El monumento a Anchieta, ¿dónde?

La rotonda del Padre Anchieta, en La Laguna, sufrirá una profunda alteración cuando se le incorpore la pasarela circular aérea prevista para uso peatonal. El monumento a Anchieta en ella ubicado quedará empequeñecido y despreciado una vez más. El amplio consenso existente para sacarlo de allí supongo que se hará unánime cuando se conozca el proyecto del Cabildo de dividir la rotonda en tres al atravesarla dos nuevas vías con gran densidad de tráfico. Por lo mismo, creo que el traslado del monumento a Anchieta debería hacerse antes del comienzo de la obra anunciada. Pero, ¿dónde colocarlo? ¿Dónde su enésima reubicación y ojalá que definitiva? ¿Para cuándo?

Sin otro timbre de gloria –y no pequeño– que el de haber nacido en la ciudad de La Laguna, justo en la casa contigua de donde vivió Anchieta, quisiera expresar mi parecer sobre el que considero el mejor espacio posible para colocar el monumento que nos ocupa, obra de Bruno Giorgi, catalogado entre los más grandes escultores del siglo XX. Salgo a la palestra motivado por el artículo A vueltas con el monumento a Anchieta, del 11 de febrero de 2020 en este mismo diario, de mi admirado amigo cronista oficial de San Cristóbal de La Laguna y profundo conocedor de la vida y obra de Anchieta, Eliseo Izquierdo. En él señala el autor varios emplazamientos sin decantarse por ninguno. Yo sí quiero mojarme y dar mi opinión de la forma más desinteresada posible –neutral, fría, desapasionada– como ciudadano libre no asociado ni afiliado a asociación o partido político alguno y, por lo tanto, no sometido a ninguna disciplina. No me mueve otro propósito ni tengo otro interés que no sea el bien de mi ciudad.

Doy por supuesto de que no se discute la valía de la escultura –apreciado regalo “como testimonio de gratitud de Brasil a La Laguna, ciudad donde nació Anchieta en 1534– que forma parte de su patrimonio y bien pudiera ser icono de la misma. Quiero creer que tampoco se cuestiona su calidad artística y significado. Para mí, es una escultura bellísima que, sin embargo, hoy está vedada a la contemplación humana –fin último de la belleza– y además deteriorándose aceleradamente al estar sometida a una altísima y continua contaminación. Si hubiera que desaconsejar un lugar para colocarla, este sería el primero, por más que en su tiempo fuera el elegido por su autor pues aquella glorieta en la recién estrenada autopista Santa Cruz-Laguna nada tiene que ver con la actual y mucho menos cuando sufra las reformas previstas. Considero que es urgente ponerla en valor, que no es otra cosa que hacer que algo sea más apreciado resaltando sus cualidades, para lo que habrá que buscarle un significativo espacio acorde con su categoría.

Siempre me he declarado partidario de quitar el monumento de donde está pero nunca como hasta ahora me he puesto a pensar en serio sobre ello. Me he tomado el tiempo necesario para escuchar a personas cualificadas y expertos prestigiosos en diversas materias y por mi cuenta he invertido muchas horas en largas pensadas. Tenía escrito buena parte de este artículo cuando llegó el coronavirus y se hizo pandemia. Entonces lo guardé en el ordenador y me olvidé de él. Llega ahora el momento de recuperarlo con el añadido de unas cuantas premisas que enumero a continuación.

El pasado de La Laguna, como reza su lema, es “de ilustre historia”: es la única ciudad de Canarias Patrimonio de la Humanidad, alberga dos instituciones centenarias que no están en la capital de la provincia –la Universidad de La Laguna y la sede de la Diócesis de La Laguna o Nivariense– y es la cuna de Anchieta, “una de las figuras más relevantes nacidas en Canarias, si no la que más”, apóstol de Brasil y muy recientemente canonizado por la Iglesia Católica. La casa que habitó en La Laguna hasta que se fue de Tenerife se conserva y, por fin, han comenzado ya las obras de su rehabilitación para convertirla en la Casa de Anchieta, centro de estudio e investigación y museo. Será sin duda un aliciente más para la ciudad y un potente foco de atracción para propios y extraños. Tendríamos que ser conscientes de lo que tenemos para sentirnos orgullosos de ello. Pero eso es otra historia. Para centrarnos en lo que aquí estoy tratando vuelvo al principio: ¿dónde colocar el monumento a Anchieta?

