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ERUPCIÓN EN LA PALMA

Los gases que emanan del volcán de La Palma viajan acoplados a las cenizas

Bajo la ‘Operación Cenicienta’ el IGME notifica el espesor acumulado de estos piroclastos

La ceniza sepulta una casa cerca del cráter del volcán

Los gases del volcán, como el aluminio o el flúor, son capaces de adherirse a las cenizas y viajar junto a ellas varios metros. Así lo han descrito en sus primeros análisis los investigadores del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), quienes insisten en que estas partículas nocivas se encuentran, por el momento, «en unas cantidades que no comprometen a la salud de la población». Este grupo de científicos, que forma parte del Comité Científico de la emergencia volcánica, se están encargando de realizar un análisis físico y químico de las cenizas para conocer si, en algún punto, podrían poner en jaque la salud de la población. Sin embargo, saber cómo afectan las cenizas a la isla es una obra faraónica y los investigadores han solicitado para ello ayuda a la población. Para conseguir el mayor número de muestras posibles, y así entender hasta qué punto pueden transportar los gases consigo estas cenizas, el IGME ha pedido la ayuda de la ciudadanía a través de la denominada Operación Cenicienta. 

Bajo un nombre que recuerda a la tan malograda vida de la princesa de Disney, los investigadores del IGME pretenden conseguir, en el menor tiempo posible, llegar a más puntos de la isla con el fin de crear mapas de dispersión de cenizas más certeros. Con esta información, además pueden conocer los lugares de La Palma donde existe una mayor acumulación de estos piroclastos, y advertir con tiempo los riesgos que pueden representar para la población. «Es importante conocer su composición química para entender las repercusiones que puede tener para las personas y así tomar las medidas de protección correctas», explica Juana Vegas, geóloga del IGME y coordinadora de la Operación Cenicienta.

Juana Vegas y José Mediato (IGME-CSIC) tomando muestras de cenizas IGME

De hecho, fue este equipo de investigación el que advirtió que, debido a la composición geológica de estos pequeños piroclastos y las recurrentes lluvias de cenizas que estaban afectando a la zona, era necesario proteger correctamente a la población. «Al principio de la erupción no era difícil encontrarte con operarios que no se ponían ni mascarillas ni gafas», rememora la geóloga. Ahora, un mes después de que el volcán haya abierto la tierra para sacar todo el magma que tiene dentro, no hay persona en la isla que, al acercarse a los límites del perímetro de exclusión, trabajar en la zona o barrer cenizas de su azotea, no se ponga al menos una mascarilla FFP2. 

Las partículas nocivas se encuentran en cantidades no perjudiciales para la salud

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Hasta el momento, los investigadores han conseguido recolectar muestras de ceniza no solo de La Palma; también de La Gomera, El Hierro, Tenerife y hasta Gran Canaria, donde, en algunas ocasiones, una fina capa de cenizas ha cubierto el suelo que, sino se supiera que hay un volcán en erupción a pocos kilómetros de distancia, se podría confundir con tierra basáltica de alguna playa. Asimismo cuentan con hasta una veintena de personas que, de manera altruista, colaboran de manera recurrente con el instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), para proporcionar nuevas muestras. Entre ellos se encuentran los directores del Roque de los Muchachos y del Parque Nacional de La Caldera de Taburiente.

Ciencia ciudadana 

Cualquier persona puede participar en este proyecto de investigación. Lo único que se necesita es una espátula, un pincel, una regla, un móvil, una bolsita zip y un rotulador. Lo primero que se debe hacer es marcar un cuadrado (30x30 centímetros) con una espátula sobre una superficie lo más horizontal posible que esté cubierta por ceniza y que no haya sido alterada. Una vez decidido ese punto concreto, se debe ubicar con cualquier aplicación móvil que tome las coordenadas o, en su defecto, que indique la dirección exacta con el punto kilométrico, o dirección y localidad. Ahora será el momento de medir con una regla o un metro el espesor de esas cenizas. El IGME también pide que se haga una breve descripción de la superficie muestreada (si las cenizas están repartidas homogéneamente, dispersas o amontonadas) y rotular la bolsita zip con el número de identificación, la fecha de recogida y el nombre de quien lo hace. Finalmente, con ayuda de una espátula y un pincel, se deberá ir llenando la bolsa con la ceniza que se encuentre en el cuadrado previamente elegido. Toda la información recogida debe ser almacenada para luego incluirla en un formulario disponible en la página web del IGME. 

Estas cenizas son derivadas al laboratorio del instituto en su sede central, en Madrid, donde son estos materiales son evaluados a través del microscopio óptico. Entre los siguientes pasos a seguir en esta investigación se encuentra el estudio de otro contenido en gases de las cenizas volcánicas. La idea es observar si otras sustancias nocivas, como el azufre o el arsénico despedido por el volcán en sus imponentes bocanadas de llamaradas, también son capaces de adherirse a estas partículas y durante cuánto tiempo lo harán. En otras palabras, tratan de concluir si una ceniza expulsada a menos de un kilómetro contiene la misma cantidad de gases que una que viaja 20 kilómetros. Cabe recordar que en esta nueva fase de la vida del volcán se está emitiendo más dióxido de azufre (SO2) que nunca. En estos momentos, la emisión de SO2 asociado al penacho volcánico alcanza valores de 16.350 toneladas. 

