Jesús Melián (La Laguna, 1974) ha sido en los últimos años uno los nombres propios del asociacionismo lagunero. En mitad del confinamiento sintió un dolor de cabeza intenso y la pérdida de fuerza en una de sus manos: era un ictus. Pasado el susto, comparte una experiencia vital de la que extrae enseñanzas que suenan a carpe diem. También aporta su análisis personal de la situación por la que atraviesa ahora mismo el movimiento vecinal.

Lo primero: ¿cómo se encuentra?

Actualmente estoy en lo físico muy bien. De hecho, en mi trabajo ya realizo las labores que hacía antes. Sí es verdad que la mente todavía no ha llegado a estar al 100%. Cuando dan las cinco o las seis de la tarde, si he tenido mucho trabajo durante la mañana o estrés, se me traba un poco la lengua y se me pone la voz algo pesada. Antes era a partir de las doce, y cada vez ese tiempo se va alargando e, incluso, hay días en los que casi no lo noto.

¿Cuántos meses han pasado?

Me dio el Viernes Santo a las nueve y cuarto de la mañana; siete meses.

¿Y cómo fue?

Durante esos días, estaba ayudando a mucha gente por la pandemia. Estaba haciendo de enlace entre la farmacia y algunos vecinos mayores o con la covid. Les tomaban los datos por teléfono y me llamaban a mí e iba con la moto, cogía las medicinas y se las dejaba en la puerta de su casa. Eran días de mucho nerviosismo. Entonces, por la noche, a las cinco de la mañana en punto, me empezó un dolor de cabeza agudo en la parte izquierda, junto a la sien. Me levanté, me tomé un analgésico y me di una ducha fría; se me relajó y me acosté de nuevo. El problema vino a las nueve de la mañana. Era festivo, Viernes Santo, y al levantarme mi hijo me dijo de ver una película. Me fui a sentar en el sillón del comedor y, al ir a coger el móvil para ver los mensajes que me habían llegado durante la noche, se me cayó al suelo y, cuando fui a recogerlo, la mano derecha no me respondía. Le dije a mi hijo: “Tengo un ictus”. En ese momento se me empezó a torcer la boca. Ahí llamó al 112 y, previendo que una ambulancia tardara mucho porque estábamos en plena pandemia, le pedí que llamara a la Policía Local de La Laguna. No pasaron diez minutos y había un coche patrulla en la puerta de mi casa, subieron los agentes y después vino la ambulancia.

Y de ahí al hospital...

Me metieron en un escáner y, efectivamente, tenía un ictus isquémico en la parte izquierda del cerebro del tamaño de una moneda de dos céntimos y, automáticamente, me dijeron que me iban a poner un tratamiento. Eso disolvió el trombo. Estuve en la UVI, donde conocí a un compañero, a Manolo Artiles, que entró dos horas después que yo. Tras aquello ha venido a verme y todas las semanas hablamos por teléfono y nos deseamos lo mejor. La atención en el hospital fue excelente. Después de la UVI me subieron a planta y me hicieron todas las pruebas. Vieron que el corazón estaba perfecto y que tampoco tenía ninguna arteria obstruida. El médico me dijo que mi cuerpo genera muchos glóbulos rojos y, al hacerlo, la sangre se espesa y se creó un trombo. Por eso ahora tomo una pastilla para licuar la sangre y voy cada dos meses a sacarme sangre para que los niveles en mi cuerpo estén óptimos y no haya otro trombo.

"A veces uno tiene que cambiar el chip y plantearse lo que está haciendo con su vida"

Y al llegar de nuevo a su casa... comentarios a cientos en las redes sociales. ¿Le sorprendió aquel apoyo? ¿Cuántos wasaps pudo recibir?

Wasaps tenía 1.700. Lo que no me esperaba fue el después; los vecinos iban por casa y me llevaban unos rosquetes, un saco de papas, una botellita de miel de palma, bizcochones... La gente se volcó, y a mí eso sí me da tristeza, porque yo quiero seguir ayudando a los vecinos, pero me dicen que no, que primero, para poder ayudar a los demás, tengo que ayudarme a mí mismo. Hay que destacar que mi familia y mis amigos han estado al lado mío en todo momento, así como que mis compañeros de trabajo también me han ayudado muchísimo.

¿Ha cambiado de hábitos?

