Tuvieron que pasar casi tres siglos después de que llegara a la Península para que la imprenta se instalara en Canarias. Hasta entonces, en las Islas circulaba un tipo de periodismo de carácter manuscrito y en cuanto a las obras literarias, se editaban en Madrid o bien en Sevilla, entre ellas algunas tan reconocidas como Noticias Históricas, de José de Viera y Clavijo.

Fue hacia 1750 cuando desembarcó en el puerto de Santa Cruz de Tenerife el que está considerado el prototipógrafo canario, “el cincuentón sevillano Pedro Josef Pablo Díaz y Romero”, quien llamado por el comandante general Juan de Urbina “se trajo sus bártulos y tarecos de imprimir, al parecer ya algo gastados por el uso”, tal y como refiere el recordado historiador Luis Cola Benítez, si bien otros estudiosos sostienen que esa primera imprenta funcionó por cuenta del Estado y con fondos de la Comandancia Militar.

El tal Pedro Josef Pablo Díaz, hombre de natural malhumorado, habría establecido su taller en la calle del Sol, actual Doctor Allart –excepto desde 1762 a 1766, en que pasó a la del Clavel–, donde comenzó a trabajar, no sólo atendiendo los encargos de la máxima autoridad –bandos, edictos, proclamas-, sino imprimiendo algún librito, sermones, etc., de cuyos trabajos se conocen cerca de cuarenta entre 1752 y 1777.

En su obra Los periódicos de las Islas Canarias. Apuntes para un catálogo, Luis Maffiotte habla de “la malísima imprenta establecida en Santa Cruz”, sobre la que dice “suministraba documentos a las oficinas públicas, a la vez que publicaba novenas y añalejos, con tipos bastos, gastados y tan borrosos que apenas pueden leerse”. Otros estudiosos, en cambio, son más benévolos sobre la calidad de la imprenta. Es el caso de Buenaventura Bonnet, quien sostiene que Díaz y Romero imprimió un folleto en 1760 “en el que se pueden advertir la limpidez de sus caracteres tipográficos, así como la vistosidad de las viñetas y adornos que exornan las portadas”.

El tipógrafo sevillano, cuya primera esposa falleció en Tenerife, contrajo segundas nupcias con la santacrucera Gertrudis Fernández y también abrió una librería, falleciendo el 30 de diciembre de 1780 y legando su industria a la Venerable Orden Tercera. Lo cierto es que antes de su muerte, José Bethencourt y Castro ya había trasladado a la Real Sociedad Económica de Amigos del País la conveniencia de adquirir aquella imprenta: “Al impresor don Pedro José, que ya no ejercía su arte, se le hará favor en tomarle la prensa, caracteres y demás que tenga que como ya tan usado poco puede costar, y aunque no sirva para lo mejor, puede servir para algo”. Y abundaba en la utilidad que suponía la instalación de una industria de este tipo.

La llegada a Tenerife del tipógrafo Miguel Ángel Bazzanti, natural de Liorna y que arribó a Santa Cruz como polizón en un bergantín danés, en enero de 1781, decidió a la Real Sociedad Económica de Amigos del País a comprar la imprenta. En buena medida, la tinta de aquel informe estaba fresca y aquello animó a la Económica a adquirir el material tipográfico. En junta ordinaria de 17 de febrero de 1781, Antonio de los Santos, sustituto del director, leyó un documentado informe sobre el establecimiento en la ciudad de una imprenta, que finalmente se se compró por 100 pesos el 6 de marzo siguiente, ante el escribano don Vicente Espou de Paz, a sus propietarias María Josefa y Josefa María Viñoli, y contratando a Bazzanti por un año, pagándole 10 pesos de jornal mensual los dos primeros y 8 los restantes, con la obligación de imprimir los trabajos sociales al precio de un tercio menos que a los particulares.

El 17 de marzo de 1781, ya la imprenta estaba en la ciudad. y había impreso papeles, ofrecimientos de premios, licencias y libretas militares; conclusiones escolásticas; libros viejos encuadernados de nuevo; otros en blanco; y otras producciones. Un informe de Fernando de Molina Quesada, secretario de la institución, daba cuenta de lo que aquella mejora representaba: “Lamentábase la Sociedad, lamentábase toda la Isla o todas las Canarias de la falta de aquel arte divino, que contribuye a la instrucción en artes y ciencias y a la inmortalidad. Don Pedro José Pablo Díaz, que había sido impresor por los años de 1750, envejeció, enfermó; y también envejecieron y enfermaron los caracteres y demás útiles. Aquel impresor murió. La Sociedad compró todo lo que quedó de su Oficina, ha hecho nuevos útiles, y para suplir lo gastado de los caracteres ha dado disposición de traer los nuevos con otros diferentes moldes, que se están esperando”.

Defectuosa y escasa de tipos

Del examen del material de la imprenta, el italiano Bazzanti concluyó que era defectuosa y escasa de caracteres tipográficos “por lo que era difícil imprimir un papel algo largo”. La Económica encargó a Antonio de los Santos que procurase de algún modo traer de la Península lo que Bazzanti pedía hasta la cantidad de cien pesos. El presupuesto del impresor excedió de esa cantidad y se le devolvió para que consignara lo estrictamente necesario.

La Económica había gestionado se le remitiera de la Península un surtido de material de imprenta para reponer el antiguo. Las gestiones para la adquisición del nuevo material comenzaron en el año 1782 y todavía en el 1784 no había llegado a Tenerife, a pesar de las repetidas cartas enviadas a la Corte y de la remisión de doscientos pesos. Al fin, en la sesión celebrada por la Económica el 18 de junio de 1785, se dio lectura a una carta de don Cesáreo de la Torre, uno de los encargados de activar el asunto en Madrid, quien comunicó que el pedido había sido enviado a Cádiz, embarcados en el bergantín Tritón cuatro cajones con letra de imprenta. El 10 de junio habían llegado al puerto de Santa Cruz a bordo del bergantín los cuatro cajones marcados. La cuenta alcanzaba los 115 reales de vellón y los cajones pesaron 25 arrobas (625 libras) y su porte era a razón de 16 reales de vellón por arroba. Abiertos los cajones se procedió a comprobar si el material recibido coincidía con el pedido y la cantidad librada. Así, con el moderno material y el que aún podía utilizarse del antiguo, la imprenta de la Económica estaba en disposición de realizar cuantos trabajos le encargaran centros oficiales y público.

El 2 de noviembre de 1875, la imprenta de Bazzanti lanzaba el primer periódico impreso de Canarias. Con el título Semanario Misceláneo Enciclopédico Elementar, su redactor era Andrés Amat de Tortosa, comandante de Ingenieros, y tenía 8 páginas. De aquel semanario se imprimieron once números durante dos años y llegó a contar con 119 suscriptores, cesando la publicación en 1787.