En el centro del entramado de calles peatonales del casco histórico de La Laguna se encuentra la librería El Águila, un lugar regentado por la misma familia desde 1934. En su interior abundan no solo libros, libretas y bolígrafos. Son incontables las historias que guardan las estanterías. El Águila, que cumple 87 años, es la librería más antigua de Tenerife y resiste a los estragos de la pandemia.

En una distanciada y ordenada fila aguarda un grupo de jóvenes a que la librería El Águila abra sus puertas una tarde más en el húmedo casco histórico de La Laguna. Los jóvenes están entre los clientes más recurrentes. «Se trata de un público muy entusiasta y fiel, que no deja la lectura con los años», comenta ilusionada Beatriz Santana, administradora e hija de Miguel Ángel, propietario de la librería más antigua de Tenerife, que cumple 87 años.

Situada al final de la céntrica calle Obispo Rey Redondo, El Águila se mantiene gracias a la tercera generación de unos libreros entregados a los ávidos lectores tinerfeños que buscan en sus altas estanterías un nuevo relato que disfrutar. «En esta ciudad, tradicionalmente, los laguneros siempre han sido muy aficionados a la lectura, por lo que muchos de esos niños que vienen a comprar los libros son hijos de clientes habituales en busca de títulos juveniles», detalla Beatriz mientras una pareja de adolescentes cruza el casi centenario umbral de El Águila. «Y también los que les mandan en el colegio», apostilla Miguel Ángel Santana incorporándose a la conversación.

El mostrador, apostado en la entrada para cerrar el camino a la zona de las estanterías, destaca como una de las medidas para restringir los contactos innecesarios entre clientes. Junto con el penetrante aroma a gel hidroalcohólico que no llega a tapar el olor a papel y madera característicos de un negocio así, se puede apreciar que los efectos de la pandemia han llegado también a El Águila.

«A pesar de todo lo que ha pasado este último año, las librerías nos podemos dar por satisfechas por cómo hemos afrontado la pandemia», cuenta orgullosa Beatriz. «Aparte del confinamiento, que incluso gracias a nuestros servicios online nos dio algo de movimiento, cuando abrimos recuperamos la clientela sin problema, tanto los habituales de aquí de La Laguna como a través de los encargos particulares», añade. El balance les sale a cuenta a pesar de todo, comenta Beatriz. No todo son malas noticias, ya que «pese a no ser nuestro mejor año, tampoco acabamos con pérdidas, lo cual nos ha sorprendido mucho».

El momento de renovarse

Como a muchos otros sectores, al gremio de los libreros le llegó el momento de renovarse para poder sobrevivir al paso del tiempo. En este caso fue en gran parte por la venta de material de papelería, ideal para una zona con tantos estudiantes como La Laguna, el municipio universitario de Tenerife. «La papelería al final no es otra cosa que un complemento para la librería. La mayoría a día de hoy no escapa solo con libros», aclara Miguel Ángel en la trastienda, rodeado de estanterías. «Los que sí lo sufren más son las librerías de pueblo, porque lo que más venden son libros de texto para estudiantes y este año la campaña ha sido floja».

La otra nueva gran faceta que han tenido que desarrollar ha sido la actualización a los mercados digitales. Con un auge claro de este tipo de contenidos que no requieren de soporte físico y, por lo tanto, tienen menor coste, se convierten en una gran amenaza para las ediciones impresas que despachan estos negocios. Para esta valoración se diferencia mucho el mercado especializado del ocio: «Respecto a las publicaciones especializadas, el mercado de los libros digitales sí ha hecho daño, pero para el ocio la gente sigue prefiriendo el papel».

Todo este proceso de actualización a las nuevas tecnologías pasa también por la adhesión al movimiento Todostuslibros.com. Desde esta plataforma, el gremio de libreros y editores intentó unificar sus esfuerzos para asegurar su presencia en internet ante las grandes empresas de reparto. El Águila participa activamente en este proyecto: «Nosotros estamos activos en la base de datos pero las ventas se realizan desde nuestra página web para tener más controlado lo que tenemos en el almacén», declara Beatriz Santana. La parte del servicio de ventas beneficia más a aquellas librerías sin página web, ya que se ahorran gastos de gestión.

De todo este nuevo mundo a explorar destacan las mayores ventas del establecimiento: «Llama mucho la atención cómo el 80% de nuestras ventas por internet son libros canarios, de autores de aquí», apunta orgullosa Beatriz. «No podemos competir con las grandes empresas en las ventas de bestsellers», precisa la dueña. «Hay ciertos títulos que son cultura local, que las grandes superficies no saben y no pueden tratar en condiciones. No están para eso».

