Los cambios vividos por la Ciudad de los Adelantados durante las últimas décadas han sido evidentes. Las imágenes que captó el recordado Luis Diego Cuscoy lo dejan, si cabe, más claro. El polifacético autor muestra la realidad de mitad del siglo pasado de un lugar más pegado a la tierra y en el que las necesidades en materia de servicios públicos eran evidentes.

Una ciudad todavía muy pegada a la agricultura, lejos de la actual situación edificatoria y en la que las necesidades en servicios saltan a la vista. Así se muestra La Laguna de mediados del siglo pasado a través del objetivo de Luis Diego Cuscoy, uno de los nombres propios de la arqueología canaria, pero también un polifacético que destacó en el ámbito de la fotografía. De aquella actividad suya queda un relato gráfico que recorre lugares como San Roque, La Vega o el casco histórico.

La obra de Cuscoy fue protagonista años atrás de la exposición titulada Arqueología de la mirada, que se pudo visitar en las salas Cabrera Pinto y en la que se incorporaron unas imágenes de Aguere que en los últimos días han sido recordadas por el portal LaLagunaTF.com. Unas ovejas en los alrededores de la sede central de la Universidad de La Laguna marcan una de las instantáneas más elocuentes de aquel tiempo. El juego del palo en San Roque en los años 50, la plaza del Cristo con su templete o las grandes inundaciones de 1977 que anegaron La Vega Lagunera son otras de las escenas que captó su autor.

Cuscoy nació en Sant Esteve d’en Bas (Gerona) en 1907 y murió en La Laguna en 1987. La Real Academia de la Historia expone en su web que era hijo de un guardia civil que en 1916 fue destinado al noroeste de Tenerife, primero a Buenavista y posteriormente a La Orotava. Allí cursó sus estudios de Primaria y después combinó el trabajo en una panadería durante el día con estudios de Magisterio durante la noche. Publicó su primer libro literario, Tenerife Espiritual, en 1928, dentro del movimiento canario de la corriente poética del 27.

Si ya desde ahí se vislumbraba su faceta cultural, esta se acentuó con los años. Tras pasar por distintos lugares, se estableció varios años (1933-1940) en El Sauzal, “hasta que fue depurado por sus simpatías con la Federación de Trabajadores de la Enseñanza de Tenerife, aunque durante la Guerra Civil se incorporó a Falange Española, alcanzando el puesto de delegado provincial de Prensa y Propaganda del Sindicato Español de Magisterio”, apunta la Real Academia de la Historia. La depuración acabó con un traslado forzoso a Cabo Blanco, en Arona, donde empezó su afición a la arqueología. Sus circunstancias posteriores lo llevaron a una todavía balbuciente área metropolitana, donde realizó ese relato gráfico que fue mostrado en Arqueología de la mirada junto a otros materiales del conjunto de su obra.

Cada una de las fotos constituye una historia en sí misma. Desde el niño que pastorea en Jardina a una estampa de La Vega Lagunera en los años 60, entonces puro barro, árboles y cañaveral. Aquella iniciativa expositiva supuso el cierre de una labor de conservación, digitalización y catalogación que partió de la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias coincidiendo con los objetivos del Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz, donde fue depositado un fondo de varios miles de fotografías, diapositivas, películas, grabaciones, manuscritos, epistolarios o documentos, entre otras obras.