entra en una fase de estabilidad», remarca Domínguez. Este comportamiento concuerda con los datos que se tienen de erupciones pasadas y de la forma en la que se han ido apagando’ los volcanes históricos de Canarias. Muchos de ellos, como relata Domínguez, lejos de detener su actividad en seco con una última y estridente explosión, han ido frenando su actividad poco a poco y dando unos últimos coletazos en sus últimos días activos. 

El pasado miércoles se registraron 46 seísmos a más de 20 kilómetros. Ese día se produjeron 118 temblores.

Debido a esta disparidad de explicaciones posibles, «ahora mismo no podemos decir si se puede dar un escenario u otro», como remarca el investigador. Pese a ello, lo que sí se ha percibido en estos últimos eventos sísmicos es que los movimientos de la tierra tienen características algo distintas con respecto a sus predecesores. «Ahora se producen más terremotos profundos que someros» explica el sismólogo, que recuerda que en el resto del tiempo que el volcán ha estado activo ha sido justamente al contrario. 

El récord se ha marcado este pasado miércoles, cuando la actividad sísmica registró casi medio centenar de seísmos, a más de 20 kilómetros de profundidad. «Es la cifra más alta de la serie volcánica», indica Domínguez, pues hasta el momento, el número máximo de seísmos tan lejanos a la superficie había estado en 40. 

También, por primera vez en casi dos meses, han regresado los enjambres. «Este conjunto de varios terremotos seguidos no los habíamos observado desde que el volcán entró en erupción», asegura Domínguez. Hasta ahora los seísmos se habían producido de manera constante pero en un «goteo». Después de que se produjera la erupción y cesaran los movimientos sísmicos que se estaban produciendo tan solo unos días antes, los científicos han estado identificando entre cuatro y cinco terremotos a la hora cada día. Sin embargo, en las últimas dos jornadas, la actividad ha sido tan continua que se han llegado a registrar hasta tres enjambres profundos con entre 15 y 20 terremotos cada uno. 

El penacho volcánico apenas alcanza los 2,5 kilómetros y en él apenas se pueden ver pulsos de cenizas.

Mientras el estómago del volcán se revuelve, en el exterior su cono –que está más estable que nunca– muestra una cara más amable. Una columna de gases tóxicos, que apenas llega a 2.500 metros, es ahora la protagonista del paisaje. El penacho emite entre 13.000 y 15.000 toneladas diarias de dióxido de azufre (SO2) y entre 1.800 y 1.900 toneladas de dióxido de carbono (CO2). La lava y las cenizas siguen saliendo del cono y deslizándose, cuando adquieren suficiente empuje, ladera abajo, pero ahora lo hacen con pulsos de actividad intermitente.