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Volcán de La Palma

El tortuoso camino de La Palma partida por el volcán

EL DÍA realiza el recorrido que los vecinos y vecinas de Los Llanos deben transitar para acceder a sus casas tras levantarse el muro de lava que les obliga a demorarse dos horas en un trecho que era de 15 minutos

El suelo de Puerto Naos comienza a abrirse

El suelo de Puerto Naos comienza a abrirse

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El suelo de Puerto Naos comienza a abrirse Nora Navarro

Menos de un siglo de memoria almacenan las despensas de las casas de La Palma que se aprovisionaban a golpe de idas y venidas por los senderos transversales de las medianías. Cuentan las abuelas que cuando chicas, mucho antes del desarrollo del viario palmero y el asentamiento de las carreteras, enfilaban a pie las veredas desde el interior de Tazacorte con rumbo a las «tierras de la cebada», donde el Barranco de las Angustias, para alcanzarle la comida a los papá, los tíos y los primos entre la faena y faena, y luego vuelta a pegar el camino cargadas de tomates y bubangos en sus cestos.

Estos días de otoño y cenizas a la sombra del volcán de La Palma, las coladas de lava que fluyen desde Cumbre Vieja vuelven a moldear el paisaje y modificar los sentidos, direcciones y caminos de la comarca oeste de la isla, como si emularan aquellos tiempos agrestes en que la necesidad marcaba las horas.

La lengua que partió La Palma por la mitad en su desembocadura al mar por la Playa del Perdido fuerza ahora a vecinos, agricultores y regantes de los pueblos aislados de Los Llanos de Aridane, cercados al otro lado del muro de magma, a dar la vuelta completa a la isla para alcanzarlos. 

Los Llanos de Aridane

El Cabildo de La Palma ha habilitado estos últimos días un único acceso a través del municipio de Fuencaliente para vecinos y trabajadores con viviendas y fincas radicadas en pueblos llanenses como El Remo, Puerto Naos o La Bombilla, que, entre otros, se encuentran fuera de la denominada «zona de exclusión», que son las áreas amenazadas o arrasadas por la lava (la expresión se asemeja bastante a la de «territorios ocupados» para referirse a tierras colonizadas o invadidas, como señalaba Eduardo Galeano).

Pero volviendo al trazado palmero, el recorrido inverso a través del sur de la isla comporta un camino largo y fatigoso, que se prolonga durante más de dos horas y casi 70.000 kilómetros de camino, frente a los 15 minutos prevolcánicos, para poder regar plátanos, hierbas y viñedos pero es que, como dicen por aquí las viejas generaciones, no podemos comer de sembrar alambres y fideos.

Así, numerosas familias y trabajadores de la tierra se echan estos días a la carretera LP-3 con rumbo a Santa Cruz de La Palma desde el nudo de Tazacorte y Los Llanos de Aridane: atraviesan la isla desde el costado oeste al este, donde se erige la capital palmera; luego, bordean la ciudad para seguir el camino por el litoral del sureste hasta llegar al pico del corazón de la isla y, por último, retoman el ascenso desde el pico sur hasta el mismo municipio llanense de salida, pero al otro lado de la barrera.

En principio, esta vía se erige en la única alternativa posible para salvar los cultivos y cuidar de las tierras hasta que cese la erupción, que no es una cuestión baladí en una isla donde más del 50% de la población depende de forma directa o indirecta del plátano, y otro tanto más del sector primario. El futuro de La Palma vuelve a ponerse en cuarentena y los vecinos desalojados que aún conservan sus casas solo pueden sembrar el presente con la misma paciencia y tesón de antaño, como escribiera Unamuno en su poema De vuelta a casa: «Compadeciendo mi secura, riegas / montes y valles, los de mis entrañas / y con tu bruma el horizonte empañas / de mi sino, y así en la fe me anegas».

Cicatrices y cumbres

Lejos de la hora punta no cabalgan más que ruedas en silencio y el rugido de la fiera de lava pisa los talones en las curvas. El inicio del trayecto por el sur empieza por atravesar el municipio luminoso de El Paso, que todavía exhibe las cicatrices del incendio que abrasó sus tierras el pasado agosto, y desde cuyo centro se divisa a kilómetros la gran chimenea de humo, como un ojo que todo lo ve.

El Paso

En este primer tramo refulge hoy el sol de octubre, que contrasta con la grisura que se extiende por el cielo y se deshace en cenizas. Los operativos de limpieza barren y amontonan esta lluvia granulada en los arcenes para despejar las carreteras, pero los coches levantan remolinos de polvo a su paso como una lluvia fina que no cesa. Y esta primera noción de eternidad en el camino de fondo que nos ocupa se interna en el Túnel de la Cumbre, emblema que conecta los dos grandes núcleos poblacionales de La Palma y que los nativos apodan cariñosamente como «el túnel del tiempo», porque sus 2.665 metros de longitud casi inauguran una nueva estación en el otro extremo.

