Las medidas de confinamiento empiezan a relajarse. El encierro total ha dado paso al respiro de los pequeños paseos y los horarios para el deporte. Esta cuarentena dejará una marca indeleble en la memoria de toda una sociedad. En el futuro se contarán historias relacionadas con estos dos meses, anécdotas de los más de 50 días en los que el mundo cambió por completo de escenario: de las calles y terrazas a las cuatro paredes de un piso. El viaje físico y mental ha sido largo y en esa senda hay otros modos de vida que es necesario contemplar ahora, si cabe, con más atención y respeto. Como las religiosas que ya sabían perfectamente lo que es el confinamiento cuando llegó el estado de alarma.

La Laguna, ciudad de Los Adelantados, cuenta con dos órdenes religiosas de clausura en su cuadriculado mapa de calles, casonas y palacios. Estas religiosas hablan de su experiencia de vida, antes y después del Covid-19. En su caso, han elegido vivir apartadas físicamente del mundo pero no así de forma espiritual o social. La pandemia también ha variado su rutina pero refuerza muchas de sus vocaciones, desde la ayuda al prójimo hasta la oración y la entrega. Se sienten parte del mundo y de sus problemas y desde sus monasterios se han lanzado también a ayudar, ya sea rezando por los que han muerto solos sin poder despedirse o fabricando mascarillas para colaborar con los profesionales sanitarios.

Las dominicas del Monasterio de Santa Catalina de Siena y las hermanas clarisas del Monasterio de Santa Clara hablan de la experiencia vivida estas semanas y de cómo afrontan su habitual aislamiento: su día a día antes del Covid-19 y durante esta crisis sanitaria. Desde ambas congregaciones parecen coincidir en mostrar esta situación, también, como una oportunidad.

Monasterio de Santa Clara. Ubicado muy cerca de la plaza del Cristo, entre las calles del Agua y Viana, su nombre completo es Monasterio de San Juan Bautista de las Hermanas Clarisas de La Laguna. El recinto cuenta con un museo de arte sacro. La joven tinerfeña Sor María del Pilar Climent es la madre abadesa. "Nuestra vida, en lo fundamental, no ha cambiado. Seguimos viviendo nuestra vocación de orantes e intercesoras por la humanidad. La realidad de la pandemia nos genera sufrimiento al saber la situación de los enfermos, sanitarios y familias. Eso está ocupando el centro de nuestra entrega, ya que es la humanidad entera la que necesita almas consagradas a dios que intercedan por cada persona y sus necesidades", explica. Su rutina ha variado porque han tenido que cerrar su querido museo y el culto también se ha limitado. Ahora, comentan, tienen más tiempo para la oración. "Algunos sanitarios de nuestros hospitales nos han pedido que recemos por los que están muriendo solos y por sus familias haciendo la recomendación del alma todos los días. La realidad nos ha llevado también a cambiar de ocupación habitual y dedicarnos a hacer mascarillas que, a petición de Cáritas Diocesana, se reparten según las necesidades", añade.

Estas religiosas insisten en que el hecho de vivir en clausura no las aísla del mundo. Muy al contrario, las clarisas "somos parte del mundo. La vida contemplativa no se aísla del mundo, vive en el mundo, eso sí, en un recinto que facilita el silencio y el recogimiento interior para poder dedicar nuestras vidas a interceder ante dios por todas las necesidades". Siempre dispuestas a escuchar, una de las cosas que más les han pesado estos días es no poder recibir visitas. "En este tiempo de confinamiento, sentimos que las personas sólo puedan acercarse a nuestro monasterio para pedir mascarillas", matizan.

Cuando se les pide un consejo para las familias que viven estos días confinadas en sus hogares, las clarisas tienen claro la dureza del trance para una sociedad que está acostumbrada a otra forma de existencia. "Hay que ponerse en la piel de las familias, su espacio ahora es muy limitado. Además, está la problemática de la falta de trabajo y otras necesidades básicas", aseguran. Pero si algo bueno se puede sacar de todo esto es, quizás, la oportunidad de estar más cerca de quienes conviven con nosotros. "Sería bueno que aprovecháramos este tiempo para crecer humana y espiritualmente en familia, para dialogar más, para mayor ahondar en un mayor conocimiento que nos permite amarnos más, para poder estar en familia, compartir y jugar con los niños", aseguran. También, y como no podía ser de otra forma, abogan por "acercarse más a dios, que es el origen y meta de nuestras vidas".