No encuentro lugar más adecuado que la plaza del Adelantado. Por estar en ella el edificio principal del Ayuntamiento viene a ser la plaza mayor de La Laguna, a pesar de estar en un extremo de la ciudad, pues allí –puede decirse con toda propiedad– termina la urbe y empieza el agro. Todas las personas con las que he hablado se muestran partidarias de llevar el monumento a Anchieta al centro histórico de la ciudad y qué mejor lugar que este junto a la casa en que vivió. Aquella plaza se la llevó en su retina y al evocarla, en algún momento de su vida, tuvo que volver a ella pues en ella jugó y correteó. Allí vivió su infancia que, como dice Rilke, es donde está “la verdadera patria del hombre”.

He vuelto una vez más al escenario que conozco bien y me he situado ante la casa de Anchieta, cubierta ya con la valla protectora de la obra que allí se ejecuta. Sin comprobar la altura de la escultura, me atrevo a preguntar: ¿y por qué no colocarla ante su misma casa? Debidamente restaurada, sobre su pedestal original, que no es el que tiene hoy, enriquecería la plaza y se convertiría en la pieza más importante del futuro museo, como me dijo un gran profesional amigo mío. Adquiriría así su pleno significado, erigiéndose en un importante icono de La Laguna ante el que todo el mundo querría fotografiarse. Habrá que determinar el punto exacto de su ubicación y la distancia de la casa de acuerdo con sus dimensiones y proporcionalidad. Nos quedaremos admirados sin saber cómo hemos podido estar tanto tiempo –¡sesenta años!– privados de su contemplación. Será todo un descubrimiento.

Y puesto que hablo de la plaza del Adelantado, a nadie se le oculta que está pidiendo a gritos una reforma integral. Tengo mi propia idea, que no es un lavado de cara ni tampoco me parece de cirugía mayor. De acuerdo con las exigencias de conservación de las ciudades históricas y siendo respetuosa con el medio ambiente, el resultado tendrá que ser el de una reforma accesible y sostenible. La plaza entera se destinaría para el peatón, lo que lleva consigo suprimir los aparcamientos y minimizar el tránsito de vehículos, si no fuera posible prescindir de él. Bastaría con eliminar los pretiles perimetrales de la plaza para ampliar sus límites hasta los edificios que la circundan, unificar el pavimento y descartar los elementos que están de más, para que adquiriera el rango de plaza mayor, inspirada en esas bellísimas plazas de armas tan frecuentes en ciudades de Iberoamérica y algunas de Andalucía.

La Laguna es hoy una pujante ciudad que supo decir no al automóvil en favor del ciudadano que, con amigos o en familia, pasea, consume y disfruta de una ciudad llena de vida, que hasta hace bien poco languidecía. Además, goza de una condición envidiable: la de ser una ciudad llana. Sin distraer la atención de lo que estoy tratando, dejo en el aire, aunque con letra pequeña, tres preguntas sobre nuestra plaza de abajo que siguen sin respuesta desde hace décadas: ¿qué uso se le va a dar al mastodóntico edificio de la Telefónica?, ¿para cuándo la reforma del palacio Nava en estado casi ruinoso?, ¿veremos algún día inaugurado el nuevo mercado a falta, según me dicen, de lograr un acuerdo entre los propios beneficiarios?

El proyecto que propongo es realizable. Para desarrollarlo y ejecutarlo contamos con técnicos muy preparados que sabrán salvar las trabas burocráticas, incluidas las de su financiación, el paso por las comisiones de Patrimonio y cuantos obstáculos administrativos y técnicos pudieran presentarse. No hay que amedrentarse pues todo problema tiene su solución y los técnicos, por técnicos, son los más fáciles de resolver. Aventuro mi propuesta sincera y humilde convencido de que habrá muchas más, tantas como gustos. A los que quieran aportar nuevas ideas les aconsejaría que las publiquen, sometiéndose a la crítica, antes que soltarlas por las esquinas.

Cuando finalice la rehabilitación de la casa de Anchieta podría ser la ocasión óptima para colocar frente a ella su monumento sin que sea requisito indispensable culminar el proyecto de reforma de la plaza. Bastaría con una modificación puntual. Quienes tengan la responsabilidad de discernir qué ideas son viables y asumibles y cuáles no, deberán contar con conocimiento, imaginación y asesores cualificados. Para sacar adelante buenos proyectos, lo primero que hay que hacer es sacar tiempo para pensarlos –rumiarlos, diría yo–. Desaparecerían así muchos temores y aparecería el coraje suficiente para llevarlos a cabo.

Puede que por el camino hasta se desintegre algún que otro prejuicio. Espero que alguna parte de este conato de esbozo de anteproyecto descrito aquí de forma tan sucinta pueda ser considerado para el debate. Me ofrezco para desarrollarlo cuando me lo pidan, si me lo piden. Yo he cumplido ya con lo que mi conciencia ciudadana me dicta.