Roger Campos,profesor de Educación Física del colegio Mayco School of English, de La Laguna, falleció recientemente de ELA

La vida, con su eterna manía de ir por el mundo sin contar con nada ni con nadie, a veces tiene la audacia de cruzar en nuestro camino a personas cuyas palabras, acciones y criterio dejan una huella indeleble en nuestra memoria. Personas fugaces o permanentes en nuestro día a día, que con su hacer diario nos convierte en mejores seres humanos y que nos hacen sentirnos afortunados de poder haber compartido, acaso, una milésima de segundo en este universo de tiempo infinito.

Roger fue una de estas personas para todos los que tuvimos la suerte de trabajar con él. Grande, pero discreto, caminaba por la vida observando el progreso de esos locos bajitos, que decía Serrat, desde una perspectiva imposible para los demás. Era rápido, era listo, era generoso en su sabiduría y nuestros niños y niñas, que saben muy bien dónde poner sus afectos, lo adoraban sin reservas.

Brasileño irredimible, deportista apasionado, profesor y maestro, usó sus conocimientos sobre los beneficios del deporte para trabajar la mente y el desarrollo emocional en pequeños y mayores, poniendo de relieve la importancia de un curriculum potente en Educación Física y la psicomotricidad relacional en los centros escolares, como materia transversal que trasciende las fronteras de la cancha y el baloncesto. Con Roger aprendimos a ansiar la llegada de las Jornadas Deportivas, y muchos de nosotros mirábamos atónitos sus sesiones con los grupos de la ESO, donde había mucha investigación y experimentación, mucho sudor pero, sobre todo, una búsqueda incansable del equilibrio físico y emocional. Su capacidad de trabajo, desarrollado desde un ángulo único y, probablemente irrepetible, ayudó a nuestro alumnado de todas las etapas a entender sus emociones y relacionarse: niños y niñas que crecen llevando consigo lo imborrable de sus enseñanzas.

A Roger, cuya trayectoria estuvo marcada por la creencia de que “mens sana y corpore sano”, le traicionó su propio cuerpo con un terrible zarpazo del que, él era consciente, nunca se recuperaría. Ironías de la vida, a la que se le ocurrió hace ya algún tiempo dejar sordo a Beethoven. Su herencia persiste y para el imaginario colectivo queda su concepto de “correr para no llegar”.

Caray, amigo. Dejas un vacío muy difícil de llenar. Gracias por tanto, maestro.