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Volcán de La Palma

Rostros de un paisaje roto por el volcán de La Palma

Son 12 vecinos de Las Manchas, Todoque, Camino Pastelero y La Laguna. Víctimas todos ellos del volcán. Algunos ahora sin casa, otros sin trabajo y los hay que sienten un miedo atroz

Tomás Camacho, 68 años, jubilado.

Escuchar estos días a los palmeros no es fácil. Las historias que cuentan encogen el alma. En cuestión de horas, sus vidas han dado un giro de 180 grados por la erupción del volcán de La Palma. Los hay que no saben adonde ir, se han quedado sin casa y no tienen donde dormir. Otros viven con una incertidumbre cuya duración es impredecible, esperan a conocer si su hogar es arrasado por la lava o si, por lo contrario, estarán entre los afortunados que podrán volver a abrir la puerta de la entrada. Y también existe una parte importante de la población que siente miedo ante lo que ocurre delante de sus ojos: un volcán que desde hace ya más de 160 horas no cesa de escupir una lava que ha arrasado con los sueños de cientos de palmeros.

Entre los que lo han perdido todo está Tomás Camacho, un jubilado que vio cómo aquella casa que tanto sufrimiento le llevó levantar de repente desapareció. Por ahora puede dormir bajo el techo de la casa de un familiar, pero es normal que por su cabeza pase qué va a pasar en un futuro. «Yo no quiero un piso, quiero seguir viviendo en el campo con mi terreno», con su libertad. O el joven David Candelario, quien junto a su novia Yanira Gómez estaban dando forma al hogar en la Bajada Camino Pampillo en el que iban a ver crecer al pequeño Dariel, de tan solo unos meses. Carmen Teresa también lo perdió todo. Ella, sus familiares y sus amigas. El drama no es individual, es una desgracia colectiva que afecta a decenas de familias que con los años habían conseguido levantar sus viviendas unas al lado de otras.

Están quienes ven como su principal fuente de ingresos está en peligro de desaparecer. Ocurre con las 300 hectáreas de plátano que están bajo la guadaña de la enorme pared de magma solidificado que avanza lentamente. A Julio Delfín Rodríguez, por ahora, le ha paralizado su principal terreno, unos diez mil metros cuadrados de plátanos situados en el Club de Tenis. Es su sustento, el que le da de comer. Sabe que si no acude a regarlo y cortar la fruta, esta se pierde y con ella los ingresos. Los otros dos terrenos que se han salvado del volcán le dan para pagar la cuota de autónomo y poco más. O el caso de Carmen Elena Medina Martín, quien a sus 58 años comienza a pensar en una segunda emigración después de que hace dos décadas llegara a Canarias procedente de Venezuela. En esta ocasión sería a Tenerife porque por su tienda de La Laguna ya no pasa casi nadie. Los vecinos, sus clientes habituales, se han ido del barrio ante la cercanía de la erupción.

Y los hay que viven con miedo de dormir a pocos metros de una montaña de 200 metros de altura que día y noche ruge entre explosiones. Es el temor a un fenómeno que pocos imaginaron que pudiera ser tan destructivo. El volcán de La Palma, el único en erupción en Canarias en la actualidad, que en principio parecía que iba a ser una maravilla de la naturaleza se ha convertido en una auténtica pesadilla para los palmeros.

Tomás Camacho, 68 años, jubilado | Andrés Gutiérrez

Tomás Camacho, 68 años, jubilado

«Ya estoy harto de llorar, no me quedan más lágrimas». Es jueves y Tomás Camacho García, un electricista jubilado de 68 años y vecino de Las Manchas, intenta descansar la cabeza con un café en el bar del Mercado de Los Llanos de Aridane. De vez en cuando sonríe junto a los amigos con los que habla entre los puestos. Camacho y su mujer se disponían a comer junto a sus dos hijas, de 39 y 41 años, y tres amigos cuando poco después de las tres de tarde ocurrió la tragedia. «Escuchamos la explosión y después vimos el volcán en la tele; cuando salimos vimos a ese bicho» que se alzaba a dos kilómetros de su casa. «Cogí a los perros, las escrituras de la casa y salimos corriendo». Una casa que ya se encuentra bajo la lengua de la lava y a la que Tomás Camacho reconoce que no quiere volver, «ni aunque me dejaran construirla donde mismo estaba».

