El Castillo de Santa Catalina es un lugar con historia. Fue una torre abatida por el mar, un fuerte que defendió Santa Cruz de La Palma de los piratas franceses en el siglo XVI y parte de las ruinas que dejó otro temporal de 1671. Entre los distintos usos que se le dio fue prisión y un cuartel, incluso llegó a ser el epicentro de un proyecto de construcción de viviendas que nunca llegó a ver la luz.

Uno de los cañones del Castillo de Santa Catalina, en Santa Cruz de La Palma. R. P.

Hoy, en cambio, es uno de los puntos más emblemáticos de la capital. De hecho, en el Ayuntamiento están convencidos de que tiene potencial para posicionarse como principal reclamo turístico de la capital y uno de los rincones del patrimonio histórico de Canarias que más interés despiertan entre los visitantes de La Palma y del resto del Archipiélago.

Para ello, desde 2011, se trabaja en las gestiones para conocer a los propietarios que regentan el Castillo, negociando de qué manera este podía pasar a titularidad pública. Estos esfuerzos se vieron recompensados en mayo de 2021, cuando la Sociedad Juan Cabrera Martín La Palma, más conocida como la Casa Cabrera, entregó su parte de un 22% al Consistorio. Donación que se concretó el 2 de junio con un acto en el propio Castillo de Santa Catalina.

Este fue un gesto que también marcará historia. Por primera vez, la fortificación adquirió titularidad pública, pues hasta entonces toda su participación recaía en familias, comerciantes y empresas. Un total de trece propietarios que en algunos casos se ignora quiénes son.

El acalde de Santa Cruz de La Palma, Juan José Cabrera, explicó que esta donación «supone un primer paso muy importante» para seguir avanzando en el objetivo que se ha marcado el consistorio de hacer de esta fortaleza «uno de los enclaves turístico y cultural de mayor relevancia regional e incluso nacional».

Reconoce que no es una tarea fácil y, aunque matiza que «el futuro de esta instalación no está definido», asegura que desde el Ayuntamiento se va a continuar con las negociaciones y la búsqueda de fórmulas jurídicas «que nos permitan lograr la titularidad pública del 100% de la propiedad».

El primer Castillo de Santa Catalina que se levantó en Santa Cruz de La Palma data de 1554. Las escrituras apuntan que fue inaugurado el 26 de mayo de ese año, y que se ubicaba cerca del puerto donde desembarcaron en 1552 los piratas franceses que incendiaron y saquearon la ciudad.

La primera fortificación, a idea de Lorenzo de Cepeda, por entonces regidor del Cabildo de La Palma, fue una torre circular que no aguantó la virulencia del mar y se derrumbó, pasando décadas hasta que el edificio adquirió un nuevo aspecto.

Al estilo Torriani

En 1585, el ingeniero italiano Leonardo Torriani proyectó una estructura resistente a los vaivenes de los océanos y, por supuesto, a los ataques de piratas y corsarios que asediaban al archipiélago. Lo que no pudo resistir el Castillo fue el temporal que el 14 de enero de 1671 azotó la Isla. Las fuertes lluvias provocaron el desbordamiento del Barranco de Las Nieves, que se llevó por delante el edificio. Pasaron cinco años y el Ejército, entonces propietario del fuerte, decidió rescatarlo de las ruinas y levantar uno nuevo. Ese que hoy se ubica en la calle Castillete número 10, y cuenta con una planta cuadrangular y puntas de diamante en sus cuatro ángulos. Un diseño inspirado en la ciencia militar de la Italia renacentista, muy similar al del Castillo de San Cristóbal de Santa Cruz de Tenerife.

El Castillo de Santa Catalina, si bien supuso un elemento clave en la estructura defensiva de la ciudad durante siglos, se fue abandonando con el tiempo hasta que en 1950 un grupo de empresarios decidió darle un nuevo uso. El presidente de la Casa Cabrera, José Cabrera Hernández, tiene fresca esa historia, ya que sus abuelos, tanto por parte materna como paterna, conformaba esa confederación de comerciantes que adquirió el Castillo hace siete décadas.

Cabrera Hernández explicó que ese grupo de empresarios tenía el objetivo de derruir el Castillo, entonces muy deteriorado, para construir un bloque de viviendas que nunca prosperó. «Hay que ponerse en el contexto de la época. El Castillo de Santa Catalina estaba prácticamente en ruinas y ese grupo de empresarios, con una ambición puramente empresarial, planteó un proyecto que nunca salió adelante», comenta el empresario.

Este proyecto de viviendas nunca salió a la luz debido a que, en 1951, las ruinas del Castillo fueron declaradas, por decreto nacional e interés de las autoridades locales, Monumento Histórico Artístico, lo que imposibilitó al grupo de empresarios derruirlas para levantar en su lugar una zona residencial.

Frustradas las expectativas de la explotación inmobiliaria, el Castillo comenzó a perder interés para los dueños, hasta el punto de que algunos de los trece propietarios actuales, en muchos casos herederos o empresas extinguidas, ignoran que lo son.

El Castillo, que de nuevo pasó décadas en el ostracismo, adquirió una nueva dimensión en 2019. Entonces el Ayuntamiento alcanzó un acuerdo con algunos de sus propietarios y lo abrió al público. Para ello contó con el apoyo de la Casa Cabrera, y juntos realizaron obras para garantizar la sostenibilidad del edificio.

Desde entonces, el Castillo de Santa Catalina, al que también se le conoce como El Castillete, se ha convertido en uno de los espacios culturales de referencia en la capital. No hay mes en el que no sea escenario de conciertos, exposiciones, recitales y ferias. Y no hay día en el que la fortificación no sea visitada por los turistas que recorren la ciudad.

Pero el Ayuntamiento quiere más. Consciente del potencial de esta infraestructura, tiene la ambición de efectuar una reforma integral para posicionarlo como un enclave de interés turístico e histórico. Y es consciente también de que no podrán hacerlo solos. El hecho de disponer de la titularidad de una quinta parte otorga al Ayuntamiento poder de decisión en las futuras actuaciones del Castillo, aunque necesita que el resto de propietarios tengan gestos como el de la Casa Cabrera.

En este sentido, el alcalde anima a los actuales propietarios privados a que sigan los pasos de la Casa Cabrera y cedan su parte al Ayuntamiento «para que podamos devolver a esta infraestructura el papel destacado que ocupó a lo largo de la historia de Santa Cruz de La Palma».

En este mismo sentido se manifiesta también el presidente de la Casa Cabrera, José Cabrera Hernández, quien está convencido de que «el Castillo de Santa Catalina debe pertenecer a Santa Cruz de La Palma», por lo que anima al resto de propietarios a que rebusquen entre sus escrituras, hablen con la administración, y entreguen su titularidad al Ayuntamiento. «Tenemos confianza en ellos porque tienen interés en hacer cosas nuevas, en darle un cambio de cara, y en facilitar una gestión limpia y transparente», añadió.

«Estamos ante un feliz comienzo», apunta por su parte el alcalde, convencido de que el Castillo de Santa Catalina puede convertirse en una referencia histórica y turística de la Isla, aunque para ello habrá que seguir negociando con el resto de propietarios para que el Ayuntamiento adquiera el 100% de la titularidad.