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Volcán de La Palma

Algo más que dos guardias civiles ante el volcán de La Palma

El subteniente Mateo y el agente Alfonso, padre e hijo, forman parte del amplio dispositivo de emergencia activado para hacer frente a esta crisis volcánica

Los integrantes del instituto armado caminan por un descampado próximo a una de las bocas que se han abierto en Todoque. Andrés Gutiérrez

Dos guardias civiles, una familia y un volcán en La Palma. Estos son cimientos sobre los que se construye la historia del subteniente Mateo y el agente Alfonso. Padre e hijo comparten sus obligaciones profesionales en el operativo de emergencia constituido para hacer frente a la mayor catástrofe volcánica que se ha vivido en España en los últimos 50 años. «En situaciones así el deber es lo que importa», dicen.

En casa Mateo es el padre de Alfonso, pero en cuanto se ponen el uniforme el subteniente Mateo se convierte en el jefe del guardia civil Alfonso. Los dos trabajan «codo con codo» desde hace una semana en la mayor crisis volcánica que se ha registrado en España en los últimos 50 años. El suboficial ingresó en el instituto armado hace 32 años, ha estado destinado en La Gomera, Tenerife, Caravaca de la Cruz (Murcia) y en diferentes puntos de La Palma, mientras que el agente ya suma 16 años en el cuerpo y casi toda su experiencia, hasta que hace unos dieciocho meses volvió a casa, la acumuló en Candelaria. Los dos crecieron en Tijarafe, aunque en el caso de Juan Mateo Rodríguez Ramos (1965) vivió largas temporadas en Londres y Las Palmas de Gran Canaria. Alfonso Rodríguez Cruz, como la mayoría de los hijos de guardia civil, tuvo que hacer las maletas muchas veces cuando era niño para acompañar a su padre en los destinos asignados antes de que este fuera nombrado comandante del puesto de Tijarafe. El círculo se cierra con Ricardo Rodríguez Cruz, cabo de la misma fuerza de seguridad del Estado en la localidad castellonense de Vinaroz.

Mateo no las tenía todas consigo a la hora de presagiar que su hijo mayor, Alfonso, fuera a seguir sus pasos. No le sorprendió la decisión que tomó hace más de una década y media, pero no lo vio venir como en el caso de Ricardo. En su familia el único antecedente cercano vinculado con la institución creada en 1844 bajo la dirección de Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II duque de Ahumada, era la de un tío político lejano.

Portada del periódico El Día tras la erupción del volcán de La Palma. ED

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Erupción en La Palma Andrés Gutiérrez

Pero en esta historia falta Nolva Sara Cruz Expósito, la madre de Alfonso y Ricardo. La exmujer de Mateo –viven en la misma casa, pero no bajo el mismo techo («ella en una planta y yo en otra», apunta el subteniente) y la relación es cordial– también es natural de Tijarafe.

Mateo se crió en El Time, en el barrio de La Punta, y Nolva en el Camino del Aserradero. Se conocieron en la escuela y su relación empezó a crecer hasta que se casaron. «Ahora estamos divorciados, pero nos llevamos bien», cuenta el abuelo del único hijo de Ricardo. Él es, de momento, la gran «esperanza» para estirar una generación más el legado de la Guardia Civil en la familia Rodríguez Cruz.

El subteniente Mateo tiene bajo su mando en el acuartelamiento de Tijarafe a un cabo primero y nueve guardias civiles. A Alfonso le asignaron su plaza en este emplazamiento, pero solicitó una comisión de servicios en Los Llanos de Aridane, a unos 30 minutos en coche del hogar familiar. Hace una semana estaba almorzando con su madre cuando estalló el volcán.

Minutos después de las primeras explosiones se presentó voluntariamente en el puesto de Los Llanos. Eran sobre las 15:45 horas y no habían pasado aún ocho horas desde que puso fin a un turno de madrugada. A esa hora, el subteniente Mateo ya había dado las instrucciones a sus hombres. Algo desconcertados por la magnitud de lo que se les venía encima, padre e hijo, perdón subteniente y agente, empezaron a recopilar las vivencias de una semana imposible de olvidar. En el caso de Mateo, su abuelo lo acercó una noche –cuando solo tenía seis años– a ver la erupción del Teneguía (1971), pero «aquello era otra cosa». Ese recuerdo es «muy vago» ante lo que están viviendo desde el pasado domingo. Su testimonio es anterior a la reactivación del volcán –participó en el dispositivo de evacuación de varios centenares de vecinos de los núcleos de Tacande y Tajuya– del pasado viernes por la tarde, pero la crudeza de sus palabras no ha modificado ni un solo milímetro el análisis de esta catástrofe. «Me he roto muchas veces en los últimos días, el uniforme no impide que llores por esta monstruosidad».

