"La sociedad civil tiene más sentido moral que la clase política". Esa frase resume por sí sola la conferencia inaugural de la Universidad de Verano en Otoño de La Palma, impartida por Manuela Carmela, juez emérita y alcaldesa de Madrid desde junio de 2015 hasta junio de 2019.

Fue una charla amena, sobre la ética en la política, que Carmena construyó en base a sus vivencias. A "la mochila" de sus 75 años de vida. Como política, pero sobre todo como ciudadana. A su juicio se vive un momento histórico, en el que los representados tienen no solo "más sentido común que los representantes" sino también "más educación".

Hizo mención a "los insultos" en los plenos cuando fue alcaldesa de Madrid, "a las descalificaciones". Al "alto nivel de agresividad" que tenía que respirar en ese mundillo. Luego, cuando acababa su trabajo en el ayuntamiento, regresaba a su casa "en el metro". Allí "la gente siempre ha sido muy educada", incluso por aquellos "que me decían que eran del Partido Popular". Llegó a tener conversaciones políticas sobre cómo hacer las cosas con los ciudadanos en una parada del metro, "siempre de manera respetuosa". "Tenemos una sociedad respetuosa, con más empatía, con ganas de participar", sentenció.

Carmena, que no olvida aquellos años en La Palma cuando inició su carrera profesional, recordó un debate televisivo entre los candidatos a la Alcaldía, "todos éramos nuevos", en el que la regidora del programa en un intermedio "nos dijo que teníamos que enfrentarnos más, que aquello no podía seguir, que se perdía audiencia".

La realidad es que la ex alcaldesa de Madrid no tiene, o no lo refleja, una buena experiencia sobre cómo actúa en general la clase política. Y es que sabe, ahora lo sabe, "que la mentira en la política no tiene ninguna consecuencia". Es más, "se acepta". Esta circunstancia no la acaba de asumir, como tampoco los mensajes de "no te lo tomes a mal" que recibía de rivales políticos que minutos antes le habían faltado al respeto.

A Carmena le gusta hablar, "buscar cualquier ocasión para compartir ideas". Se aferra a la necesidad global de "aprender a conversar" para que el mundo sea "cada vez mejor y más feliz". Le rechina el insulto. En el fondo, es el sentimiento normal. O debería serlo. Quizás por ello defienda que la democracia "hay que cuidarla", lo que "hemos perdido de vista durante mucho tiempo", cuando cree que es la mejor forma de organizar a una sociedad para ganar en justicia.

Ella, que se dirige al público con la seguridad de haber vivido tantas cosas como para organizar un relato firme, hizo especial hincapié en que la ética "es la disciplina de hacer las cosas bien". Ahora mismo ve más esa cualidad en la gente de la calle que en los políticos, que van a un debate "y se interrumpen, se insultan o se molestan". "Con la sociedad y la democracia que tenemos...", deslizó.