Explican que no les ha faltado ningún suministro en estos días de cuarentena, aunque confiesan estar acostumbradas a vivir con muy poco. Tienen asimismo el tiempo muy bien organizado y distribuido para cumplir con sus quehaceres. "Queremos agradecer públicamente el cariño, la cercanía y la generosidad de tantas familias, amigos, bienhechores y sanitarios. Agradecemos la preocupación y atenciones de nuestro señor Obispo y vicarios, sacerdotes y comunidades religiosas. En todo momento se han interesado por nosotras y comparten lo que tienen", destacan.

Concluyen las clarisas con un mensaje de optimismo, una reflexión sobre la oportunidad que estos días se dibuja frente a una sociedad poco dada a la cercanía y a la observación sosegada. La cuarentena puede "ayudarnos a todos a conocernos más unos a otros, a pensar, reflexionar, a enriquecernos con las cualidades de aquellos con quienes convivimos y a valorar lo que en condiciones normales tenemos y que por habernos acostumbrado a ello hemos perdido la capacidad de valorarlo, la capacidad de sorprendernos y de agradecer".

Monasterio de Santa Catalina. Fundado en 1606, este emblemático recinto religioso se alza imperturbable junto a la plaza del Adelantado. Su ajimez es una de las imágenes más conocidas de la ciudad Patrimonio de la Humanidad y la devoción por La Siervita lo convierte en uno de los espacios más visitados de Canarias. Sor María Cleofé es la madre superiora de esta comunidad de dominicas. "La iglesia está cerrada, no tenemos culto público y no está abierto el torno. En la relación entre nosotras no ha influido, aunque también procuramos mantener las recomendaciones de distanciamiento y demás", enumera sobre los cambios vividos en la comunidad a causa del coronavirus.

Sobre la situación de aislamiento que a priori se le supone a una religiosa de clausura, desde este monasterio también hacen matizaciones que consideran esenciales. "En una circunstancia como esta se evidencia la diferencia que hay entre el no salir por vocación elegida -en la que no eres prisionera forzosa sino libre en el sentido más pleno- y el tener que quedarte en casa obligada. Nosotras bromeamos con que tenemos doble clausura", afirman. Sin embargo, como las clarisas, no se sienten en absoluto aisladas. "Nosotras no elegimos aislarnos. No estamos aisladas, lejos de los demás y sus problemas. Se asombraría al comprobar cómo cuentan con nosotras ante cualquier circunstancia del tipo que sea, utilizando los medios de comunicación al alcance o viniendo personalmente. Y nosotras procuramos siempre estar y ser cercanas para los demás".

Se confiesan conmovidas por la situación, aunque ellas están habituadas a vivir entre las enormes paredes de su monasterio y a apenas salir. "Impresionan las calles vacías, el no poder acceder a ellas cómo y cuando quisieras y la prohibición del trato con otras personas", detallan. Son inquietas y por eso no han parado en ningún momento, pese a la cuarentena. Ahora tienen un poco más de tiempo para dedicarse a "la oración, a la lectura, al estudio de la palabra y a preparar mejor las celebraciones litúrgicas. Nos falta tiempo para hacer todo lo que tenemos en mente".

"El aislamiento enriquece si sabemos descubrir lo positivo: la convivencia, la capacidad creativa de las personas, la jerarquía de valores donde cuenta mucho más lo sencillo, lo que quizá en el estrés y agobio del día a día ajetreado no se tiene tan en cuenta. En este tiempo de gracia, hemos de crecer por dentro", aseguran.

También ellas se prestan, con humildad, a ofrecer un consejo que parte de la experiencia. Para pasar mejor estos días de confinamiento, aseguran que lo mejor es aprovechar "al máximo la posibilidad que tienen ahora para convivir y compartir en profundidad, para conocerse y valorarse desde dentro". Concluyen recordando las palabras del Papa Juan XXIII: "Vivir sólo por hoy". "Sólo por hoy haré tal cosa y tal otra. Así, con programas cortos, es más fácil y puedes organizar el día: de tal hora a tal hora, tal cosa. Esto es bueno", sentencian.