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Volcán en Canarias

Una colada de lava congelada en el tiempo

La Cueva del Viento, en Icod de Los Vinos, es el tubo volcánico más grande de Europa y un tesoro volcánico

que transportan hacia el futuro paisaje de La Palma

Un hombre ilumina los estafilitos o goterones de lava de los techos de la Cueva del Viento. Delia Padrón

La gruta está oscura. Salvo el de una linterna ocasional, no hay un foco que ilumine el camino. En la Cueva del Viento solo hay silencio, oscuridad, y algo de frío. La vista se posa con cierta fascinación en sus irregulares techos. Allí aparecen lo que los científicos denominan estafilitos, o goterones lava, el fósil vivo de la última lava que discurrió por la cueva. En el suelo, un terreno tosco y arrugado, generado por el enfriamiento lento de la lava, que amenaza con acabar con la estabilidad de cualquiera que se atreva a adentrarse en aquel lugar. A los lados, los vestigios de la negra roca magmática que se ha ido oxidando con el paso de los años en el contacto con el aire y el agua.

Este frío páramo es un tesoro volcánico que ha permanecido casi intacto desde el día que se formó, hace 27.000 años en Tenerife, a consecuencia de una de las recurrentes erupciones del complejo volcánico Pico Viejo. Se trata del tubo volcánico más grande de toda Europa y, gracias a su pulcra conservación, hoy se convierte en una ventana al futuro paisaje del oeste de La Palma, donde su nuevo volcán sigue cambiando la morfología del terreno.

Poco después de que la lava dejara de fluir, la gruta se llenó de vida. Es de hecho, el emplazamiento del mundo con una mayor biodiversidad. En él conviven más de 92 especies de invertebrados, de las que 33 siempre han estado viviendo en la cueva. Se han adaptado. Nacen sin ojos, pero no son ciegos, porque nunca han necesitado ver. Dentro de esa lúgubre gruta, solo necesitan patas y antenas, con las que degustan sus presas o la savia de alguna raíz, como explica el biólogo y guía Francisco Mesa. La vida en la cueva va a otra velocidad. Tan despacio, que «los animales que viven aquí, viven el doble que si lo hicieran fuera».

Los pobladores de la isla también han adorado, desde siempre, el laberíntico emplazamiento. La gran extensión de cuevas subterráneas se utilizó durante mucho tiempo como bodega o lugar de almacenaje. De hecho, cuando el Cabildo de Tenerife quiso darle un nuevo uso divulgativo, tardó la friolera de 24 años en ponerlo a punto. Además de describir las zonas más seguras para el público, hacer estudios de estabilidad y establecer las medidas adecuadas para proteger el hábitat que allí se había formado; lo cierto, es que se vieron obligados a limpiar. Y es que, fue entonces cuando se encontraron con que los pobladores del pasado habían utilizado ciertos lugares, como la de la Sima de La Vieja, para deshacerse de su «basura agrícola», como relata Esther Martín, responsable del Museo de la Cueva del Viento.

Un grupo de visitantes hacen un recorrido por la Cueva del Viento junto al biólogo y guía Francisco Mesa. | | DELIA PADRÓN

Algunos cronistas han relatado que, incluso, estas cuevas fueron utilizadas por los aborígenes en sus ritos funerarios, aunque de momento, no se ha podido corroborar. «Hasta ahora no nos hemos encontrado con ninguna momia», insiste Martín. Esto, sin embargo, no limita las posibilidades de hallar un cuerpo guanche algún día, pues los espeleólogos estiman que la Cueva del Viento puede medir más de 75 kilómetros, y hoy solo se conocen 18,5. «Hay puntos en los que se originan derrumbes y otras son inescrutables», admite Martín. Esta cueva está formada por tres tubos por los que discurrió la lava candente durante varias fases eruptivas. Las lavas se fueron depositando unas sobre otras, y por ello, hay orificios tan altos como un edificios –por los derrumbes puntuales durante la erupción que formaron cascadas entre los tubos– y otros tan diminutos como un lagarto.

