El valle de Las Mercedes, vestido ya de primavera, no entiende de coronavirus. Está radiante. Contemplarlo desde un altozano, un collado o una loma es una delicia. Subyuga la sinfonía de colores y verdores, de sonidos y de ecos, de pausas y de cadencias que se alternan y suceden marcando el ritmo único de la naturaleza en pleno trajín fecundante. Se percibe y respira más limpio y transparente el aire de la vega, removiéndose sin prisas desde la copa de los aceviños a la sombra de los mocaneros, de la sonora tersura de los laureles con las hojas bien lavadas por las lluvias recientes al ovillo de espuma verde de los brezos en floración. Y sobrevolándolo, una densa quietud en la que se enseñorean el canto de las aves en su alocado ir y venir de asombros y miles de voces confluyendo desde todos los linderos.

Pero esa paz y ese sosiego se ven estremecidos cada atardecer por una algarabía diferente cuando el crepúsculo comienza a repuntar. Es un rumor distinto, otro oleaje. De las casas dispersas o apenas derramadas por la anchura del valle no surgen aplausos; la vastedad del paisaje se los tragaría sin remedio. Es otra música: sones de guitarras escapando por las puertas abiertas de par en par o, como bandadas de palomas, por el alfeizar de las ventanas. Y, con las guitarras, rasgueo de timples, vibrantes registros de trompeta, laúdes melancólicos, canciones de aliento y de esperanza, chácaras y tambores y hasta algún desacompasado cacharro metálico a manera de improvisada batería. Es la forma con que agradece el vecindario del valle de Las Mercedes en el instante justo del ocaso la entrega generosa y la valentía de quienes, desde muy diferentes ámbitos, todos fundamentales, luchan por la recuperación de la salud del pueblo. Desde el Lomo de los Mirlos a Jardina y Gonzalianes, desde la fronda de verodes y jaramagos de Las Canteras al anfiteatro de laurisilva de La Cruz del Carmen, la vibración unánime de la solidaridad. Porque aplaudir es congraciarse, no importa si con batir de palmas o con qué, y es animar y agradecer con música dispersa, máxime si es unánime, una entrega total con riesgo y valentía. Sobre todo por lo que tiene de concienciación, que ha de continuar calando y cuajando en realidades ciudadanas para que no quede en simple anécdota de crespúsculos.