Padre e hijo cruzan sus miradas en Las Manchas, con una cortina de humo al fondo.

Padre e hijo cruzan sus miradas en Las Manchas, con una cortina de humo al fondo. Andrés Gutiérrez

Mateo se siente incapaz de calcular el «destrozo» que provocará un volcán al que algunos relacionan con una «belleza poética» que él no encuentra por mucho que se esfuerce. «Esto no es nada bonito», subraya sin poder reprimir contar la angustia de las personas a las que les das un cuarto de hora para que vayan a sus casas a buscar sus pertenencias, algo que les mantenga la memoria viva en el caso de que la lava acabé devorando capítulos importantes de sus vidas. El subteniente no para de atender llamadas telefónicas. Amigos, y conocidos de estos, quieren saber qué está sucediendo con sus viviendas. Además de cumplir con las tareas diarias –el mando principal en la Isla lo tiene el capitán Cervero–, se ha recuperado la tradición de recurrir a la Guardia Civil para saber qué está pasando en una finca de plátanos o en una vivienda. «Por ahora está aguantando, sigue en pie aunque el suelo está vibrando o ya se ha perdido». Esas son las respuestas que más machaca Mateo cuando le piden novedades.

El tijarafero, no el guardia civil, tiene claro que «costará años recuperarse de esta herida». Estar cerca de los suyos es para Mateo es un arma de doble filo porque en cualquier instante te cruzas con un vecino derrumbado ante la imposibilidad de salvar su patrimonio.

El guardia civil, no el padre, sabe que algo se mueve en su interior al sentir la presencia del joven que ha visto crecer. Esa es la señal para trazar una línea divisoria entre sus dos «familias». «Lo miro y sé que ahí está el chiquillo pero éticamente no puedo favorecerlo, somos guardias civiles», admite ahora que casi todos los días coinciden en la zona cero del volcán. «Yo hago mis servicios y él los suyos», resume respecto a unas jornadas laborales que están siendo maratonianas.

De tal palo, tal astilla

Alfonso calibró otras posibilidades formativas antes de dar un paso al frente y decidir ser guardia civil. La influencia paterna fue «clave» a la hora de tomar una resolución, aunque también pesó el hecho de que la opción que más le agradaba no estuviera al alcance de su mano. «Quedaba lejos de casa y, a su vez, también estaba alejada de nuestra realidad económica», asegura sin restar ni un solo átomo de orgullo al hecho de compartir la profesión de su padre y hermano.

Los viejos dichos que apuntan lo De tal palo, tal astilla o Querías caldo, pues toma dos tazas (en el caso de Nolva, tres) se cumplen a rajatabla en el caso de Mateo y Alfonso. Y es que no hay reunión familiar en la que se acabe realizando una mención a las labores que desarrollan en la Guardia Civil. La erupción de La Palma, por citar el ejemplo más reciente, es la mejor prueba. «Estar cerca de casa es una tranquilidad, pero mi hermano es el que peor lo lleva desde la Península», dice de la falta de noticias a pie de lava que tiene Ricardo».

Vivir el día a día bajo el volcán supone un gran desgaste, tanto anímico como físico, pero Alfonso sabe que ahora no es el momento de estar mirando el reloj. «Haces horas sin darte cuenta y cuando llegas a casas es imposible dormir porque vienes con la adrenalina a mil por hora».

Las caras de los vecinos, algunos de ellos compañeros de parranda de Alfonso, destilan miedo y cansancio y, por lo tanto, no siempre aciertas a tocar el resorte adecuado para que recuperen el ánimo y la esperanza de que esto acabe pronto. «Nadie te prepara para enfrentarte a algo tan voraz. Estar al lado del volcán es como descender al infierno», compara Alfonso antes de reanudar la patrulla. Esta vez, sin la compañía de su padre.

Alfonso es el guardia civil que el pasado lunes protagonizó la portada del periódico. Andrés Gutiérrez lo captó a escasos metros de los ríos de lava que descendieron durante el primer atardecer de la erupción del volcán de Cabeza de Vaca. La imagen lo dice todo: soledad e impotencia ante los rugidos de la tierra.

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