Leticia García Sánchez, 33 años, trabajadora social | Andrés Gutiérrez

Leticia García Sánchez, 33 años, trabajadora social

A Leticia García el volcán le ha sepultado «sueños y sacrificios». Sacrificios por habilitar desde hace seis años una vieja casa familiar junto a su pareja y sus tres hijos, de 11, 6 y 2 años. «Estaba en el Camino de la Gata», cuenta ya en pasado. De su vivienda «sólo se salvó un pino». «La teníamos ya casi preparada, sólo nos faltaba poner las piezas del baño», añade. A esta familia aún le quedan unos «cuartitos» en el barrio de El Remo, también desalojado. «Si llega a allí no sé dónde vamos a vivir». La desgracia se agrava con la pérdida del trabajo en las plataneras de su pareja. «Viviremos de lo mío», dice esta trabajadora social de 33 años.

Julio Delfín Rodríguez, 60 años, agricultor | Andrés Gutiérrez

Julio Delfín Rodríguez, 60 años, agricultor

Julio Delfín Rodríguez ha visto cómo su sustento de vida se marchita sin poder hacer nada por salvarlo. Este agricultor de 63 años, dedicado a las plataneras desde hace más de cuatro décadas, tiene una finca de una hectárea en aparcería en la zona del Club de Tenis. Desde el pasado domingo no puede ir a regar ni a recoger la fruta. «Esto está siendo una desgracia», comenta Rodríguez en el bar Casa Gloria de La Laguna. Aunque la lava no pase por sus tierras, explica que todo lo plantado se echará a perder al escasear el agua de riego por la rotura de las canalizaciones. «Si no se arregla esto, no tendré forma de vivir», afirma este vecino de Los Llanos de Aridane.

Mercedes Rodríguez, 53 años, camarera | Andrés Gutiérrez

Mercedes Rodríguez, 53 años, camarera

Pese a que la casa de Mercedes Rodríguez Díaz está relativamente lejos de la lava, en el cruce de La Laguna con Todoque, reconoce tener «miedo» de que la dirección de la lava «se desvíe un poco». «Si cambia qué hago, me voy debajo de un pino», comenta esta camarera de 53 años. Su caso es el de las personas que viven con temor la presencia de un volcán y que provoca que parte de la población huya por un tiempo al otro lado de la Isla donde se siente más segura. Afirma tener todo preparado ante una posible evacuación. Su principal preocupación son sus perros, cuatro chihuahuas y un bullterrier. «¿Dónde los voy a dejar?», pregunta.

Carmen Elena Medina Martín, 58 años, tendera | Andrés Gutiérrez

Carmen Elena Medina Martín, 58 años, tendera

A la tienda de Carmen Medina sólo entra estos días la ceniza del volcán que ensucia, una y otra vez, la entrada. Esta venezolana, afincada en La Laguna desde hace dos décadas, ve cómo el pequeño negocio que regenta no tiene sentido sin sus vecinos. «Vendo alrededor del 10 o el 20% de lo que vendía la semana pasada», calcula Medina. «Muchos de los clientes se han ido, es gente mayor y prefiere estar lejos por precaución». Esto, unido a que las carreteras están cerradas, hace que la tienda permanezca casi vacía todo el día. «No he hecho ningún pedido esta semana» y, aún así, teme que los productos perecederos se le echen a perder. «Creo que pronto me iré para Tenerife». Una nueva emigración obligada por el volcán.

David Candelario Cubas, 28 años, pintor | Andrés Gutiérrez

David Candelario Cubas, 28 años, pintor

David Candelario es un joven con casa en Todoque, uno de los barrios más afectados por el volcán. Toda su familia está en vilo ante la incógnita de no saber qué ocurrirá con sus viviendas. «Somos nueve personas en tres casas», apunta este pintor que desde hace 13 años, cuando aún era un niño, levanta el edificio donde compartir su vida con Yanira Gómez, su pareja, y Dariel, su hijo de unos pocos meses de edad. Asegura que ya ni llora, «no me salen las lágrimas»; y que no quiere saber nada del volcán. Aún con la incógnita infinita que vive, duda de su nueva vida: «Tocará empezar de cero, si se puede», apunta. «Lo haré por mi hijo, que», como recalca, «es el único que me consigue sacar una sonrisa estos días».

Quique García Armas, 50 años, mantenimiento en una finca agrícola | Andrés Gutiérrez

Quique García Armas, 50 años, mantenimiento en una finca agrícola

Quique García recuerda que estaba con su hija de 10 años viendo la tele cuando explotó el volcán. «Salimos a grabarlo». El padre pensaba que había estallado al sur, por Jedey. «Papi, está aquí detrás», dice que le comentó al ver la columna de humo. «Se quedó pálida». Cuando abandonó su vivienda en el barrio de Todoque ni cerró la puerta. Al día siguiente volvieron para recuperar sus cosas. Asegura que se dio cuenta de la magnitud de lo ocurrido cuando su mujer empezó a coger fotos familiares. «Tragué diez litros de saliva cuando cerré la puerta; me decía que no, que yo quería volver otra vez, que ese es mi hogar», declara. Pudo regresar una segunda ocasión. «Aquello ya no era el barrio que conocía, era un barrio fantasma».

