Antonio Pérez Morales, el ‘bombero’ de la Diócesis

Iba para abogado y acabó de cura. En él se cumple aquello de que los caminos del Señor son inescrutables: empeñado en ser párroco, ha sido durante 20 años vicario general de Tenerife

Antonio Pérez Morales

Antonio Pérez Morales / E. D.

Humberto Gonar

Humberto Gonar

La Laguna

«Contentos decisión. Llámanos». Con este telegrama respondieron los padres de Antonio Manuel Pérez Morales (Santa Cruz de La Palma, 1966) a la carta que les escribió para comunicarles que dejaba el segundo curso de Derecho que cursaba en la Universidad de La Laguna para hacer realidad su vocación: ser cura de parroquia.

El segundo de los tres hijos de Arturo y Élida, comerciantes de la capital palmera, agotó en su infancia todos los escalafones religiosos: desde monaguillo hasta recuperador de la Cofradía de la Pasión, que procesiona el Miércoles Santo. En su vocación juega un papel fundamental Juan Dionisio Pérez Álvarez, párroco de San Francisco, que marcó una época como nicho de seminaristas. Don Juan era un volcán, que nada tenía que ver con su hermano, Miguel, también presbítero, muy espiritual y uno de los primeros delegados para la curia.

Después de cursar los estudios en Santa Cruz de La Palma, Antonio se estableció dos años en La Laguna para ir a la Universidad. El primero, en el Polígono Padre Anchieta, y el segundo, en la avenida de La Trinidad.

Entonces no había teléfono móvil ni fijo en su piso de estudiante, por lo que los fines de semana los amigos se apilaban en la cabina que estaba en la esquina para hablar con sus familiares.

Después de dos años de estudios de Derecho y ocho en el Seminario, solo confiaba en acabar de cura en una iglesia sin que tuviera que seguir formándose, y sin embargo el entonces obispo Felipe Fernández lo mandó a Roma a estudiar Pastoral y Catequesis -estuvo tres años y medio, con el doctorado-. También quería evitar dar clases, y en sus primeros destinos, Valverde y El Mocanal, le encomendaron la docencia en un instituto. Tampoco se cumplió su tercer deseo: lejos de sortear La Laguna, la capital religiosa de la diócesis, acabó en el búnker del Obispado.

El 27 de septiembre de 1992 fue ordenado por Felipe Fernández y destinado a El Hierro, y al año siguiente vivió su primera bajada, una de las más intensas en la polémica entrega de la Virgen en las rayas.

Después de cinco años y dos bajadas en la Isla del Meridiano –desde entonces no ha faltado a ninguna-, estuvo tres años y medio en Roma -en los que coincidió con el nuevo obispo de Tenerife, el grancanario Eloy Santiago-, para a su regreso ser destinado a la parroquia de La Gallega, en el distrito Suroeste de Santa Cruz, la ultraperiferia de la capital, cuando ni siquiera estaban urbanizadas las calles. Allí permaneció diecisiete años, hasta que en septiembre de 2019 fue designado por el obispo Bernardo Álvarez párroco de Los Remedios.

En 2001, siendo prelado nivariense Felipe Fernández, fue designado vicario episcopal para las islas de El Hierro y La Gomera y en 2005, un mes después de la entrada de Bernardo Álvarez, asumió la Vicaría General. Su estreno como portavoz de la Diócesis (una responsabilidad que añadía a la de vicario general), en 2005, coincidió con el incendio del Obispado. No fue la única vez que se tuvo que convertir en bombero de esta institución religiosa.Vinieron después un puñado de crisis de comunicación que tuvo que apaciguar, algunas por declaraciones de monseñor Álvarez.

Enemigo de oropeles, Antonio Manuel –lleva los nombres de sus abuelos maternos- es un hombre bueno y cercano que en los ocho meses como administrador diocesano ha pacificado la Diócesis para facilitar la llegada del nuevo obispo, a quien le ha pedido, como ya había hecho antes, descansar de responsabilidades diocesanas y cambiar San Agustín 28 por una parroquia.

Entusiasta de la canción Al Alba, de Luis Eduardo Aute, o con escenas en la mente de películas como La vida es bella o La lista de Schindler, Antonio acompañó a su madre durante una larga enfermedad que la mantuvo encamada y presume de un padre que, fuerte como un roble a sus 92 años, colabora en los preparativos de la Pandorga para la nueva bajada de la Virgen de Las Nieves; curiosamente el responsable político del acto es uno de sus nietos (y sobrino de Antonio). Él cuenta sus años por bajadas, incluso una de La Gomera en la que estuvo a punto de hacer aguas el barco.

Cuenta con una capacidad de trabajo sin límite. La sonrisa y el buen talante lo definen junto a su cercanía. Ha entregado todo y más para facilitar la entrada del nuevo obispo con extrema generosidad.Amable. Entregado. Muy abierto. Optimista. Vive una primavera vocacional con los jóvenes con los que tiene una particular relación de cercanía, en especial el grupo Hakuna, a quien acoge y acompaña en la Catedral. Siempre tiene un sí, nunca tiene un no.

Parece periodista -tal vez otra de sus vocaciones- por su capacidad para comunicar, el polo opuesto a la altanería; es un cura de pantalón de pana y no de tergal; más de suéter que de chaqueta. Antonio Pérez Morales, más que con palabras, predica con su vida, con sonrisas para cada momento y con su Palma por bandera. 

Ocho meses al frente del Obispado

Se podría establecer un símil con ese segundo portero al que las circunstancias obligan a saltar al campo en el momento menos esperado. En septiembre de 2024, Antonio Pérez Morales tuvo que ponerse los guantes y liderar de forma interina la Diócesis de Tenerife. El puente de mando del Obispado no le era desconocido: durante la etapa de Bernardo Álvarez como prelado nivariense había sido vicario general y portavoz de la institución. «Hemos seguido trabajando, funcionando responsablemente, cada uno en lo que nos tocaba, y es para felicitarnos unos a otros», expresaba a modo de balance sobre los meses previos el pasado 24 de febrero, el día en que anunció a Eloy Alberto Santiago como nuevo obispo. Pero no todo fue de color de rosa. Apenas habían transcurrido diez días de su designación como administrador diocesano cuando le sobrevino un importante contratiempo de salud. Había percibido que le faltaba el aire, que debía pararse jadeante en mitad de la calle... La causa estaba en un tromboembolismo pulmonar bilateral y en un infarto en el pulmón derecho. Se recuperó, regresó y empezaron las celebraciones aquí y allá, los asuntos administrativos, la Semana Santa y la organización del nombramiento del nuevo titular diocesano. En sus ocho meses al frente del Obispado no se salió de su habitual hoja de ruta de naturalidad y de ese tono notablemente más amable que el de algunos de sus colegas de profesión. Ni utilizó el cargo para mandar y sentirse alguien, ni quiso hacer carrera, ni se anduvo con maniqueísmos. Seguramente por eso se ganó la complicidad y consideración de muchos, incluso de los que ven la Iglesia desde la distancia. | Domingo Ramos

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