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Los lavaderos: un enclave estratégico para conocer cómo respiraba la ciudad

Las mujeres que lavaban para las familias más pudientes manejaban el pulso social

Imagen de unas lavanderas en Fuente de Las Negras. |

No se incluye en el callejero escultórico que conforma el casco histórico de Aguere, pero la pieza de bronce de Las lavanderas, inaugurada por Luis Yeray Gutiérrez en junio de 2021, tiene una enorme importancia a la hora de explicar los sacrificios que estas realizaban a diario en San Cristóbal de La Laguna. Obra que lleva la firma de Ibrahim Hernández, el conjunto artístico se ubica en uno de los extremos del Camino de las Peras, justo el que está más próximo a la canalización que acaba en el Barranco de la Carnicería.

El historiador Miguel Ángel Gómez Gómez refleja en su tesis doctoral [Estrategias y usos históricos del agua en Tenerife durante los siglos XVI y XVII] el valor fundamental que tenían las mujeres que acudían a las fuentes. Madres e hijas ayudaban a incrementar los ingresos domésticos –el padre solía realizar tareas de jornalero durante medio año– lavando, enjuagando y secando durante horas la ropa de las familias más pudientes de la ciudad. Ese vínculo laboral se solía formalizar en los siguientes términos «...la mujer de Antón lavará los paños y ropa blanca de la casa de Rodríguez y cocerá el pan, siempre que le dé el jabón y demás cosas necesarias para realizar estos menesteres», refleja el exprofesor Gómez Gómez en la página 333 de su investigación universitaria.

Entre aclarado y aclarado se establecía una socialización alejada de las miradas de los varones [padres y maridos] muy provechosa para pasar revista a la sociedad. Y es que mientras frotaban las prendas con las pastillas de jabón, muchas de ellas artesanales, se entrelazaban conversaciones de casamientos, del elevado precio de los alimentos [cereales, leche y verduras] o noticias que ponían el corazón de los legisladores en un puño porque muchas veces eran la antesala de agitaciones callejeras. Las jornadas de trabajo se alargaban con comidas que duraban hasta después del mediodía, cuando, tras doblar cuidadosamente las piezas que estaban a su cargo, regresaban a sus casas. En la temporada de lluvias, casi todo el invierno, la actividad en las piedras de lavar mermaba.

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