Antonio José Rodríguez, 61 años, profesor jubilado | Andrés Gutiérrez

Antonio José Rodríguez, 61 años, profesor jubilado

Antonio José Rodríguez es de los que aún recuerdan el Teneguía. «Aquello era un espectáculo, pero esto es una tragedia». Este profesor jubilado de 61 años y residente en Camino Cumplido cuenta cómo le desalojaron a las 12 de la noche del pasado domingo después del avance de la lava. «Fue un caos, estábamos todos nerviosos, apurados» por intentar salvar lo indispensable, «las escrituras y los medicamentos». Aquella noche durmió dentro de un coche con su familia. Él pudo regresar a los dos días para sacar más cosas de valor dentro de su hogar. Pese a que su casa está a salvo, Antonio José Rodríguez ha perdido un terreno por el paso de la colada. «Pero mi tierra no tiene nada que ver con perder tu casa», comenta.

Kevin Armas Carballo, 29 años, conductor de camión de bomberos | Andrés Gutiérrez

Kevin Armas Carballo, 29 años, conductor de camión de bomberos

«Por favor, no nos olviden». El ruego del joven Kevin Armas es la voz de toda una Isla. A sus 29 años, este vecino de Todoque había conseguido fabricar una casa junto a las de su abuela, sus padres, sus tíos. «La vivienda donde me crié yo y toda mi familia». Recuerda el momento de la erupción: «Cuando vi reventar el volcán eché a llorar». Estaba en su trabajo y pidió permiso para tratar de sacar todo lo posible. Poco pudo hacer. Aquella vivienda familiar ya se encuentra enterrada bajo la lengua de lava. «Pido ayudas, que nos den ayudas porque somos muchos los que no tenemos donde ir, yo no me puedo ir a mi casa porque no está», comenta mientras recoge ropa y comida donada en Los Llanos. «Esto es un infierno», sentencia.

Pedro Ángel Armas Pérez, 63 años, desempleado | Andrés Gutiérrez

Pedro Ángel Armas Pérez, 63 años, desempleado

Pedro Ángel Armas no pudo recuperar nada de su casa del Camino Pastelero. «La ropa que tengo me la han dado», señala. La camiseta y el pantalón que lleva le quedan grandes, como dos o tres tallas más de la suya. Pedro Ángel había salido hacia Los Llanos cuando estalló el volcán. Quería tener otro coche para sacar el máximo número de cosas después de sentir numerosos temblores durante la mañana del pasado domingo. Su familia estaba en su casa y cogió «lo que pudo». «Algo se sacó», apostilla. Él y su mujer, que padece de movilidad reducida, duermen ahora en la casa de uno de sus hijos. De su vivienda y su huertita «ya no queda nada». «En Camino Pastelero ya no hay nada». Solo lava de un volcán maldito.

Carmen Teresa Rodríguez, 54 años, empaquetadora de plátanos | Andrés Gutiérrez

Carmen Teresa Rodríguez, 54 años, empaquetadora de plátanos

«Ahora mismo se está comiendo mi casa, ya no falta nada». Carmen Teresa vive en la calle Alcalá del Camino Pastelero, una de las zonas más dañada por el volcán de Cumbre Vieja. Recuerda que el día de la erupción salió «con lo puesto». «Había muchos temblores. No pude sacar nada», señala. «Mi cuñada tiene una casa espectacular y también la perdió, una sobrina, mis amigas, todas se están quedando sin sitio donde vivir», agrega al tiempo que enseña un conversación de Whatsapp: «Vete mañana porfi y diles que ya no tengo casa, que ya se la llevó», le escribe Olga la de Antonio. «Es muy triste, pero así es la vida», declara con resignación esta empaquetadora de plátanos que también ve peligrar su puesto de trabajo.

Juan Luis Fernández González, 62 años, propietario de un bar | Andrés Gutiérrez

Juan Luis Fernández González, 62 años, propietario de un bar

Juan Fernández González, propietario del bar del Mercado de Los Llanos de Aridane, da las «gracias» porque lo tenía todo preparado antes de que estallara el volcán. Esto hizo que junto a su mujer y sus dos hijas, Lara de 19 y Thalia de 20 años, pudiera abandonar su casa con algo de ropa. Casa que ya no existe. «Salimos por patas» al ver la erupción tan cerca desde Las Manchas. Cuatro días después, comenta: «Aún no me he recuperado del miedo en el cuerpo y no me recuperaré». Toda la familia ha conseguido cobijo «de prestado» en casa de una de sus cuñadas. Pese a lo pasado, Juan Fernández abrió al día siguiente su negocio. «Aquí tengo a dos trabajadores que también tienen que comer», sentencia para explicar que la vida sigue.

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