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erupción en la palma | Consecuencias en las comunicaciones

El tercer aislamiento de La Palma por el volcán

Los continuos cierres del espacio aéreo trastornan aún más la vida truncada de La Palma

La colada norte de La Palma, cerca de llegar al mar

La colada norte de La Palma, cerca de llegar al mar Agencia ATLAS | Foto: EFE

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La colada norte de La Palma, cerca de llegar al mar Nora Navarro

El cierre del espacio aéreo en el aeropuerto de La Palma, el tercero desde el comienzo de la erupción en Cumbre Vieja, añade otro trastorno multilateral a la rutina trastocada de la isla.


Los palmeros y palmeras, tanto exiliados y repartidos en otras tierras como afincados en su isla, guardan cientos de vuelos frustrados en su equipaje vital. Cada invierno pueden volver a casa por Navidad, o no, y si, además de las veleidades del viento, el rodeo pasa por el aeropuerto que presta nombre a los desvíos, that’s another story, como dicen en Irma la Douce.

Pero no es lo mismo quedarse varada en la Isla Bonita que permanecer atrapada en el reloj del volcán. Y es que el cierre del espacio aéreo en el aeropuerto de La Palma, el tercero que se decreta desde el comienzo de la erupción del volcán de Tajogaite como consecuencia de las nubes de ceniza, añade otro trastorno multilateral a la rutina trastocada de la isla.

La suspensión de los vuelos de salidas y llegadas, con la única alternativa del traslado vía marítima, no solo altera la logística de los turnos y relevos de muchos profesionales de emergencias, seguridad, administración o medios de comunicación que trabajan en el centro de la catástrofe, sino que, además, extiende la ansiedad de permanecer en ese bucle de explosiones y cenizas que marca las horas en la costa oeste de La Palma.

El pasado fin de semana, antesala del primer mes de la erupción que se cumple este martes, el encuentro de la calima y las cenizas en la atmósfera paralizó una vez más las conexiones aéreas con La Palma, que se reanudaron ayer por la mañana después de casi tres días de inoperatividad, pero con retrasos de hasta cuatro horas en los vuelos interinsulares. Por la noche, Binter canceló los últimos cuatro vuelos por la ceniza.

Las conexiones aéreas se reanudaron por la mañana después de casi tres días de inoperatividad, pero Binter tuvo que cancelar anoche los cuatro últimos vuelos por la ceniza

En cierta manera, la burbuja de aislamiento e impotencia en la terminal es casi un trasunto del tiempo detenido en la isla, que agota poco a poco las fuerzas sin poder doblegar la potencia destructora de la vida tal como la conocíamos un mes atrás. «Ya me han cancelado dos vuelos para Málaga vía Gran Canaria junto con este», gritaba ayer una investigadora andaluza después de cuatro días en La Palma, a la que viajó por su cuenta en sus días libres para «desconectar y documentar el volcán, que es un fenómeno histórico». Su vuelo no estaba cancelado, sino retrasado un par de horas. «Sé que están todos muy nerviosos, pero nosotras no tenemos la culpa», clamaban desde el mostrador; a lo que los pasajeros respondían: «Tampoco nosotros». Lo cierto es que ninguno la tenía. Por su parte, dos ingleses con vuelo a Madrid decidieron ahogar la espera con cervezas en vasos de plástico al grito de «Cheers!». Su avión resultó el primero en salir de la isla sobre las 11.30 horas.

El viento

La isla de La Palma volvió a amanecer ayer empolvada de capas de arena y lapilli, sobre todo, en la vertiente oeste que conforma la zona cero de erupción. Este volumen de material piroclástico se desplazó desde el costado opuesto durante la madrugada del lunes debido al cambio en la dirección del viento, que despejó la zona del aeropuerto para volver a recubrir los barrios damnificados de Los Llanos de Aridane, El Paso y Tazacorte.

Los operarios de limpieza trabajaron a contrarreloj, una vez más, para acondicionar las pistas y que los aviones pudiesen aterrizar y despegar sin riesgo de deslizamiento. Aún así, muchos ya se habían rendido y se sumaban a quienes, a lo largo del fin de semana, optaron por comprar pasajes de barco para no faltar en ningún caso a sus puestos de trabajo.

Después de la primera salida a Madrid, el resto de la espera en la zona de embarque se correspondía con pasajeros de vuelos entre islas. Además de profesionales de la Unidad Militar de Emergencias (UME) o el Grupo de Emergencia y Salvamento (GES), abundaban los familiares y amigos que se desplazaron a La Palma para apoyar a los suyos. «Yo vine a estar con mis padres en estos momentos tan difíciles de dolor e incertidumbre», reveló Inma, una profesora, natural de El Paso, que vive en Las Palmas de Gran Canaria.

«Pero esto va para largo y también necesito estar en mi casa con mi familia», añade. Y es que acompañar también tiene un precio muy alto de «agotamiento y angustia». «Necesitamos descansar», afirmaba una fila de pasajeros ante la puerta de embarque número 6. «Yo sé que volveré pronto», afirmó una fotógrafa que, además, se prestó a ayudar como voluntaria en el polideportivo Severo Rodríguez de Los Llanos, conmovida. «Y ojalá cuando regrese solo pueda retratar la vida después del volcán».

La pregunta que flotaba en el aire, antes de que los megáfonos comenzaran a anunciar las salidas a Gran Canaria y Tenerife Norte, era: ¿resulta más duro, a estas alturas, regresar o quedarse? «Ambas cosas son difíciles», responde Inma. «Lo más duro es lo que ya está pasando. Y que, estando allí o aquí, aún puede ir a peor. Y que lo único que podemos hacer los demás es esto: acompañar».

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