Para que se forme un tubo volcánico se tienen que dar al menos dos circunstancias durante la erupción: que el lugar por donde transcurra la lava tenga una fuerte pendiente y que el material que expulse el centro emisor sea muy fluido. Una vez se cuenta con estos ingredientes solo hay que esperar, pues los tubos volcánicos se forman «cuando la parte exterior de la colada se enfría y dentro sigue corriendo la lava», explica la responsable del centro. La creación de tubos volcánicos es un fenómeno bastante común en el vulcanismo canario. En el Archipiélago existen varios lugares emblemáticos que tienen este mismo origen. Ejemplo de ello es el Túnel de La Corona que desemboca en los Jameos del Agua, en Lanzarote, o la Cueva de Las Palomas, en La Palma.

Estas estructuras son las que apenas permiten que se aprecie la lava que discurre por las coladas del volcán palmero. La mayor parte del material está desplazándose por el interior de unos pequeños tubos volcánicos que se abren y se cierran, se derrumban y rebosan en el transcurso de la erupción. Cuando el volcán de Cumbre Vieja cese, es posible que «sean pocos los que queden en pie». Y es que, a diferencia de las lavas que han formado la Cueva del Viento, que son cordadas, las que están emanando del volcán de La Palma son malpaís, mucho más proclives a derrumbarse. Por esta razón, en La Palma lo que suele haber «son tubos pequeños de apenas 500 o 600 metros», explica Martín. De hecho, el único que tenía esta isla hasta el momento es la Cueva de Las Palomas, que se formó en 1949 a raíz de la erupción de San Juan. En este caso, las dimensiones están en torno a los tres metros de ancho por unos 560 de longitud.

Pese a esto, la información científica que puede proporcionar es mucho mayor que la que han facilitado hasta ahora los tubos existentes. Una vez se pueda visitar, los científicos podrán conocer cómo se producen los derrumbes, por qué hay zonas con jameos –huecos en el techo– o describir la colonización de nuevas especies. Sin embargo, para empezar a estudiar estos nuevos laberintos lávicos tendrá que pasar un tiempo prudencial. Aventurarse a dar una fecha es casi tan arriesgado como intentar predecir el fin de la erupción, pero «tendrá que pasar al menos un año antes de poder acceder a los tubos». Las nuevas cuevas volcánicas de La Palma tendrán, sin embargo, una tarea mucho más importante. Se deberán convertir en historia viva que permita, como hoy lo hace la Cueva del Viento, recordar a los canarios que la tierra que pisan es volcánica, con una destrucción asociada, pero con un futuro que admirar.

Una colada de lava congelada en el tiempo

Estudios anuales de estabilidad y radón

La majestuosidad de los tubos volcánicos los hace parecer firmes y sólidos. Y lo son, pero no siempre lo han sido. La seguridad es, por tanto, la mayor obsesión de los científicos que diariamente realizan decenas de visitas con grupos de turistas o residentes al interior de la Cueva del Viento. Además de ataviar a los visitantes con cascos de obra, los científicos realizan informes periódicos sobre la estabilidad de la cueva. «Durante la formación del tubo se producen muchos derrumbes, así que hay que realizar un seguimiento», explica la responsable del Museo, Esther Martín.

Justo en las últimas semanas, los científicos han terminado un estudio milimétrico de la estabilidad, basado en una novedosa técnica, con el que han descubierto que hay pocas probabilidades de que se produzcan derrumbes en el tubo volcánico a corto plazo. Además de realizar visitas guiadas divulgativas –cuyas plazas se pueden reservar en su página web–, su trabajo consiste, además, en medir anualmente los niveles de radón que puedan estar viajando a través del tubo volcánico. «Este gas es nocivo en grandes cantidades y nos preocupa especialmente la exposición de los trabajadores», insiste Martín.

Por fortuna, el volumen de este gas contenido en el tubo es hoy en día irrisorio, por lo que se ha concluido que no existe un riesgo asociado. En todo caso, los trabajadores tan solo se aventuran una vez a las profundidades de la cueva, cuya entrada se encuentra resguardada por una pequeña puerta de metal. Tanto la medición de estabilidad como la de gas radón se realiza , asimismo, en la zona visitable de forma frecuente por turistas para garantizar su seguridad en todo momento, y en estos momentos también se están llevando a cabo en una galería más profunda que no se ha abierto al público. «Nuestra intención es hacerla visitable en algún momento, pero queremos hacerlo bien», remarca.

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