La Cumbre

Y así sucede que, a la salida de esta boca blanca, «el invierno cubre el bosque con sus alas / las ratas amarillas / mueren con los pájaros en las cumbres», como rezan Los viejos bosques, de Félix Francisco Casanova, poeta natal de Santa Cruz de La Palma (1956 - 1976), en cuya céntrica Calle Real da la bienvenida una estatua en su homenaje, obra del artista Fran Concepción, que hoy recubre el polvo del volcán.

El zigzagueo que aloja el corazón verde de las cumbres de La Palma conduce finalmente a los bellísimos balcones que florecen en la capital palmera y que miran hacia ese horizonte brumoso, como si en su orilla comenzara el resto del mundo.

Santa Cruz de La Palma

Sin embargo, la estampa del vacío y la desolación en el oeste se refleja en la charca de la otra punta, ya que las arterias de Santa Cruz de La Palma atoran su afluencia habitual con gruesas estrías de arena negra que embarran la mañana. Cae la lluvia sobre mojado en esta parte de la isla que también sufre los estragos de Cumbre Vieja desde el segundo fin de semana de erupción, así que sus residentes se recogen puertas adentro y encienden velas hasta que la tormenta pase.

Algunos visitantes arrastran sus trolleys de plástico por el barro para coger el último barco hacia otros puertos o, con suerte, uno de los primeros aviones que reanudan su vuelo tras el paréntesis del espacio aéreo. Pero quienes enfilan Los Llanos desde Los Llanos siguen su ruta a través de San Pedro hasta el municipio de Breña Alta, siempre envuelto en la neblina blanca, donde el tráfico se intensifica poco a poco por las lluvias y las prisas.

Largo viaje al sur

Villa de Mazo

A continuación, las carreteras sinuosas que se abren camino a través de las breñas conducen a la Villa de Mazo por el costado este de la isla, que recorta una orografía volcánica forrada de verde. A medida que se doblegan las ondulaciones de esta pista infinita, las carreteras se afinan como alambres y se alejan los crujidos y detonaciones que, con toda probabilidad, aún restallan en el corazón de las caravanas que se forman en algunos giros con rumbo a Fuencaliente.

Fuencaliente

Por fin, después de bordear las playas del Azufre, Arena Blancas y la Barqueta y descender hasta Las Caletas, el paraíso reinventado de las aguas termales se abre ante los ojos con la certeza de la victoria próxima. Este municipio modelado por las coladas del volcán de Teneguía en 1971, que cumple medio siglo este octubre, padece los temblores del litoral contiguo y sus habitantes conservan sus maletas en la puerta por si los peores pronósticos de Cumbre Vieja se desataran cualquier noche.

En el sur de la isla, el dolor se aloja en el complejo del Hotel Teneguía Princess, donde muchas familias desalojadas miran con pesadumbre hacia el oeste, como si así sostuviesen el último hilo de la memoria que sepultó la tragedia. Las últimas brisas han lavado el aire del sur, pero las cenizas que se mezclan y confunden con las sales en su emblemático paraje salinero se erigen en el símil de una isla que no aloja una sola parcela indemne.

De vuelta y vuelta

Una vez completado este ángulo de 90 grados que rodea la isla y suma casi 50 kilómetros de rodaje, palmero sube a La Palma, como canta la isa, en dirección a casi el mismo punto de partida. Cuentan los agricultores y vecinos desplazados que la ansiedad que cede ante el hastío del trayecto vuelve a agolparse en la garganta en este último tramo del trayecto. La cobertura nubla las ondas que transmiten la evolución del volcán Tajogaite y regresa el temor a que vuelvan a cerrar el paso a cal y canto. 

Una vez superado el núcleo de Las Indias y la soledad de El Charco, el rugido del volcán vuelve a alzarse en el paisaje que señala las proximidades de El Remo, La Bombilla y Puerto Naos, los barrios vedados que hubo que abandonar y dar la espalda para alcanzarlos ahora por el otro lado. El único acceso permitido es por Jedey, el primer punto del mapa que señaló la comunidad científica como posible semilla del volcán, pero que al final abrió la tierra en Cabeza de Vaca. 

Las Indias

La estancia solo puede ser breve y muchos apuran las horas en sus fincas y casas para que no les sorprenda la noche en el largo camino de regreso. La arena negra que recubre huertos y tejados acumula, a veces, hasta ocho centímetros de desamparo. Y después de barrer, regar, limpiar, sulfatar, llorar y rezar, los palmeros reanudan el camino de vuelta de dos horas, y así, de vuelta y vuelta, como la canción de Jarabe de Palo, primavera que no llega. 

Al otro lado de la vuelta, Delia, una vecina de Tajuya con huertas en Las Manchas, aloja estos días a sus dos hijos, nueras y nietos, que esperan a su marido sobre la hora de cenar. Cuando Delia terminó de freír la novena cachapa, la mesa y los cristales de la cocina comenzaron a temblar y vibró hasta la garrafa de 5 litros. «Yo le di a mis nietos el último aguacate para rellenarles la cachapa y pensé: ojalá nunca tengamos que quitarles nada de la boca». 

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