Cenizas vistas en un microscopio óptico IGME

Cumbre Vieja, la más afectada

«Para nosotros es importante poder recoger las cenizas del norte y del sur de la isla, porque en pocas horas se pisan o se borran», insiste la geóloga del IGME. Con la información de su espesor se puede conocer las áreas con más riesgo de acumulación. Según los datos del IGME cerca del cono volcánico, en el espacio natural de Cumbre Vieja, la acumulación de ceniza es tal que llega a sepultar unos 32 milímetros o 3,2 centímetros. En el Pico de Las Nieves, el Parque Nacional de La Caldera de Taburiente, Santa Cruz de La Palma o Breña Alta, pese a su lejanía del foco principal, el espesor de las cenizas llega a ser de unos 5 milímetros. En el resto de la isla, especialmente en la zona norte (San Andrés y Sauces, Puntagorda o Garafía), lo habitual es que el espesor de las cenizas acumuladas sea ínfimo, y a duras penas alcance el milímetro en un mal día. 

El IGME diseña un mapa con las zonas más proclives a acumular cenizas y con qué espesor

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Una de las informaciones más relevantes que confiere este mapa de espesores es la de las viviendas que pueden estar más afectadas por la caída de este pequeño piroclastos. «Con este recurso podemos advertir al resto de miembros del Pevolca de qué casas son más vulnerables a la caída de cenizas y, por tanto, se deben limpiar más a menudo», indica Vegas. Con las lluvias, las posibilidades que brinda este mapa a la emergencia se amplían, dado que también contribuye a conocer las zonas más vulnerables en sufrir daños cuando las cenizas se conviertan en masas pesadas. Porque estas montañas de piroclastos, cada uno de ellos de menos dos milímetros de diámetro, se hacen más pesadas al contacto con la lluvia, convirtiéndose en materiales que pueden desentrañar nuevos riesgos. Las cenizas con agua se convierten en una «pasta» que puede acabar tupiendo las alcantarillas, desplomando tejados o, incluso, y en casos más excepcionales, generar lahares que discurran ladera abajo. 

Estas últimas son estructuras que se forman como consecuencia del arrastre de materiales volcánicos cuando se producen lluvias muy intensas. Cuando esto pasa, la ceniza puede deslizarse  ladera abajo en grandes cantidades. Existen varios registros que notifican sucesos de este tipo a lo largo de la historia en la isla. Unos años después de la erupción del volcán San Juan, en 1949, un deslizamiento de cenizas en la tierra, generó nuevas pérdidas más allá de las provocadas por el propio volcán. 

Avance del frente de la nueva colada sur, que en esta zona llana se desplaza a 6 metros por hora a las 17.00 horas

Avance del frente de la nueva colada sur, que en esta zona llana se desplaza a 6 metros por hora a las 17.00 horas @involcan

Riesgo de lahares

Como narra Carmen Romero, geógrafa de la Universidad de La Laguna (ULL), pocos años después de la erupción «se recuperó el tráfico rodado en la zona», pero en estos laboriosos trabajos no se tuvieron en cuenta los efectos secundarios de las cenizas. Con las primeras lluvias, se formaran pequeños lahares «que provocaron la pérdida de ganado y al menos ocho víctimas entre los obreros que se encontraban en la zona». No hay que llevar la vista tan atrás para encontrar un fenómeno como este en La Palma. En 2009, tras un gran incendio, también se notificó la ocurrencia de un fenómeno de similares características al lahar. «En realidad fue un derby flow que bajó hasta el mar y arrasó varias plataneras», recalca el geógrafo de la Cátedra de Reducción de Riesgos de Desastres y Ciudades Resilientes de la ULL, Pedro Dorta. 

Para que ocurra, sin embargo, «tiene que llover de forma intensa durante bastante tiempo», como reseña Dorta. Además, la acumulación de cenizas tendría que ser cuantiosa y la pendiente muy escarpada. Los condicionantes climáticos solo se cumplen en Los Llanos, El Paso y Tazacorte – el área de exclusión del volcán– cuando una borrasca suroeste se adentra. «Este tipo de fenómenos generan precipitaciones muy intensas, pero también son muy poco frecuentes», recuerda Dorta. Incluso así, si llegara ocurrir, es posible que los «efectos sean muy locales». Pese a estas ínfimas probabilidades de ocurrir, es un riesgo que se debe tener en cuenta en los planes de actuación ante la emergencia, pues además, podrían ocurrir mucho después de que acabara la erupción, como sucedió en 1949. «El riesgo de que ocurra es muy bajo, pero existe, y por eso hay que elaborar planes y vigilar su ocurrencia», reseña Dorta. A estos trabajos se deben unir los de reevaluación de los riesgos asociados del terreno una vez acabe la erupción pues «ha cambiado totalmente la orografía», así que se debe volver a medir el riesgo que producirán las futuras escorrentías en el nuevo terreno. 

 Además de este proyecto asociados a la Operación Cenicienta, los científicos del IGME también llevan a cabo cada día trabajos en el campo como el seguimiento aéreo de las coladas, las fumarolas y las fracturas mediante drones, con los que informan al resto del Pevolca. Asimismo, muestrean las lavas «en tiempo real», para conocer «su composición química y temperatura» y así poder evaluar «cómo se enfrían». El trabajo continúa en sus oficinas, donde realizan la cartografía de las lavas en tiempo real y concluyen los análisis de laboratorio para interpretar las cenizas. 

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