Pero los Santana llevan vendiendo libros desde antes de que estos gigantes comerciales se extendieran gracias a la nueva cultura de la globalización. Sobre el pasado de estas estanterías, Miguel Ángel, hijo del fundador de El Águila, tiene muchas historias que contar. En el almacén, apartado de las miradas indiscretas, se exhibe el primer cartel que colgaba de la fachada del tradicional edificio. «Llevamos abiertos desde enero de 1934 y, que yo sepa, este fue el primer letrero que tuvo la librería cuando el primer propietario, mi padre Agustín, la abrió», comenta el dueño. «Mi padre decía que él llegaba a tener que descolgar el viejo letrero para que no se lo llevara el viento, pero ha aguantado ya no solo el paso del tiempo, sino el viento y la humedad que caracterizan a La Laguna», añade.

El legado familiar

Este tipo de historias difícilmente se podrían salvar si el negocio no procediera de un legado familiar que pasa de padres a hijos desde hace tres generaciones. Pero no todo son anécdotas curiosas para el recuerdo en una empresa de estas características. El sacrificio y la entrega suponen valores indispensables para lograr que, año tras año, los libros sigan entrando y saliendo del local. «Supone que muchas veces le tienes que dedicar más horas de lo normal. Es lo que pasa cuando la vida y el negocio son un todo», comenta Beatriz.

Los horarios son uno de los grandes puntos a tratar cuando llegan las temporadas altas a los negocios familiares. «Todo es diferente cuando trabajas por cuenta ajena o con otro modelo laboral con el horario más definido», compara la librera. «Aquí, cuando hay épocas de campaña dura como la del inicio de las clases, te puedes pegar más de 10 horas. Lo asumes como parte de tu vida». Lejos de renegar de este estilo de vida, Beatriz lo asume como parte de las situación actual: «Todos los negocios familiares tienen algo de esto y más en un momento tan ajustado como este».

«Es muy emotivo ver cómo el negocio evoluciona y se actualiza», interviene su padre con emoción. Y es que Miguel Ángel se ha convertido en una suerte de guardián de los recuerdos de este negocio que se aproxima al siglo de vida como un referente de Aguere. Varias son las reliquias que, enmarcadas en su despacho, recuerdan los momentos pasados: «Cuando estalló la Guerra Civil, la librería tuvo que cerrar durante medio año porque a mi padre lo movilizaron», recuerda Miguel Ángel. «Aún guardamos panfletos que se repartían cuando reabrimos en 1939».

Fotos del casco histórico y del mismo edificio donde nació la librería a principios del siglo pasado pueblan los marcos del despacho. Entre ellos destaca un documento oficial con sello y escudo. Lo envió la embajada británica: «Nos mandaron un aviso porque estábamos consumiendo productos alemanes en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial», cuenta Miguel Ángel con la mente de viaje a los recuerdos.

Lejos de conflictos históricos y de fotos en blanco y negro, fuera del despacho la realidad sigue su curso. En el mostrador, Miguel, el hermano de Beatriz, despacha una nueva venta para una vecina lagunera. «Las modas literarias también nos ayudan mucho», analiza. «Los chicos no se dejan ni uno por leer; tienen las colecciones enteras», añade. En el expositor dedicado a las generaciones más jóvenes conviven clásicos como las famosas novelas de Harry Potter con publicaciones más actuales relacionadas con películas y series.

Reivindican el trato personal, no solo con los lectores que fielmente acuden en busca de nuevos libros, también con los editores que proveen de nuevas obras cada mes. «Aquí esto funciona con mucha antelación», se ríe Beatriz mientras recibe a un editor. «Estamos terminando abril mientras analizamos qué pedidos necesitamos para junio». Además defiende la labor del buen librero, que se involucra en las publicaciones que luego vende. «Yo no puedo recomendarle a un cliente algo que no haya leído o al menos no sepa de qué va. Al final la gente nos agradece ese trato más personal y profesional».

Un recuerdo viviente

Rodeada de tiendas de electrónica y terrazas de cafeterías y tascas, El Águila se yergue como un recuerdo viviente del paso del tiempo en una ciudad que antes fue pueblo. Generando tradición en sus nuevos clientes y cuidando de los más antiguos, este lugar personifica la esencia del pequeño negocio que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. «Esperemos que la gente siga leyendo y siga viniendo aquí por mucho más tiempo», concluye Beatriz, la receptora de un testigo que pasa ya por tres generaciones de libreros en el casco histórico lagunero.

No van sobrados de espacio pero El Águila siempre tiene un hueco para los escritores. En un rincón que da al escaparate, Felipe Ortín promociona sus dos novelas –Idus de Julio y Arcángel de la Guarda– y firma ejemplares ataviado con un casco de obrero y una bata blanca. «Escritor en construcción», se lee en el casco. Un obrero de las letras en un templo de la palabra. Porque el conocimiento y la escritura siempre vuelan en El Águila. 87 años ya.