Ahora, cuando llego de trabajar, almuerzo y después ya empiezo con los quehaceres domésticos, cosa que antes no hacía. Yo era una persona que iba muy en piloto automático: salía del trabajo, comía y me iba a la sede de la Asociación. Y ahí me pasaba hasta las diez o las diez y media de la noche atendiendo a vecinos y paseando por todo el barrio viendo los problemas de la gente.

Y eso, con el tiempo, acaba pasando factura...

Yo le digo a todo el mundo que hay situaciones que no las arreglan solamente unas vacaciones. Dicen que, cuando trabajas o te estresas, te vas de vacaciones y vuelves como nuevo. No; a veces uno tiene que cambiar el chip, sentarse en lo más profundo de los montes de Anaga y pensar lo que está haciendo con su vida. Eso es muy importante.

"Yo iba muy ‘en piloto automático’: salía del trabajo, comía y me iba a la Asociación hasta por la noche"

¿Lo ocurrido le deja alguna otra enseñanza?

No valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Lo decimos como un dicho, pero no lo es, sino una realidad. Yo he aprendido en estos meses a vivir el momento y a disfrutar de él, y sobre todo de mi familia. Antes, por la Asociación de Vecinos, siempre estaba corriendo. “No, que tengo una reunión”, les decía. Ahora voy con ellos a todos lados, y pienso: Oye, está vida me gusta.

Por eso ha decidido cerrar su etapa como presidente...

Una de las cosas que no he superado, y que creo que tardaré en hacerlo, es esa. Mis compañeros no quieren que lo deje, sino que me dé un tiempo. Pero yo creo que ya ha pasado el momento de Jesús Melián. He estado al 120%; he estado en la parte mala, al 40%, y ahora me voy a quedar en un lugar intermedio: quiero vivir al 80%. Y viviendo al 80% no se puede ser un dirigente vecinal. Un barrio como el de Finca España es tan grande y con tantas opiniones y problemas que necesita a una persona que vaya al 100%.

¿No hay relevo entre sus compañeros de la Junta Directiva de la Asociación?

Yo he intentado siempre que el vicepresidente cogiera las riendas, pero no quiere. Y todos me tienen loco, en contra de lo que dice mi familia, para que siga; me dicen que podemos hacer las cosas despacito, que no hay problema... Por mi salud y por mi familia tengo que pasar página. Voy a estar ahí para ayudar a cualquier vecino que lo necesite, pero no para liderar ningún proyecto.

¿Cómo ve el asociacionismo lagunero en la actualidad?

Tenemos un gran problema. Un dirigente vecinal no se puede perpetuar. Yo he estado nueve años, doy un paso a un lado y lo que quiero es que otra persona lo coja. No se puede ser presidente de una asociación 20 o 30 años. A nosotros nos votaron 946 personas en las últimas elecciones, levantada acta y con firmas de cada uno de los votantes. Yo veo que hay lugares en los que a los dirigentes les pasa lo mismo que a mí: les da mucha pena dejar su zona, pero tenemos que hacerlo, porque va a venir gente joven con otras ideas.

Ahora mismo hay dos corrientes de opinión en el Ayuntamiento: quienes creen que el movimiento vecinal no representa a nadie y los que consideran que es capaz de arrastrar votos. ¿Usted qué dice?

El movimiento vecinal en La Laguna es imprescindible para que los vecinos puedan vivir. ¿Por qué? Porque los políticos no pueden llegar a todos los rincones. Por ello, sea el político del color que sea, siempre el representante vecinal tiene que ir de la mano para obtener beneficios para su zona. Desde que haya ruptura y faltas de respeto, el barrio no sale favorecidos. El movimiento vecinal ahora mismo en La Laguna está un poco deteriorado porque no se cree en él. Y yo considero que la gente que no cree en el asociacionismo se está equivocando. Pero también la culpa la tiene el movimiento vecinal, porque se ha decantado por políticos de unos colores u otros. Tienes que pedirle al grupo de gobierno; lo que no puedes es enfrascarte en peleas porque al final tu zona se va a ver perjudicada. Las asociaciones tienen que ser la voz del vecino hacia el político. Yo empecé cuando se fue Ana Oramas y estuve después en la etapa de Fernando Clavijo, en la de José Alberto Díaz y ahora con Luis Yeray Gutiérrez, y con todos me llevo fantásticamente y con todos ellos logré cosas muy positivas para mi barrio.