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Acaso también ceceo en una calle lagunera (?)

Cartel de la calle Antonio Zerolo. El Día

Hace casi un mes, estimado lector, este mismo periódico tuvo a bien publicarme un artículo, Ese bello seseo que caracteriza a los canarios, meditaciones en torno a un supuesto seseo callejero.

Había encontrado una calle lagunera con dos rótulos referidos a su nombre. Inmediatamente surgió la duda existencial: ¿se llama «TISON» (letras más antiguas) o «El TIZON», letrero más moderno? Además, si se consulta el callejero de la ciudad universitaria figura como «Calle del Tizón». Por tanto, planteaba, ¿podrían ser tres variantes para elegir? ¿Tal vez dos cuestiones lingüísticas, ya se trate solo del seseo (acaso despiste ortográfico al usar la S en la primera rotulación) o sobre la ausencia del acento gráfico, obligatorio en ambas palabras agudas terminadas en n?

El seseo, recordé, es una de las variantes definidoras del español hablado en Canarias y gran parte de América (pronunciación como / s / del fonema representado por las letras c, z seguidas de las vocales e, i, indistintamente). Por tanto, aventuré una posibilidad: quien eligió muchísimos años atrás la forma «TISON» era, casi seguro, seseante. Y lo sospeché por una cuestión léxica: ni el Diccionario de la RAE ni el correspondiente de la Academia Canaria de la Lengua (ACL) recogen la forma «tison». Por tanto, en rigor debe ser «Tizón» o, en su defecto, «El / del Tizón» («tizón» es palo medio quemado -RAE-; lagarto para la ACL).

Terminaba el artículo con la irregular propuesta (en forma coñona) de mantener ambas variantes: «El TISÓN para los canarios; El TIZÓN para los de fuera». Intencionada ironía la de los de fuera que no supe trasmitir a algún lector crítico, por lo cual lamento mi torpeza pues me refería a los canarios que adoptan la pronunciación castellana nada más bajar del avión en Madrid. ¿Quizás aborrecen del seseo como si respondiera a una anormalidad cultural? Pero, alegué, ¿podrían estar confundidos quinientos veinte millones de seseantes hispanohablantes frente a cuarenta y siete de peninsulares e insulares baleáricos –generalizo–, quienes mantienen la articulación a la manera castellana?

Otra doble denominación

En nueva caminata por las calles laguneras me sorprendió la ortografía de otra (a fin de cuentas fui profesor de lengua y literatura durante casi cuarenta años, ¡algo permanece!) también doblemente nominada: antigua «La Cilla» y hoy «Antonio Zerolo». La causa de tal atención parece obvia: ¿por qué el uso de la «C» en posición inicial para referirse al Asiento con respaldo, por lo general con cuatro patas, y en que solo cabe una persona según el Diccionario académico? ¿Se trata, quizás, de lo opuesto al seseo, es decir, el ceceo, la pronunciación con sonido ciceante del fonema representado gráficamente por las letras s, z o c seguida de e o i?

El simbólico reto estaba a la vista: no podía dejar insatisfecha la curiosidad, pues si quizás desde los siglos XIX o XX (aventuro la localización temporal) se pudo haber producido una confusión gráfica («C-” en lugar de «S-»), tal hipotético error hubiera sido subsanado cuando fue rebautizada con el nombre de «Antonio Zerolo» (no se confunda con Pedro González Zerolo, «Pedro Zerolo», político y activista LGBT, nacido en Venezuela a causa del exilio político de su padre, primer alcalde lagunero de la etapa democrática).

El seseo es una de las variantes definidoras del español hablado en Canarias y gran parte de América

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El arrecifeño Antonio Zerolo –muere en 1923– fue un poeta afincado en La Laguna tras la obtención de la cátedra en el Instituto de Canarias. La doctora Arencibia Santana, catedrática jubilada de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria lo define como «romántico tardío», característica aplicable a la mayor parte de los componentes de la Escuela Regionalista de La Laguna. Este poeta, a la manera de otros paisanos y contemporáneos hizo hincapié en el paisaje isleño, los aborígenes, el terruño, la mar… «y, especialmente, el motivo del indigenismo canario con simpatía enaltecedora».

Pues bien. Como punto de partida, una pregunta: ¿existió el ceceo en Canarias y, más concretamente, en la isla de Tenerife? Las respuestas –rigurosas, precisas, científicas– las dan dos insignes maestros de la lengua y la investigación superior. De una parte el profesor Zamora Vicente -filólogo, dialectólogo (Dialectología Española)- cita (apartado «Hablas de tránsito, el canario») el caso de «un segoviano que para pasar en Salamanca por canario, comenzó a cecear un poco».

Bien es cierto, no obstante, que tal anécdota se localiza en el siglo XVIII, pero no es un fenómeno aislado: desde doscientos años antes el «çeçeo canario» ya está generalizado «según revelan las Actas del Cabildo de Tenerife». Menciona, además, su existencia en La Gomera, sobre todo en «medios rústicos» [quézu, quezéra…]. Y concluye: «No cabe hablarse de conservación de la z, sino de casos de ceceo análogos a los andaluces». Pone, además, un simpático ejemplo del ceceo andaluz cuando quiere referirse a la confusión l / r. Dice un maestro gaditano a sus alumnos: «Níñoz, zordao, barcón y mardita zea tu arma ze ezcriben con ele».

Historia de la Lengua Española

De otra el profesor Lapesa Melgar, miembro de la RAE, catedrático universitario, exalumno de Menéndez Pidal, maestro en múltiples universidades: llama la atención sobre el tema en Historia de la Lengua Española (manejo la octava edición, 1980). En el apartado relacionado con el canario confirma la presencia de «restos de ceceo» en el campo tinerfeño [camiza, de por cí, loz animaleh]. Y como la muy notable presencia de andaluces en la colonización de Canarias y América expandió rasgos de la pronunciación sevillana no es de extrañar, pues, que tal característica presente aun en Cádiz, Huelva, Málaga, Sevilla... (generalizo) pudiera darse en nuestras Islas.

Por tanto, lo arriba expuesto podría llevarnos a una conclusión: en el letrero callejero se ha producido grave error ortográfico. Mas… ¿y si se tratara de algo que parece pero no es? ¡Aaaaamigo, bien es cierto!

La palabra «cilla» tuvo un significado hoy poco usual, deriva del latinismo cella (despensa). Así, la «Cilla del Cabildo» (Sevilla): almacén de granos (siglo XVII) para el diezmo de la Iglesia impuesto a los agricultores. (¿Y el mirador «La Cilla», en la cumbre grancanaria?).

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